sábado, 29 de noviembre de 2008

Nuestra primera presidenta

“Isabel Perón” (2003)



Encontré este libro en un local de usados, a precio módico. Aparentemente no tuvo buena venta y de ahí que un gran lote haya ido a parar a las mesas de saldos; ¿o hay alguna mano negra que saquea los depósitos de las editoriales y revende libros al circuito de los usados? Hace dos día recién descubrí que mi libro tenía, bajo la solapa, una especie de chip; lo descubrí de la manera más desagradable, cuando traspuse un detector en una tienda y sonó la alarma, ante lo cual el guardia me pidió revisar el bolso y descubrió el libro. Entonces comprobamos que era eso lo que hacía sonar la alarma.

Pero vamos al libro en cuestión. Editado por Planeta en 2003, es un interesante texto que se centra en la figura de María Estela Martínez (“Isabelita”), esposa y luego viuda del carismático general Juan Domingo Perón, fundador del “peronist party”, como dicen los yankis. La autora es María Sáenz Quesada, una historiadora de ley, de esas que no improvisan discursos con 2 ideas encontradas en Internet, como hacen algunos pseudo historiadores actuales (al menos aquí en Argentina). Quesada ha integrado la publicación “Todo es Historia” y por su vocación y conocimiento ha dado clases en la Universidad de Belgrano. También ha escrito otros libros, varios de ellos centrados en torno a figuras femeninas de nuestro pasado nacional, como Mariquita Sánchez o las mujeres del entorno de Juan Manuel de Rosas. De modo que estamos ante una persona que se toma en serio su trabajo.

Para aquellos que leen el blog y no conocen quién es Isabel Perón (al fin y al cabo, no todos sabemos de todo), va una reseña: su figura está asociada invariablemente a Perón, a quien conoció cuando este jefe estaba exiliado en Panamá, después de haber sido derrocado en 1955. Se hizo íntima del entorno de Perón y viajó con él a España, donde ambos se casaron. Perón nunca se resignó a su suerte de exiliado y amparado en la lealtad casi unánime de toda la clase obrera argentina, dirigió la “resistencia peronista” contra todos los gobiernos (civiles y militares) que se sucedieron a partir de 1955. Finalmente, después de varias movidas en el tablero de ajedrez político, Perón volvió a Argentina y fue electo presidente: la primera sorpresa fue que nombró a Isabel como vicepresidente; la segunda sorpresa fue que Perón se murió a los nueves meses de mandato, dejando a su viuda como presidente de los argentinos; la tercera sorpresa es la menos sorpresiva de todas: Isabel no estaba preparada para el puesto y la situación del país llevó a que el 24 de marzo de 1976 los militares la derrocaran.

Para mí fue novedad encontrar un libro que hablara de Isabel Perón, ya que es un personaje de un pasado ya bastante lejano. Además su figura resulta opacada por la de aquellos que la destronaron y que iniciaron una dictadura militar nefasta, recordada por los excesos en la represión de la subversión y por las violaciones a los derechos humanos. Cuando en Argentina se habla de esa época, generalmente se empieza por el 24 de marzo de 1976, dedicando como mucho un párrafo al gobierno de Isabel, como para ambientar la cosa. Y nada más.

Quesada toma como eje la vida de Isabel, pero desde ahí va desgranando la historia política de Argentina a lo largo de casi tres décadas. Y está siempre presente el “otro eje”: Perón. Es él quien condiciona la trayectoria de Isabel y de Argentina toda. Será por eso que la autora arranca el libro con el capítulo 1 detallando la muerte de Perón; ese es el momento decisivo, el antes y el después.

A continuación, Quesada retrocede y en los capítulos 2 al 6 nos cuenta los primeros años de María Estela Martínez Cartas (tal el verdadero nombre de Isabel), avanzando en el tiempo. La vemos encontrarse con Perón y ligarse a él durante el exilio del caudillo; la vemos en sus limitaciones al ingresar en la política de mano de su flamante marido, hasta la muerte de este, ya relatada en el capítulo 1. A esas alturas, la violencia estaba marcando muy fuerte a la política argentina, y ni siquiera Perón podía controlarla. Le dejaba de herencia a Isabel un país fracturado y desangrandose; demasiado para una mujer que no tenía formación política previa y que su único mérito para ocupar tan alto cargo era ser “la señora de Perón”.

El capítulo 7 nos introduce en ese período tumultuoso de los veintiún meses de presidencia de Isabel, que desembocan en el golpe militar. Confieso que el libro hasta esta parte me había tenido medio insatisfecho, pero desde el capitulo 7 comencé a leerlo con voracidad, atrapado por el ritmo de los acontecimientos que narraba la autora. Veía cerrarse el cerco sobre el futuro de la Argentina de aquellos años, condicionada por los extremistas de uno y otro bando, que pretendían imponer por las armas su visión de la realidad. Veía también la miopía de tantos sectores que no supieron defender a la República y que luego (hasta el día de hoy), cuando vieron las consecuencias del putsch del 76, se anotaron en el listado de las victimas y sacaron título de enjuiciadores de los demás. No faltaron políticos y militares que buscaron hasta el final una salida al atolladero, incluso en la víspera del golpe, cuando se reunieron dirigentes partidarios y sindicalistas.

El capítulo 17 narra las últimas dos semanas antes del golpe militar, cuando ya todos sabían que vendría y la mayoría lo deseaba. La figura de Ricardo Balbín se agiganta cuando, ante la inminencia del alzamiento militar, anuncia por radio y TV “todos los incurables tienen cura cinco minutos antes de la muerte…desearía que los argentinos no empezáramos a contar ahora los cinco minutos”. Con lujo de detalles y abundante transcripción de diálogos, Quesada reconstruye esos últimos días de la República. Es de sumo interés el testimonio de los que participaron en el putsch, para saber qué pensaban, cuáles eran sus planes y sus intenciones. El capítulo finaliza con la detención de Isabel, primer paso del asalto de los militares el poder, y una reflexión ¿por qué Isabel se aferró a la presidencia, cuando muchos le pedían la renuncia para salvar a la República? La incapacidad de Isabel para manejar una situación que ni Perón pudo dominar hizo pensar a muchos que la única manera era convocar nuevas elecciones; pero cuando se fijó fecha para octubre de 1976 ya era tarde: los militares se preparaban para intervenir.

El capítulo 18 nos cuenta qué fue de Isabel desde el 24 de marzo de 1976, inicio de un cautiverio de cinco años, el más largo que haya enfrentado un presidente argentino, como lo dice la autora. Nos cuenta aquí los lugares donde estuvo detenida y las causas judiciales que se le iniciaron, hasta que fue liberada en 1981. Isabel pasó a España a vivir en el exilio, aunque mantuvo contactos con políticos en Argentina, especialmente desde el regreso de la democracia en 1983. Termina con cierta reparación histórica que se le hizo, incluyendo compensaciones económicas por ser una detenida por razones políticas.

Quesada cierra el libro con un capítulo extra: ¿Inocentes o culpables? No aplica estas opciones solamente a la presidente, sino a todos los dirigentes y también a las bases. Porque lo que sucedió en este país durante la década de 1970 es bastante más complejo de los razonamientos simplistas que se han impuesto en los últimos años. La República estaba atacada por la guerrilla extremista, tironeada por las corporaciones sindicales y empresarias, jaqueada por los militares, abandonada por amplios sectores de la población, que veían cada vez con mejores ojos la necesidad de una “mano fuerte” que tomara el timón. Isabel no era esa mano fuerte, es cierto, pero quienes tomaron el timón después se excedieron con la fuerza; Quesada no deja de decirlo, pero acota que a eso se llegó merced a un proceso histórico-político del que no solo los militares fueron responsables.

En definitiva, un buen libro, con abundantes notas al pie para consultar bibliografía. Se nota la intención clara de respaldar cada página con fuentes, algo que (insisto) no es virtud constante en los “nuevos historiadores que cuentan la historia que no nos contaron”. En cada capítulo hay una foto o collage de fotos, donde por lógica vemos a Isabel. Eso ayuda a ponerle rostro a esta historia que a los argentinos nos cuesta todavía asumir, y es ni más ni menos que la historia de nuestra primera presidente.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Otra del Che Guevara

“Che, Part 1” (2008)



Hombre controvertido, polémico, amado, detestado, recordado, nombrado y mostrado। Ernesto “Che” Guevara suma todos estos adjetivos y más, demostrando una vigencia que muy pocos alcanzan. Ni siquiera nuestros grandes próceres continentales, como San Martín o Bolívar se mantienen al día en la opinión pública como el Che. Si exceptuamos al Loco Chávez, que lo menciona a Bolívar hasta en la sopa, pobre don Simón.
En este contexto, sale una nueva película sobre Guevara, una más. Y lo novedoso es que se trata de una mini saga de dos filmes, así que estamos en presencia solo del primero de ellos. De ahí su título original de “Che, part one”, subnombrada “the argentine”.
Esta película cuenta la acción del Che en Cuba desde su llegada hasta la famosa batalla en Santa Clara, con el episodio del tren blindado incluido। La “part 2” lleva el subtítulo de “Guerrilla” y nos contará el resto de la odisea del Che, hasta su muerte en Bolivia, supongo।
Esta peli se acaba de estrenar en Argentina y se me ocurrió verla esta semana, porque hacía tiempo que no sentaba en el cine। Entre las opciones, “Che” era la más pasable, porque confieso que no me gusta el endiosamiento que hay acerca de la figura del médico-guerrillero. Y entré pensando que vería algo nuevo o distinto acerca de su figura: me equivoqué.
La película es una coproducción hispanonorteamericana dirigida por el yanki Steven Soderbergh, director de la recordada “Sexo, mentiras y video” y más recientemente de “Traffic”। Este director incorpora interesantes recursos visuales para contar una historia que ya han contado muchos. De este modo, mientras vemos al Che en la selva cubana, se intercalan imágenes en blanco y negro con movimientos de cámara y ángulos visuales muy novedosos, que nos hacen dar un salto en el tiempo para mostrarnos el viaje del guerrillero (ya como integrante del gobierno revolucionario cubano) a EEUU para hablar ante las Naciones Unidas. Estas son a mi juicio las mejores partes de la película, y en un primer momento llegué a creer que se trataba de material de archivo, tal es la apariencia de veracidad que transmiten esas imágenes. En estas secuencias es donde el portorriqueño Benicio del Toro consigue su mejor interpretación del Che, y podeis verlo en las fotos que acompañan este post: su apariencia, sus movimientos y su tono de voz son lo más cercano al Che verdadero.


Distinto es el caso del Che en la selva, donde Benicio luce un poquito panzón para ser alguien que vive y lucha a la intemperie, pasando privaciones y sufrimientos। Aquí su tono de voz se hace “castellano neutro” y no convence, pero zafa। En lo que sí falla Benicio es cuando usa el término “che”. Precisamente a Guevara sus compañeros comenzaron a llamarlo así porque él utilizaba a cada rato la muletilla “che”, básica en la oralidad argentina. Nosotros usamos “che” cotidianamente, de una forma natural, y esa naturalidad es la que le falta a Del Toro cuando dice “¡che!”, con fuerza, al punto que se parece al personaje de José “Pepitito” Marrone, que decía “¡ché!”. Tal vez Benicio debería haber estudiado un poco más a este vocablo en acción.
Debido a la coproducción de EEUU con España, podemos ver en el elenco a varios españoles y a otros latinoamericanos. El mexicano Demián Bichir interpreta a Fidel Castro, logrando captar sus gestos y su presencia pero no así su acento al hablar. La colombiana Catalina Sandino Moreno interpreta a Aleida March, la joven militante que se siente cautivada por el guerrillero y que después… no adelantemos, tal vez eso lo cuenten en la “part two”. Esta chica aporta su belleza para componer un personaje femenino que le pone hermosura a la guerra (en la foto la vemos junto al Che en pleno combate).
Por lo demás, y exceptuando esas escenas en blanco y negro que mencionamos, la película no tiene nada de novedoso। El filme parece destinado a realzar al Che como mito, ya que está idealizado: todas sus acciones y sus palabras expresan a cada rato su convicción revolucionaria y antiimperialista, no piensa en otra cosa. Argentina, su lugar de nacimiento, no aparece ni una sola vez en toda la película (yo esperaba que en las escenas de la ONU podría ser, pero nada): de modo que el subtítulo “the argentine” no tiene sentido. Pero no hay problema, porque no se ve a Guevara extrañando a su país natal o su familia o amigos. Una sola vez se lo ve tomando mate. No habla con nadie de temas de medicina, o de su familia. Una sola vez menciona a su esposa e hija que están en México. En definitiva se lo ve como una persona que “lucha sin descanso” no en sentido metafórico, sino literal. La película, entonces, falla en mostrarnos al ser humano, algo que aquí en Argentina los críticos revisionistas le critican a la historiografía oficial.
Creo que más valor tiene que los norteamericanos, cuyo gobierno ha sido ácidamente criticado por Guevara, sean los hacedores de este filme। Eso demuestra que, a pesar de toda la munición que les podamos tirar, los yankis son capaces de hacer películas donde ponen a sus enemigos ideológicos como héroes, y eso no es un mérito menor.
Me olvidaba: las escenas de combate están bien logradas, gracias a este estilo de “realismo bélico cinematográfico” que impuso la cinta “Rescatando al soldado Ryan”. Ángulos de cámara muy jugados, escenas rapidísimas, con cierto toque a tragicomedia. Rescato eso del filme, además de las escenas en Mueva York por el viaje a la ONU (allí se ve a furiosos ciudadanos gringos protestando contra el Che y su comunismo). Imperdible la parte en que Guevara se encuentra con McCarthy en Nueva York.
Para fanáticos del Che, de todo tipo। Los que conocen su historia encontrarán en esta película agua fresca para nutrir sus convicciones. Los que no conocen al Che pero igual lo admiran (que son la mayoría, a mi juicio), podrán en este film descubrir mucho del pensamiento de Guevara, pensamiento que él puso en práctica y gracias a lo cual ha ganado su lugar en la moderna mitología.
El Che es un luchador, un idealista (a esto apunta el filme) y por tanto una persona contradictoria: como cuando proclama que la primera cualidad del guerrillero debe ser “amar”, y después pregona “hemos fusilado, y seguiremos fusilando”. Razones para amarlo, temerlo o cuestionarlo, pero nunca pasar de lado ante su figura.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Judíos como ratones

"Maus" (2006)


Este es un libro muy particular: se trata de una novela gráfica, contada en formato de historieta (o “comic”, “tebeo”, etc)। Aunque ahora las editoriales largan más historietas recopiladas que antes (ni hablar del fenómeno “manga”), siguen siendo escogidas las obras historietadas que llegan a merecer convertirse en libro। Aquí en Argentina el ejemplo clásico es el “Eternauta” de Héctor Oesterheld y Francisco Solano Lopez, que fue publicada semanalmente en la década de 1950 y luego recopilada; sigue siendo la vaca sagrada de la historieta argentina.

“Maus” siguió un itinerario parecido. Su autor, Art Spiegelman, publicó en la revista “Raw” de su propiedad los capítulos de “Maus” a lo largo de 11 años (1980-1991). En 1986 recopiló la primera parte de su producción en un volumen subtitulado “Mi padre sangra historia”; siguió publicando los restantes capítulos y a estos los reunió en un segundo volumen: “Y aquí comenzaron mis problemas”. Con posterioridad se ha editado toda la obra en un sola entrega. Yo poseo la obra en dos tomos, publicada por Emecé Editores en 2006 con traducción de César Aira. Es una edición exclusiva para el mercado hispanohablante entero, excepto España.

¿De qué va (como dicen los españoles) esta obra? Se trata de un relato crudo acerca del genocidio hitleriano contra los judíos durante la Segunda Guerra Mundial। Hay muchos relatos acerca de este hecho histórico, algunos más luminosos que otros, y no son pocos los relatos lastimeros que solo pueden ser consumidos por un público ávido de golpes bajos y lágrimas fáciles.


No es fácil escribir (o dibujar) sobre esto, porque se puede caer en los lugares comunes, en la sensiblería, en la demonización lisa y llana, o en la negación total. Spiegelman enfrenta ese desafío provisto de un recurso de que no todos disponen: él cuenta la historia de su padre, por lo cual el título completo de la obra es “Maus, historia de un sobreviviente”. Esto lo libera de grandes problemas a la hora de plantear el guión con el cual abordar el Holocausto. Si yo tuviera que hacer una historieta sobre ese tema, no sabría por dónde empezar ni cómo seguir: es que se trata de un tema tan complejo, que no resulta fácil.

El enfoque, entonces, es el de Vladek Spiegelman, padre del autor. Se trata de una novela testimonial.

Pero hay un recurso novedoso: todos los personajes tienen cuerpo humano y cabeza de animal. No vemos rostros humanos, lo cual nos permite concentrarnos en los hechos sin ser atrapados por los gestos faciales de los protagonistas. Es que en el rostro los dibujantes solemos (perdón, “suelen”) volcar mucha subjetividad para tratar de influir en la simpatía del lector, recurso que en casos como este no sería lo mejor. ¿Qué rostros y expresiones deberían tener los personajes que atraviesan por tantas situaciones angustiantes?

Los judíos son ratones (“Maus” en alemán es “ratón”); los alemanes son gatos, y ya vemos el simbolismo con que Spiegelman dibuja la historia. Pero la fauna se completa con los polacos, retratados con cara de cerdo; los yankis con cara de perro; los ingleses como peces; y los franceses como ranas.

Resulta un poco difícil distinguir entre los personajes, pues las caras de ratón son muy similares, lo mismo que los otros animales. Spiegelman trata de ayudarnos diferenciando a los personajes a través de la ropa.

Sin embargo, y volviendo al tema de la ausencia de rostros, sería un error creer que los personajes, por ser ratones, no expresan emociones ni tienen identidad. ¡Vaya que la tienen! Y son muy emotivos; pero lo son en cuanto viven hechos que provocan las emociones.

La historia son dos historias. Se nos cuenta como Art va a visitar a su padre Vladek para grabar sus recuerdos y utilizar estos como fuente para el libro. Y entremezclado vemos los recuerdos de Vladek tal como sucedieron.

Es decir, por una parte asistimos en “Maus” al proceso por el cual Art fue creando “Maus”: vemos el proceso de creación por dentro. Eso es fascinante. Art entrevista a su padre Vladek para ir bocetando la historieta, y mientras tanto, vemos qué es de la vida de Vladek en ese momento, siendo ya un sobreviviente (esto ocurre en la década de 1970). La relación entre padre e hijo tiene sus altibajos, y a Art le cuesta aceptar muchas cosas de su padre, y fantasmas de su familia: Vladek y su esposa Anja (la mamá de Art) perdieron un hijo en el Holocausto, y después de la guerra, siendo Art un muchacho, ella se suicidó. Vladek ha sobrevivido a todo eso y en cierta manera Art trata de “sobrevivir” a su padre, que tiene ya las manías de la edad.

Cada capítulo generalmente sigue la misma estructura: Art va a visitar a su padre, y este comienza a recordar. Entonces vemos la historia de Vladek desde que conoce a Anja, en Polonia, y se casan. De a poco los “gatos” van ganando espacio y entonces los “ratones” judíos comienzan a verlo todo negro. Se suceden la invasión alemana a Polonia, las primeras restricciones, luego los guettos, las deportaciones a los campos de concentración y finalmente el horror de Auschwitz. Anja y Vladek pasan juntos por todas estas etapas, pues la historia es contada por Vladek, y para él es imposible soslayar a Anja. Aunque no se trata de una novelesca historia de amor, uno se queda pensando en ese sentimiento tan fuerte que hay entre Anja y Vladek, porque cuando todo se derrumba, sólo se tienen el uno al otro. Hay un momento culminante en el capítulo cinco (“Ratoneras”): “… hasta el último minuto debemos luchar juntos. Te necesito... ya verás que juntos sobreviviremos…siempre le decía eso”, recuerda Vladek.
Desfilan las miserias cotidianas de seres humanos lanzados unos contra otros: los gatos cazan ratones; los ratones se traicionan unos a otros; los “cerdos” (los polacos) se mueven entre la piedad por los ratones y el temor a los gatos. Hay cerdos que ayudan a los ratones, y hay otros que los denuncian ante los gatos, denunciando incluso a los cerdos que protegen ratones. Una verdadera maraña, prueba de todos los matices que puede alcanzar el espíritu humano en situaciones difíciles.

El relato es muy completo, pues Vladek ha visto y vivido muchas cosas. Como dije antes, lejos de los sentimentalismos baratos, Spiegelman nos pone frente a frente con el Holocausto y deja que lo miremos a los ojos, sin intermediarios. El efecto es contundente.

La historia de Vladek durante el Holocausto se complementa con la historia de lo que sucede entre él y su hijo Art, el cual parece no comprenderlo e incluso no soportarlo. Vladek ya es viejo y tiene mañas, mientras que Art quiere mantenerse independiente de sus problemas (los de Vladek). A veces parece que Art tiene problemas con su identidad: cuando habla con su padre, tiene cara de ratón; pero otras veces tiene cabeza humana y máscara de ratón, como si quisiera aparentar algo que en el fondo no es. Se dibuja a sí mismo yendo al psicólogo a hablar de estos problemas; se dibuja a sí mismo ante el tablero de dibujo bocetando “Maus” o decidiendo con qué animal identificar a tal país. Mientras tanto, Vladek rezonga con su nueva esposa (“Mala”) y la compara con la difunta Anja, mientras despotrica que a Mala solo le interesa el dinero. Vladek sigue sobreviviendo.

En resumen, un libro fascinante por lo novedoso y por el ángulo con que enfoca el genocidio cometido por los nazis. Pero también atrapa por la historia de ese ratón-judío que sobrevive treinta años después, entre su hijo prescindente, su segunda esposa, su el recuerdo de hijo muerto en los campos y el recuerdo también de su amada esposa con la cual afrontó los peores espantos.

El impacto de la obra llevó a que “Maus” ganara el Pulitzer, un prestigioso premio reservado para obras publicadas en EEUU. Después de “Maus” Art Spiegelman no ha producido otra obra de renombre, y en cierta manera, quedó atada a ella; su nombre se asocia a “Maus” a tal punto que en un episodio de Los Simpson aparece Spiegelman usando una careta de ratón. Curioso epílogo para tremenda “historia de un sobreviviente”.

Anexo: para saber un poco más
http://www.tebeosfera.com/documentos/documentos/maus:_la_historia_de_un_sobreviviente.html

viernes, 7 de noviembre de 2008

La vida y la muerte por Perón

“No habrá más penas ni olvido” (1983)




Yo diría que esta película es como un manual: sirve para entender una época de nuestra historia nacional, más concretamente el período anterior al golpe de estado de 1976 en Argentina. Eran los años en que la lucha armada no estaba mal vista, porque se la tomaba como una prolongación de la acción política. Y así nos fue.
En 1983 el director Héctor Olivera filmó está película, que está basada en la novela homónima de Osvaldo Soriano. La película se estrenó el 22 de septiembre de 1983, pocas semanas antes de las primeras elecciones con que Argentina retornaba a la democracia después de 7 años de dictadura militar.
Apenas comienza el filme, las clásicas letritas impresas en pantalla nos dicen que “la acción transcurre en una indeterminada provincia argentina”; y da la fecha: otoño de 1974. Anotemos ese dato.
Vemos un pueblito, tan pequeño que no hay intendente (o alcalde, como se dice en otros lugares del mundo): apenas hay un delegado municipal, Fuentes (Federico Luppi). Él es peronista, como casi todos los personajes: es una película sobre peronistas. Pero a don Fuentes lo quieren remover, acusándolo de “comunista”. Van desfilando los personajes típicos de ese pueblo que es arquetipo de muchos pueblos: Rodolfo Ranni es el regordete comisario Llanos, Miguel Ángel Solá es Juan, el preso de la carcel del pueblo, que entra y sale de la celda para hacer los mandados, Julio de Grazia y Patricio Contreras son los agentes García y Comini, etcétera. Imperdible el personaje de Ulises Dumont, Cerviño, el piloto que fumiga los campos con su avioneta bautizada “Torito”.
La movida contra Fuentes viene desde la cúpula del partido (peronista) y los encargados de hacerla cumplir son los “operadores” Reinaldo (Victor Laplace) y Suprino (Héctor Bidonde). Se prevé que Fuentes va a dejar el cargo sin chistar, pero no es así, de manera que las cosas se complican y de a poco la locura se apodera de todos. Entonces aparecen las armas, de un lado y del otro.
Casi toda la película se dedica a mostrar como la encarnizada resistencia de Fuentes, atrincherado con algunos leales en el edificio de gobierno municipal, dispara las reacciones de todos los elementos políticos que hay en el pueblo o que llegan desde afuera del mismo. Aparecen los elementos de la extrema derecha y de la extrema izquierda, y a ninguno se le caen las armas de la mano. Personajes que se conocían de toda la vida se lanzan al ataque mutuo, destrozándose. El final de esta verdadera batalla es a la vez inesperado y obvio. Así como lo digo.
También es un final estrictamente histórico, porque la tragedia que se desata en ese pueblo es una copia en miniatura de la tragedia que vivió mi país, lanzándose munición cada vez más grande hasta llegar al hondo encono y la atroz conclusión de que nos matamos de a miles entre nosotros, y con tanta saña como no cabe en la imaginación.


Y en medio de todo eso, por todas partes, Perón. Su nombre es la bandera que ondea en las trincheras de todos los bandos: todos dicen luchar por él. Esto también responde a la realidad, cuando los peronistas de izquierda, de centro y de derecha creían ser los “auténticos peronistas”, mientras calificaban a los otros como “falsos peronistas”. Perón está ahí, en el aire de la película, como lo estuvo mientras vivió en su agonizante tercer mandato presidencial, sin entender y sin poder controlar a todos los que apretaban el gatillo “defendiéndolo”.
Y Perón murió el 1º de julio de 1974, apenas comenzado el invierno. Por eso se me antoja que la ubicación temporal dada al inicio (“otoño de 1974”, es decir, de marzo a junio) pretende dar el mensaje de que tanta locura no era necesaria y que además no solucionaba nada, porque el ícono, el motivo de la lucha, estaba viviendo sus últimos días. Pero las fuerzas desatadas mientras él vivió siguieron azotando al país e hicieron de antesala para el período más negro: la dictadura militar de 1976.
Como dije al principio, con esta película se puede entender un período histórico. O mejor dicho, no sé si “entender”: ¿cómo entender que la víctima y el verdugo gritan “¡Viva Perón!” al mismo tiempo? Por algo en inglés el título de la película es “Funny Dirty Little War”, algo así como “Divertida y sucia guerrita”: un acierto la titulación.
A mi mismo me cuesta entender esos fanatismos, pero lo cierto es que así fue en la historia real. En todo caso, más que ayudar a entender, la película puede ayudar dando una pintura sobre el escenario, los personajes y los porqués de esa etapa. Pero habrá que seguir leyendo y reflexionando para entender.
Habrá que ponerse a reflexionar, digo, y es lo que “ellos” deberían haber hecho antes de empuñar las armas y empujar al país hacia la oscuridad.