viernes, 22 de mayo de 2009

La vaca sagrada del comic argentino

“El Eternauta” (1957)


Dicen que la historieta (comic, tebeo, quadrinho, como gusten llamarlo) es el noveno arte. Es tal la variedad de mensajes que puede transmitirse a través de este medio, que no vacilo en colocarlo en los primeros lugares en cuanto a llegada a las masas. Desde las historietas simples que alegran las páginas de los diarios, hasta los elaboradísimos comics estadounidenses, pasando por los “fanzines” hechos por aficionados, hay públicos para todo.

En la República Argentina parece existir un consenso en cuanto a que el referente máximo de la historieta es “El Eternauta”. Así parece ser por la convocatoria que tuvo cuando se publicó y por los rastros imborrables que ha dejado en el imaginario cultural colectivo. Pero pienso que tampoco debe descartarse el peso que tiene el autor de la obra y su trágica suerte. En efecto, Héctor German Oesterheld, el guionista y co-creador de “El Eternauta”, se adhirió a la lucha ideológica de los años 70 y fue secuestrado, permaneciendo hasta el día de hoy como “desaparecido”. Los destinos trágicos o muertes violentas ejercen atracción sobre muchos públicos: sea James Dean, Carlos Gardel, el Che Guevara o Lady Di, una muerte prematura aporta un plus al carisma que esa persona ejerció en vida. Tal vez eso pase con Oesterheld y su obra.

Héctor German Oesterheld (en adelante, HGO, como también se le conoce) había comenzado su trabajo como guionista en la década de 1950, y sus trabajos le permitieron fundar su propia empresa: Editorial Frontera, la cual lanzaba a la venta revistas de historietas como “Hora Cero” y “Frontera”. Allí HGO llevó el peso principal en cuanto a los guiones, y dio vida (en compañía de muy buenos dibujantes) a personajes luego célebres en el mundo de la historieta. Y en 1957, con dibujos del paraguayo Francisco Solano López, creó a su personaje más renombrado: “El Eternauta”.


Frente a frente, "el guionista" (izquierda) y Juan Salvo, "el Eternauta" (derecha).

Yo leí la edición “2007, 50 años”, publicada por Doedytores en formato 26x20 y de excelente calidad, con 352 páginas que recopilan todos los capítulos publicados en “Hora Cero”. La tapa aclara “Única edición legal autorizada por los autores”, ya que Solano Lopez aún vive, y los familiares de HGO también tienen parte en las ganancias de la franquicia. Hubo algunos líos legales, con ediciones apócrifas de “El Eternauta”, que quisieron ganar dinero aprovechando la popularidad siempre vigente del personaje, razón que ha llevado a la aclaración que les digo que figura en tapa.

Serializada en las páginas de la revista “Hora Cero”, la historia de “El Eternauta” fue muy bien recibida por el público gracias a lo novedoso de la trama, a la calidad del relato y los dibujos y también gracias a que abundaban referencias geográficas sobre lugares de la ciudad de Buenos Aires, donde sucedía la acción. Las entregas periódicas de “Hora Cero” se vendían como Pan Caliente gracias a “El Eternauta”, y cuando en 1959 HGO concluyó las aventuras del mítico personaje, las ventas cayeron a tal punto que dos años después Editorial Frontera quebró.

La historia de “El Eternauta” comienza cuando en 1957 (el año en que se publica la historieta) un viajero del tiempo se materializa frente a un guionista de historietas: exacto, se trata de HGO, aunque nunca se lo nombra como tal. El viajero del tiempo dice llamarse Juan Salvo pero también revela que se lo conoce como “El Eternauta”, es decir, “viajero de la eternidad”. Ese particular apodo se debe a que viaja de universo en universo a través del tiempo, envuelto en una búsqueda agonizante que le desgarra el alma: busca a su esposa Elena y a su hija Martita. ¿Cómo es que ha llegado a esa triste situación? Entonces Juan Salvo comienza su relato y a través de un “flashback” asistimos al inicio de su historia. Aquí viene lo que al público le resultó novedoso y excitante: una nevada mortal caía sobre la ciudad de Buenos Aires, y al parecer sobre otras partes del planeta, matando con el simple contacto. Juan Salvo, su familia y sus amigos, que se encuentran jugando al “truco” (el juego de naipes argentino por excelencia) van de a poco descubriendo lo que pasa: se trata del primer paso de una invasión extraterrestre. Luego aparecen los militares, quienes organizan a los sobrevivientes y tratan de llegar al centro de la ciudad, enfrentándose en rudas batallas con enemigos impensados: gigantescos insectoides (los “cascarudos”), humanos convertidos en zombies (los “hombres-robot”), majestuosos humanoides con infinidad de dedos (los “manos”), temibles bestias de gran tamaño (los “gurbos”), y todavía otros enemigos, los más temibles.

Paso a paso y sin apresurar el relato, se van narrando los combates que tienen lugar entre esos sobrevivientes y los invasores que he mencionado. Abundan las referencias a lugares de Buenos Aires, lo que sin duda contribuía a atrapar al lector, ayudándole a situar la acción en los mismos espacios físicos en que este se movía. Así como los estadounidenses sitúan siempre a sus ciudades como escenario de hipotéticas catástrofes, así HGO convirtió a Buenos Aires en campo de batalla donde se decidía el destino de la humanidad (así, con ese tono grandilocuente, lo explica “Favalli”, uno de los personajes). Esta referencia a lugares creo que tenía ese objetivo, brindar proximidad al lector y ayudarlo a construir la fantasía. Pero sucede que muchos estudiosos, lectores de la obra, han tomado por otro lado: para ellos HGO colocó esas referencias por alguna razón, y la historia no es sino la representación simbólica de la realidad argentina. Si los militares en “El Eternauta” fallan en expulsar a los invasores, es porque en la vida real han fallado en gobernar el país; si son incapaces de coordinar la tarea de los sobrevivientes, es un preanuncio de la derrota en la Guerra de las Malvinas, 30 años después; si aparece un protagonista que es obrero, es porque la clase trabajadora tomaba protagonismo en la política; si los invasores montan su base en la Plaza de los Dos Congresos, es porque el gobierno argentino es visto como opresor, y así sucesivamente, estos estudiosos van haciendo interpretaciones simbólicas. Uno de los editores del libro que leí, comenta la viñeta en que el ejército de sobrevivientes pasa frente a la Escuela de Mecánica de la Armada, lugar donde en los años 70 se llevarían a cabo las detenciones y torturas de los opositores al gobierno militar. En 1957 HGO no podía imaginar lo que iba a pasar allí, ni tampoco que él mismo iba a ser un “desaparecido”. Pero para este editor que les comento, el hecho de que HGO mencionara la ESMA encierra una “recodificación”: “¿puede seguir leyéndosela de la misma manera, conociendo los hechos que acaecieron después, tanto a la Argentina como a Oesterheld?”. Creo que aquí está el mayor problema de “El Eternauta”: que muchos quieren (como a la Biblia) hacerle decir lo que a ellos les parece. Entonces se han esforzado en entronizar a Juan Salvo como el símbolo de la resistencia. Porque siempre estamos resistiendo contra algo, aquí en el Cono Sur, incluso contra nosotros mismos.

El ejército de sobrevivientes a punto de atacar el estadio de River Plate.

Creo que “El Eternauta” es una publicación muy buena que explotó temas en boga en la década del 50: el miedo a los ataques nucleares; el misterio que generaba el universo en torno a nuestro planeta (todavía los terrícolas no habían llegado siquiera a la Luna); el respeto por los rápidos avances de la ciencia; la excitación de una posible invasión alienígena. En este comic se combinaron todos esos elementos, logrando enganchar al lector, y hay que reconocer el acierto de los autores en emplear este coctel. Pero debemos reflexionar acerca de la novedad de la idea de una invasión alienígena sobre nuestros propios hogares: medio siglo antes el inglés Herbert George Wells había publicado “La Guerra de los Mundos” (ambientada en su propia patria, evidentemente), y a partir de ahí, conciente o inconcientemente, muchos abrevaron de esa fuente. No podemos descartar a “El Eternauta” de esta relación. De todos modos, según cuenta Solano López en el prólogo a una secuela titulada “El Eternauta, Odio Cósmico”, la idea original de él y HGO era contar la invasión a la Tierra, que finalizaba cuando Juan Salvo saltaba a otra dimensión espacio-temporal; y debía venir una segunda parte donde se narraba la búsqueda de Salvo en pos de su hija y su esposa, a través de diversos mundos. De hecho, cuando Salvo se materializa frente a “el guionista”, le cuenta de su incesante búsqueda; pero esa segunda parte nunca se realizó tal cual fue pensada.

Lo lindo de “El Eternauta” es que estaba ambientada en la Argentina (mejor dicho, en la ciudad de Buenos Aires), siendo este tal vez su mayor atractivo. La primera batalla contra los invasores se lleva a cabo en la Avenida 9 de Julio, luego se lucha encarnizadamente por el control del estadio de futbol de River Plate, en Plaza Italia y la Plaza de los Dos Congresos, como dijimos. Todo esto es narrado en primera persona por Juan Salvo, quien le cuenta la historia al “guionista”. Como era común en las historietas argentinas de la época, los globos de texto ocupaban casi la mitad de la viñeta, y había “cartuchos” o recuadros de texto intercalados con los dibujos. Confieso que a veces se me hacía pesado, pues había mucho texto, siendo los dibujos meros complementos en muchas ocasiones. Pero no es un error de los autores, ese era el estilo.

De izquierda a derecha, vestidos de civil: Favalli, Pablo, Mosca y Franco.

Junto a Salvo estaban otros protagonistas: Elena y Martita, como dijimos, pero también Pablo (el chico que encuentran en la ferretería), Franco (el obrero), Mosca (el miliciano dedicado a historiador) y Favalli. Este último es profesor de física y amigo de Salvo, y es quien representa a “la ciencia”. Salvo tiene un respeto casi enfermizo por sus opiniones, y HGO pone en boca de Favalli largos discursos acerca de los invasores, sus motivaciones, la inutilidad de enfrentarlos (porque Favalli es un escéptico, aunque lucha hasta el final), etcétera. Entre todos forman “el héroe colectivo”, es decir, que luchan juntos. Aunque Salvo es “El Eternauta” y por lo tanto protagonista central, no es un superhéroe al estilo norteamericano, y su protagonismo no excluye a los demás. Franco es igual de valiente, Favalli es más inteligente, y Pablo es también temerario: son un grupo de sobrevivientes que luchan unidos, para salvarse o morir juntos. Ese es también un gran aporte de “El Eternauta”, y muchos fanáticos de esta historieta hacen hincapié en eso.

Este es “El Eternauta”, la vaca sagrada del comic argentino. Su vigencia ha llevado a que muchos idolatren al personaje, al autor y a su obra. Aunque no comparto esto, pienso que se trata de una historieta muy buena, hecha al mejor estilo que se podía pedir en la época, y con una mística que sobrevivió al paso de décadas enteras. En Buenos Aires, el campo de batalla imaginario, hay murales y pintadas de “El Eternauta” en varios lugares. También se han publicado secuelas, legales e ilegales, de la obra; e incluso HGO guionó una segunda parte en 1976, antes de ser detenido por las fuerzas represoras del gobierno, y es de esa segunda parte que nos vamos a ocupar más adelante, si Dios quiere.

jueves, 14 de mayo de 2009

El dolor, la verdad y la reconciliación

“In my country” (2004)


Esta es una película muy recomendable para todos quienes se interesan en esto que se conoce como “guerra sucia”; lamentablemente hay muchísimos casos para estudiar, y mi argentino país no escapa a las generales del caso. De hecho, la peli me interesó por los paralelos que podía trazar entre lo que contaba la ficción y lo que pasó en este hermoso y ensangrentado país del Cono Sur.

Aunque también se la titula “Country of My Skull” (literalmente “país de mi cráneo”), su título alternativo es “In my country” (literalmente, “En mi país”). Está basada en un libro escrito por la poetisa y periodista sudafricana Antjie Krog.

La película está ambientada en Sudáfrica, a los pocos años de que se aboliera allí el nefasto apartheid, implantado medio siglo antes por los blancos “boers” (descendientes de los colonos holandeses). Recordemos que este término designaba al sistema por el cual la minoría blanca de Sudáfrica tenía el monopolio de todos los resortes de la política, el gobierno y la sociedad en su conjunto. La población negra estaba confinada a tareas marginales, solo se le permitía una educación muy básica que le resultaba insuficiente para aspirar a empleos o puestos calificados. Como resultado, los espacios de poder le estaban negados, por lo cual no tenía manera de cambiar legalmente el sistema para obtener justicia. Sin educación y sin oportunidades, los negros (o “gente de color” como eufemísticamente dicen ahora) estaban dominados. Este sistema incluía detalles como la segregación cotidiana: un negro no podía compartir ciertos espacios públicos (como el transporte urbano o un banco en una plaza) con un blanco. Esto era el Apartheid, siglo XX después de Cristo. Quien quiera saber más, vea la Wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Apartheid

El caso es que este sistema llegó a su fin a mediados de la década del 90: el presidente blanco Frederik de Klerk asumió que había que dar vuelta la hoja e inició un proceso de reformas políticas que llevó a que en 1994 accediera a la presidencia el líder negro Nelson Mandela (premio Nobel de la Paz por su resistencia no violenta contra el Apartheid). En ese mismo año Mandela creó la llamada “Comisión para la Reconciliación y la Verdad”, y allí es donde comienza el filme.


Gran parte del filme transcurre durante las sesiones de la Comisión para la Reconciliación y la verdad"

Anna Malan es una periodista blanca, “boer”, obviamente, pero comprometida con el cambio que vive Sudáfrica. Su familia no está muy contenta con el fin del apartheid, porque opinan que los negros no están capacitados para conducir el país. Ana piensa distinto y se va a cubrir las sesiones de la Comisión para la Reconciliación y la Verdad. Esta Comisión tiene como objetivo esclarecer los casos de violaciones a los derechos humanos ocurridas durante el Apartheid, principalmente sobre torturas y asesinatos sufridos por la población negra. Pero también hay victimas blancas, pues para luchar contra los boers se infiltraban guerrillas negras desde los países limítrofes, que también cometieron abusos. Como se ve, el tema es espinoso y aquí es donde yo empiezo a establecer paralelos con lo que vivimos en Argentina y el resto de América del Sur durante largas décadas.

Anna (encarnada por la exquisita Juliette Binoche) viaja por todos los pueblos donde la Comisión va recibiendo denuncias y escuchando testimonios de atrocidades. En ese periplo Ana se encuentra con Langston Whitfield (Samuel L. Jackson), un periodista estadounidense que ha viajado para cubrir la labor de la Comisión. Al principio chocan, ya que Whitfield, por ser negro, siente que todos los blancos acusados de crímenes deberían ser castigados con la máxima, y mientras más, mejor. Ana, aunque defiende la idea de una Sudáfrica con igualdad de oportunidades para todos, opina que el camino está en la reconciliación, no en el castigo a mansalva: para eso hace falta perdonar, aunque duela. Anna se lo dice sin rodeos a Whitfield cuando se conocen: “no podemos saltar a un avión e irnos: debemos aprender a vivir juntos”.

Samuel L. Jackson y Juliette Binoche interpretan a dos periodistas: un norteamericano negro y una sudafricana blanca.

¿Es posible perdonar, cuando cada atrocidad que se expone a la Comisión supera a la anterior? ¿Quedar sin castigo los crímenes es justo? ¿Castigar no aviva rencores? Son preguntas que el espectador puede hacerse mientras corre el filme. La Comisión va de pueblo en pueblo, se instala en escuelas o salones comunitarios y allí escucha a quienes tengan acusaciones para hacer, y escucha también los alegatos de los acusados, que solicitan amnistía a cambio de admitir sus crímenes. Hay represores cínicos y hay otros que afirman estar arrepentidos, pero lo impactante es la actitud de las victimas. Yo me quedé con la sensación de que, en todo su dolor y su justa necesidad de justicia (valga la redundancia), las victimas no caían en el facilismo, sino que mantenían una dignidad intachable.

El represor De Jager representa el rostro más cruel del Apartheid.

La película sigue la labor de la Comisión, pero también las emociones de Anna y Whitfield, en lo tocante a la revelación de tantas verdades atroces como también a lo que sucede entre ellos. Anna está casada con un boer que es buena gente, y que la espera en casa mientras ella viaja; mientras que Whitfield tiene una familia en EEUU. Pero son un hombre y una mujer, ante todo. Junto a ellos viaja un simpático chofer negro, Dumi, que oficia de nexo entre las realidades de ambos personajes.

La intención del director John Boorman (inglés) es retratar la búsqueda de la verdad que hacen los sudafricanos, aunque en esa búsqueda deban mirar al horror a la cara. Es lo que hace Whitfield al entrevistar al siniestro represor De Jager (Brendan Gleeson), quien relata detalladamente sus acciones durante el apartheid. Sobre esa búsqueda se insinúa la necesidad de perdonar y de hecho es lo que se propone la Comisión para la Reconciliación y la Verdad: todo represor o criminal que confiese sus crímenes y se declare arrepentido puede solicitar la amnistía gubernamental, aunque es tarea de a Comisión establecer si esta amnistía se otorga o no. Difícil tarea, y en principio uno puede pensar “nada de amnistía: juicio y castigo, ni olvido ni perdón”. Pero no es tan fácil, porque victimas y victimarios están entremezclados, y hacia el final de la película se van cayendo algunas máscaras. Finalmente Anna hace la confesión: “yo sabía cosas, todos sabíamos cosas… pero no los detalles

Juliette Binoche está esplendida con sus cuarenta años: ¡que mujer bella! Hay una escena de baile que su personaje tiene con Dumi que nos permite apreciarla en toda su belleza. Samuel L. Jackson está bien en su rol del inconforme y rencoroso Whitfield, y Brendan Gleeson también cumple, dando vida al represor De Jager, que también solicita la amnistía, pues confiesa sus crímenes y se ampara en la “obediencia debida”.

Esta película me gustó principalmente por el retrato que hace de algo tan delicado como es la búsqueda de la verdad. Cuando esa verdad sale a la luz en toda su horrorosa dimensión ¿qué se hace? Me impresionó el concepto de “perdón”, que nace del concepto humanista africano ubuntu: el perdón no es olvido, sino reparación para restablecer una unidad rota por una mala acción. Es muy distinto de nuestro concepto occidental de crimen=castigo.

Decía que me interesaba establecer el paralelo entre lo que dice la película y lo que sucedió en Argentina. Aquí también hubo violaciones a los derechos humanos durante la década de 1970 y parte de los 80. En 1983 el flamante gobierno democrático instauró una comisión para esclarecer esos abusos, y el resultado fue el informe “Nunca más” y el juicio a las Juntas Militares. Muchos dicen que fue insuficiente, y que se absolvió a muchos militares subalternos que se ampararon en el concepto de “obediencia debida” (ellos solo "ejecutaron ordenes"). Dicen que se debería haber hecho un castigo más amplio y severo, y se niegan al olvido. “Hay que tener memoria”, dicen. En este punto me parece importante reflexionar sobre la utilidad de mantener latentes tantos odios y rencores; porque con esos condimentos la justicia ya no es justicia, es venganza. Y la venganza, como el odio, no resuelve el problema.