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viernes, 2 de mayo de 2025

El jamón del sanguche

 Memorias de una adolescente


Querido Diario:

Mañana cumplo 15 años y ya recibí este diario. Empecé como ocho diarios íntimos en mi vida; a todos me los regalaron en distintos cumpleaños.

Así comienza "El jamón del sanguche", una entretenida historia narrada en primera persona por una adolescente como tantas y a la vez tan única: Cecilia.

Encontré este libro en una caja donde se amontonaban libros que algunas personas donan a las bibliotecas escolares. La caja estaba provisoriamente en la sala de profes, y llevado por mi debilidad hacia los libros me acerqué y revolví. Tomé este, le di una hojeada y me gustó, así que lo tomé prestado; lo leí y lo devolví, pero me gustó tanto que quise tenerlo en mi biblioteca personal. Por suerte, en un sitio de ventas oline de libros usados lo conseguí.

"El jamon del sanguche" en mis manos.

Graciela Bialet es la autora de esta simpática narración publicada por el Grupo Editorial Norma en la ciudad de Buenos Aires en el año 2008. Ella nació en Córdoba (Argentina) y se ha desempeñado como educadora en el nivel primario y terciario. Es autora de "Los sapos de la memoria", un libro (que no he leído aún) que indaga sobre la árte más horrible de la Historia Argentina reciente: la dictadura militar de 1976-1983 También ha participado de muchas maneras en espacios e instituciones que fomentan la lectura, y ha escrito mucho. Por lo tanto, Graciela Bialet es una persona que vale la pena leer, no sólo por su trayectoria profesional, sino porque sabe trabajar con las palabras. Esto, aunque parezca fácil, no lo es tanto.

Graciela Bialet (foto Editorial Norma)

La protagonista de esta historia es Cecilia, la quinceañera que recibe como regalo de cumpleaños un diario íntimo. Me recordó automáticamente a Ana Frank, quien recibió su "diario" de la misma forma.

Abro paréntesis. Pienso en cuánto marcó Ana Frank a la literatura en general y a este sub-género que es el diario personal. Pienso que su historia es ineludible cuando hablamos de escribir y expresar lo que sentimos. Cierro paréntesis.

Cecilia es hija adoptiva y no sólo eso: es hija única. Pero todo cambia cuando sus padres se separan y ella se llena de hermanos por parte de madre (y su nueva pareja) y por parte de padre (y su nueva pareja). Aquí es donde Cecilia, para escapar de ese agobio, se refugia en su diario personal, al que (como Ana Frank) bautiza con un nombre especial. A lo largo de las páginas que siguen vamos conociendo más y más de la vida cotidiana de Cecilia y también comenzamos a hacernos preguntas sobre ella y su pasado. Sin estridencias ni giros espectaculares la autora nos toma de la mano y nos hace caminar con Cecilia, a la que uno aprende a querer como esa hija que nunca tuvo.

Me gustó mucho la forma en que la autora escribe en primera persona, como si fuera la adolescente Cecilia. Es muy difícil ponerse en el lugar de otra persona para intentar expresarse sinceramente como si fuera esa persona, y aquí hablamos de una persona adulta (la autora) queriendo hablar como una adolescente (el personaje Cecilia): la barrera generacional nos muestra los límites de nuestras buenas intenciones, pues esto de "escribir como si fuésemos otros" me parece aún más complicado cuando los adultos queremos expresarnos en un lenguaje juvenil. No estoy seguro de que Graciela Bialet haya logrado imitar convincentemente el modo juvenil de expresarse, pero sí estoy seguro de que su prosa es fresca y Cecilia habla con una sinceridad y una soltura que le hacen cobrar vida: yo la sentía presente cuando leía sus palabras.

El libro tiene 222 páginas y está dividido en capítulos cortos, que siempre comienzan con Cecilia hablándole a su diario en una frase corta que resume su estado de ánimo. Las situaciones narradas son creíbles y el coro de personajes es bastante pintoresco. 

En resumen, creo que es un muy buen libro para adolescentes, que pueden sentirse identificados con Cecilia y las situaciones que le toca vivir. También es un buen libro para mamás y papás que buscan puentes hacia sus hijos, y en general para adultos que estén interesados en conocer la cultura juvenil y comprender a los jóvenes para ayudarlos a caminar por la vida. Soy profe de Nivel Medio y encontré este libro usado en una caja en la sala de profes de uno de los tres colegios en los que trabajo. Creo que no es casualidad.



domingo, 2 de agosto de 2009

Oesterheld se hace “Montonero”

“El Eternauta II” (1976)


Hace unos meses hablábamos aquí de la historieta “El Eternauta” y la definíamos como la vaca sagrada del comic argentino. No es exagerada esa calificación, pues los argentinos tenemos muchas historietas para mostrarle al mundo, pero “El Eternauta” tiene una fuerte carga simbólica y, con un poco de esfuerzo, se la puede utilizar para realizar lecturas ideológicas y adoctrinar así a las masas. Lo cual no quita que para muchos lectores de este país “El Eternauta” sea una buena historieta de aventuras y ciencia ficción y nada más. Ahí está la diferencia entre quien lee un comic intentando encontrar sentidos más profundos y quien lee solamente para pasar un buen rato y olvidarse de los problemas cotidianos.

"German, el guionista", frente a la casa de Juan Salvo

El padre de la criatura, Héctor German Oesterheld (HGO), captó esto y decidió que “El Eternauta” debía servir para que el lector encontrara un sentido profundo. Decidió dar un mensaje concreto en pos de una ideología política, y así fue como su criatura predilecta se transformó en instrumento de propaganda, despojado de toda inocencia o ambigüedad original. Esto sucedió en el año 1976, el año en que se publicó “El Eternauta II”.

La familia Salvo: Elena, Juan y Martita.

Para entender cómo la historia de Juan Salvo venía a dar un giro tan dramático con esta segunda parte hay que recapitular un poco. Recordemos que Salvo era un hombre de clase media de Buenos Aires (Arg) que una noche de 1957 veía abatirse una invasión extraterrestre. Enrolado en las milicias de defensa junto con sus amigos sobrevivientes, lucha bravamente contra las distintas razas que componen las fuerzas invasoras, solo para descubrir que todas ellas en realidad son simples peones de algo o alguien: “Ellos”, a quienes no se presenta nunca y que son los verdaderos jefes de la invasión. Salvo termina cayendo en otra dimensión espaciotemporal, y se convierte así en un viajero de la Eternidad (el “Eternauta”), un pobre hombre que viaja por el espacio y el tiempo buscando a su esposa Elena y su hija Martita. Toda esta historia Salvo se la narra a un guionista de historietas, alter ego de Oesterheld, una noche de 1959. Hasta aquí “El Eternauta” original.

El éxito comercial de este comic llevó a Oesterheld a fundar su propia editorial, la cual quebró cuando concluyeron las aventuras ilustradas de Salvo. Pese a eso, HGO Siguió explotando a su criatura, primero con una versión novelada y luego con una remake de la historieta original, esta vez ilustrada por Alberto Breccia. Ambos proyectos no lograron la aceptación del original. Paralelamente, la agitación política argentina de esos años movió a HGO a adherir a los movimientos armados que se inspiraban (entre otros) en el Che Guevara y que proponían la guerra de guerrillas como método válido de acceder al poder. Ya hemos hablado de la película “Che” en este blog, y podemos también recomendar “No habrá más penas ni olvido” (también comentada en este blog) para acercarnos al contexto de aquellos “años locos”.

El caso es que, durante la década del sesenta y del setenta diversos grupos armados llevaron a cabo atentados y acciones guerrilleras contra objetivos del gobierno argentino y de la sociedad civil: ataques a cuarteles militares y estaciones de policía, secuestro y asesinato de empresarios, sindicalistas y políticos acusados de “vendepatrias”, etc, etc. El gobierno respondió incrementando las acciones represivas legales y también las ilegales: en este contexto grupos parapoliciales y luego de las fuerzas del orden llevaron a cabo secuestros, detenciones ilegales, torturas y asesinatos, a los que camuflaban de “enfrentamientos”. Convencidos que el gobierno democrático no podía manejar la situación, los militares argentinos tomaron el poder en marzo de 1976, incrementando la represión contra la guerrilla hasta la derrota total de esta. Y en el proceso se dispararon las violaciones a los derechos humanos.

Esta tragedia entre argentinos golpeó a la familia Oesterheld. Las hijas de HGO, enroladas en los grupos armados extremistas, fueron secuestradas y “desaparecidas”, y el propio Oesterheld pasó a la clandestinidad. En esa condición escribió el guión de “El Eternauta II”, al cual Solano López le puso dibujos. El tinte ideológico que HGO le daba a la historieta lo alejaba radicalmente de la concepción original, y Solano López sospechó que fuera otro y no HGO quien hacía los guiones desde la clandestinidad.

En “El Eternauta” el tiempo es una variable que se modifica de golpe: en la Primera Parte Juan Salvo se aparece a “el guionista” en 1957… y al final del comic ya están en 1959 a pesar de que sólo ha pasado un día y una noche. Cuando comienza la Segunda Parte el tiempo salta de nuevo a 1976, y de ahí saltará de nuevo a otro tiempo sin fecha, y así sucesivamente. Si las películas yankis de la saga “Volver al Futuro” a veces retorcían el concepto de “tiempo”, en los guiones de HGO se lo retuerce mucho más.

"German", atrapado en los enriedos temporales de su propia historia.

En la Parte Uno Salvo relataba sus aventuras a “el guionista”, quien no tenía nombre pero que todos identificamos con HGO. En esta Parte Dos “el guionista” ya asume plenamente la identidad de HGO y se presenta como “Germán”. En un fragmento delicioso, Gérman teme quedar preso de la locura que supone el enriedo con el tiempo, ya que Salvo no recuerda nada de lo que ha vivido; entonces German cuenta que publicó las aventuras de Salvo en forma de historieta y que las llamó “El Eternauta”. Es un juego muy inteligente donde se confunden las ficciones y las realidades, porque German siente que está frente a un personaje de comic hecho carne y hueso.

El argumento parte de ahí, de ese enriedo de no saber exactamente quién, qué ni cuándo. De pronto Juan Salvo, su familia y German aparecen en otra línea temporal, donde Buenos Aires ha sido destruida y donde muchos sobrevivientes viven en cuevas, apenas cubiertos con taparrabos y utilizando lanzas como armas. Estos sobrevivientes, pomposamente bautizados como “El Pueblo de las Cuevas” (poca imaginación ahí) son extorsionados por los “Manos” para que los ayuden a construir una nave espacial que les permita abandonar el planeta. Aunque hay extorsión, el pacto no deja de tener sus beneficios, ya que el Pueblo de las Cuevas quedará libre, pero entonces Salvo se opone y propone comenzar la lucha armada contra los invasores que en realidad quieren irse. Los “Ellos”, sus lugartenientes los “Manos” y sus primitivas tropas se guarecen en un Fuerte que Salvo planea conquistar, y así se lleva a cabo la lucha del Pueblo de las Cuevas, liderado por Salvo, contra los invasores parapetados en el Fuerte. Este es el argumento con el que simbólicamente HGO quiso ensalzar la lucha de los guerrilleros de la facción “Montoneros” contra el gobierno argentino. He ahí, sencillamente, la propaganda ideológica hecha comic.

"El Pueblo de las Cuevas" al ataque: así también se aproximaban a su objetivo los guerrilleros "Montoneros" en quienes se inspiró Oesterheld.

Quienes han leído “El Eternauta” original no podrán dejar de percibir los cambios que HGO hizo para adecuar a su criatura dentro de los moldes requeridos por la propaganda. Si en la Parte Uno Juan Salvo era un hombre de clase media preocupado antes que nada por su esposa y su hija, ahora su obsesión es tomar el Fuerte; si antes Salvo se preocupaba por los milicianos que luchaban a su lado contra los invasores, ahora no vacila en sacrificar vidas en pos de sus planes; si antes había un “héroe grupal”, como dijimos al comentar la Parte Uno, ahora eso desaparece de un plumazo, pues Salvo se transforma en un ser raro, con poderes paranormales que le hacen ver y saber cosas que nadie más comprende. Este quizás sea el golpe más duro que Oesterheld le encaja su propia criatura. Del “héroe colectivo” pasa al verticalismo mas duro sin un pestañeo.

No hay mucho más para decir sobre el tema. No contaremos el final del comic, pero tiene algo de acartonado que lo acerca, paradójicamente, a las narraciones de acción típicas de Hollywood, en las que cuando todo parece perdido aparece la caballería y da vuelta la situación. Los sueños que HGO pone en boca del Pueblo de las Cuevas también son cursis, como decir “vamos a vivir en una casa, como la que vi en un libro”, o “la primera casa que hagamos será la escuela, lo suficientemente grande para que sea también colegio y universidad”. Son reflejos de ese discurso plagado de lugares comunes que proponen siempre las ideologías demagógicas y que ahora han cobrado vigencia nuevamente en Argentina. Creo que en esta Parte Dos, pese a todo el dramatismo que se despliega, falta la madurez que se veía en la Parte Uno. Pero comprometerse con ciertas ideologías acarrea eso: perder de vista los detalles y adoptar los trazos gruesos, que simplifican el retrato.

En el relato hay una transformación del personaje German, que quizás quiera reflejar la trasformación ideológica de Oesterheld. Si en la Parte Uno era Salvo en primera persona quien nos narraba todo, aquí es German quien lo hace. Se pinta a sí mismo como un ser solitario, nostálgico, y se toma el pelo. German está muy interesado en la opinión que de él pueda tener María, una adolescente del Pueblo de las Cuevas; no parece que sea un interés de hombre a mujer sino de padre a hija, y aquí recordamos que las hijas de HGO sufrieron en carne propia la violencia política de ese tiempo. En 1977 Oesterheld seguiría el mismo trágico destino, al ser secuestrado y “desaparecido”.

"German", alter ego de HGO, al comienzo y al final de esta segunda parte.

Este es “El Eternauta II, 1976”, que yo leí en una edición de 2007 (la primera, según dice) impresa por Doedyeditores, los mismos que publicaron el Eternauta original. Ellos se preocupan mucho de aclarar que es la “única edición legal autorizada por los autores”, así que vamos a anotar eso también. Solano Lopez vive aún, y los familiares deudos de HGO (su viuda) completan el colectivo que tiene los derechos de “El Eternauta”.

Interesante historieta para leer como parte de la saga de “El Eternauta” y para analizar en busca de huellas que den cuenta de la ideología del autor y su interpretación de la lucha armada de aquellos años. Los fanáticos del concepto de “héroe colectivo”, abstenerse.

viernes, 22 de mayo de 2009

La vaca sagrada del comic argentino

“El Eternauta” (1957)


Dicen que la historieta (comic, tebeo, quadrinho, como gusten llamarlo) es el noveno arte. Es tal la variedad de mensajes que puede transmitirse a través de este medio, que no vacilo en colocarlo en los primeros lugares en cuanto a llegada a las masas. Desde las historietas simples que alegran las páginas de los diarios, hasta los elaboradísimos comics estadounidenses, pasando por los “fanzines” hechos por aficionados, hay públicos para todo.

En la República Argentina parece existir un consenso en cuanto a que el referente máximo de la historieta es “El Eternauta”. Así parece ser por la convocatoria que tuvo cuando se publicó y por los rastros imborrables que ha dejado en el imaginario cultural colectivo. Pero pienso que tampoco debe descartarse el peso que tiene el autor de la obra y su trágica suerte. En efecto, Héctor German Oesterheld, el guionista y co-creador de “El Eternauta”, se adhirió a la lucha ideológica de los años 70 y fue secuestrado, permaneciendo hasta el día de hoy como “desaparecido”. Los destinos trágicos o muertes violentas ejercen atracción sobre muchos públicos: sea James Dean, Carlos Gardel, el Che Guevara o Lady Di, una muerte prematura aporta un plus al carisma que esa persona ejerció en vida. Tal vez eso pase con Oesterheld y su obra.

Héctor German Oesterheld (en adelante, HGO, como también se le conoce) había comenzado su trabajo como guionista en la década de 1950, y sus trabajos le permitieron fundar su propia empresa: Editorial Frontera, la cual lanzaba a la venta revistas de historietas como “Hora Cero” y “Frontera”. Allí HGO llevó el peso principal en cuanto a los guiones, y dio vida (en compañía de muy buenos dibujantes) a personajes luego célebres en el mundo de la historieta. Y en 1957, con dibujos del paraguayo Francisco Solano López, creó a su personaje más renombrado: “El Eternauta”.


Frente a frente, "el guionista" (izquierda) y Juan Salvo, "el Eternauta" (derecha).

Yo leí la edición “2007, 50 años”, publicada por Doedytores en formato 26x20 y de excelente calidad, con 352 páginas que recopilan todos los capítulos publicados en “Hora Cero”. La tapa aclara “Única edición legal autorizada por los autores”, ya que Solano Lopez aún vive, y los familiares de HGO también tienen parte en las ganancias de la franquicia. Hubo algunos líos legales, con ediciones apócrifas de “El Eternauta”, que quisieron ganar dinero aprovechando la popularidad siempre vigente del personaje, razón que ha llevado a la aclaración que les digo que figura en tapa.

Serializada en las páginas de la revista “Hora Cero”, la historia de “El Eternauta” fue muy bien recibida por el público gracias a lo novedoso de la trama, a la calidad del relato y los dibujos y también gracias a que abundaban referencias geográficas sobre lugares de la ciudad de Buenos Aires, donde sucedía la acción. Las entregas periódicas de “Hora Cero” se vendían como Pan Caliente gracias a “El Eternauta”, y cuando en 1959 HGO concluyó las aventuras del mítico personaje, las ventas cayeron a tal punto que dos años después Editorial Frontera quebró.

La historia de “El Eternauta” comienza cuando en 1957 (el año en que se publica la historieta) un viajero del tiempo se materializa frente a un guionista de historietas: exacto, se trata de HGO, aunque nunca se lo nombra como tal. El viajero del tiempo dice llamarse Juan Salvo pero también revela que se lo conoce como “El Eternauta”, es decir, “viajero de la eternidad”. Ese particular apodo se debe a que viaja de universo en universo a través del tiempo, envuelto en una búsqueda agonizante que le desgarra el alma: busca a su esposa Elena y a su hija Martita. ¿Cómo es que ha llegado a esa triste situación? Entonces Juan Salvo comienza su relato y a través de un “flashback” asistimos al inicio de su historia. Aquí viene lo que al público le resultó novedoso y excitante: una nevada mortal caía sobre la ciudad de Buenos Aires, y al parecer sobre otras partes del planeta, matando con el simple contacto. Juan Salvo, su familia y sus amigos, que se encuentran jugando al “truco” (el juego de naipes argentino por excelencia) van de a poco descubriendo lo que pasa: se trata del primer paso de una invasión extraterrestre. Luego aparecen los militares, quienes organizan a los sobrevivientes y tratan de llegar al centro de la ciudad, enfrentándose en rudas batallas con enemigos impensados: gigantescos insectoides (los “cascarudos”), humanos convertidos en zombies (los “hombres-robot”), majestuosos humanoides con infinidad de dedos (los “manos”), temibles bestias de gran tamaño (los “gurbos”), y todavía otros enemigos, los más temibles.

Paso a paso y sin apresurar el relato, se van narrando los combates que tienen lugar entre esos sobrevivientes y los invasores que he mencionado. Abundan las referencias a lugares de Buenos Aires, lo que sin duda contribuía a atrapar al lector, ayudándole a situar la acción en los mismos espacios físicos en que este se movía. Así como los estadounidenses sitúan siempre a sus ciudades como escenario de hipotéticas catástrofes, así HGO convirtió a Buenos Aires en campo de batalla donde se decidía el destino de la humanidad (así, con ese tono grandilocuente, lo explica “Favalli”, uno de los personajes). Esta referencia a lugares creo que tenía ese objetivo, brindar proximidad al lector y ayudarlo a construir la fantasía. Pero sucede que muchos estudiosos, lectores de la obra, han tomado por otro lado: para ellos HGO colocó esas referencias por alguna razón, y la historia no es sino la representación simbólica de la realidad argentina. Si los militares en “El Eternauta” fallan en expulsar a los invasores, es porque en la vida real han fallado en gobernar el país; si son incapaces de coordinar la tarea de los sobrevivientes, es un preanuncio de la derrota en la Guerra de las Malvinas, 30 años después; si aparece un protagonista que es obrero, es porque la clase trabajadora tomaba protagonismo en la política; si los invasores montan su base en la Plaza de los Dos Congresos, es porque el gobierno argentino es visto como opresor, y así sucesivamente, estos estudiosos van haciendo interpretaciones simbólicas. Uno de los editores del libro que leí, comenta la viñeta en que el ejército de sobrevivientes pasa frente a la Escuela de Mecánica de la Armada, lugar donde en los años 70 se llevarían a cabo las detenciones y torturas de los opositores al gobierno militar. En 1957 HGO no podía imaginar lo que iba a pasar allí, ni tampoco que él mismo iba a ser un “desaparecido”. Pero para este editor que les comento, el hecho de que HGO mencionara la ESMA encierra una “recodificación”: “¿puede seguir leyéndosela de la misma manera, conociendo los hechos que acaecieron después, tanto a la Argentina como a Oesterheld?”. Creo que aquí está el mayor problema de “El Eternauta”: que muchos quieren (como a la Biblia) hacerle decir lo que a ellos les parece. Entonces se han esforzado en entronizar a Juan Salvo como el símbolo de la resistencia. Porque siempre estamos resistiendo contra algo, aquí en el Cono Sur, incluso contra nosotros mismos.

El ejército de sobrevivientes a punto de atacar el estadio de River Plate.

Creo que “El Eternauta” es una publicación muy buena que explotó temas en boga en la década del 50: el miedo a los ataques nucleares; el misterio que generaba el universo en torno a nuestro planeta (todavía los terrícolas no habían llegado siquiera a la Luna); el respeto por los rápidos avances de la ciencia; la excitación de una posible invasión alienígena. En este comic se combinaron todos esos elementos, logrando enganchar al lector, y hay que reconocer el acierto de los autores en emplear este coctel. Pero debemos reflexionar acerca de la novedad de la idea de una invasión alienígena sobre nuestros propios hogares: medio siglo antes el inglés Herbert George Wells había publicado “La Guerra de los Mundos” (ambientada en su propia patria, evidentemente), y a partir de ahí, conciente o inconcientemente, muchos abrevaron de esa fuente. No podemos descartar a “El Eternauta” de esta relación. De todos modos, según cuenta Solano López en el prólogo a una secuela titulada “El Eternauta, Odio Cósmico”, la idea original de él y HGO era contar la invasión a la Tierra, que finalizaba cuando Juan Salvo saltaba a otra dimensión espacio-temporal; y debía venir una segunda parte donde se narraba la búsqueda de Salvo en pos de su hija y su esposa, a través de diversos mundos. De hecho, cuando Salvo se materializa frente a “el guionista”, le cuenta de su incesante búsqueda; pero esa segunda parte nunca se realizó tal cual fue pensada.

Lo lindo de “El Eternauta” es que estaba ambientada en la Argentina (mejor dicho, en la ciudad de Buenos Aires), siendo este tal vez su mayor atractivo. La primera batalla contra los invasores se lleva a cabo en la Avenida 9 de Julio, luego se lucha encarnizadamente por el control del estadio de futbol de River Plate, en Plaza Italia y la Plaza de los Dos Congresos, como dijimos. Todo esto es narrado en primera persona por Juan Salvo, quien le cuenta la historia al “guionista”. Como era común en las historietas argentinas de la época, los globos de texto ocupaban casi la mitad de la viñeta, y había “cartuchos” o recuadros de texto intercalados con los dibujos. Confieso que a veces se me hacía pesado, pues había mucho texto, siendo los dibujos meros complementos en muchas ocasiones. Pero no es un error de los autores, ese era el estilo.

De izquierda a derecha, vestidos de civil: Favalli, Pablo, Mosca y Franco.

Junto a Salvo estaban otros protagonistas: Elena y Martita, como dijimos, pero también Pablo (el chico que encuentran en la ferretería), Franco (el obrero), Mosca (el miliciano dedicado a historiador) y Favalli. Este último es profesor de física y amigo de Salvo, y es quien representa a “la ciencia”. Salvo tiene un respeto casi enfermizo por sus opiniones, y HGO pone en boca de Favalli largos discursos acerca de los invasores, sus motivaciones, la inutilidad de enfrentarlos (porque Favalli es un escéptico, aunque lucha hasta el final), etcétera. Entre todos forman “el héroe colectivo”, es decir, que luchan juntos. Aunque Salvo es “El Eternauta” y por lo tanto protagonista central, no es un superhéroe al estilo norteamericano, y su protagonismo no excluye a los demás. Franco es igual de valiente, Favalli es más inteligente, y Pablo es también temerario: son un grupo de sobrevivientes que luchan unidos, para salvarse o morir juntos. Ese es también un gran aporte de “El Eternauta”, y muchos fanáticos de esta historieta hacen hincapié en eso.

Este es “El Eternauta”, la vaca sagrada del comic argentino. Su vigencia ha llevado a que muchos idolatren al personaje, al autor y a su obra. Aunque no comparto esto, pienso que se trata de una historieta muy buena, hecha al mejor estilo que se podía pedir en la época, y con una mística que sobrevivió al paso de décadas enteras. En Buenos Aires, el campo de batalla imaginario, hay murales y pintadas de “El Eternauta” en varios lugares. También se han publicado secuelas, legales e ilegales, de la obra; e incluso HGO guionó una segunda parte en 1976, antes de ser detenido por las fuerzas represoras del gobierno, y es de esa segunda parte que nos vamos a ocupar más adelante, si Dios quiere.

viernes, 6 de febrero de 2009

Viaje al alma de John Whitelocke

“El delicado umbral de la tempestad” (2001)

En 1807 la Gran Bretaña y el Reino de España estaban tácitamente en guerra, merced a que el gobierno español era aliado del Imperio Francés. Esta guerra, llamada “Guerra de la Cuarta Coalición” (contra Napoleón) incluyó un hecho sorprendente: la más grande derrota de las tropas británicas en todo el período 1789-1815. En efecto, un ejército británico de 9.000 hombres fue batido y obligado a capitular por tropas mal preparadas, en su mayoría milicias, del Reino de España.

¿Dónde sucedió esto? En la pequeña ciudad americana de Buenos Aires, capital del virreinato español del Río de la Plata, es decir, en un teatro de operaciones secundario que los ingleses pretendían aprovechar, ya que no podían batir a Napoleón en territorio europeo. Para Londres fue un descalabro mayúsculo, para Napoleón una satisfacción extra, para España un motivo legítimo de gloria, y para los americanos del Río de la Plata el inicio del proceso independentista, aún balbuceante.

El delicado umbral de la tempestad” habla de esa derrota colosal y única que sufrieron los británicos. Decía que en Londres fue un descalabro mayúsculo, a tal punto que (como suele suceder en estos casos) los políticos y la opinión pública inglesa empezaron a pedir que alguien pagara por ello. Y lo más natural en situaciones como esta es que ruede la cabeza de algún jefe militar, a más grande, mejor. Y la cabeza que rodó en este caso fue la John Whitelocke, el comandante en jefe británico, responsable de la derrota y la capitulación. El tribunal lo encontró culpable de lo que quisieron, y lo degradaron y expulsaron con deshonor del ejército. No sé si en Gran Bretaña en algún otro momento de la historia algún otro habrá pagado tan caro los platos rotos como él.

Precisamente por eso, por el enigma que provoca la figura desgraciada de Whitelocke, el autor de este libro, Jorge Castelli, evoca la malograda campaña británica desde el punto de vista del jefe enemigo. En una novela sobre las Invasiones Inglesas los argentinos pondríamos protagonistas criollos: el francés Liniers, jefe de la defensa; algún miliciano de los “Patricios” (regimiento improvisado que se formó en esta campaña); Manuela Pedraza la tucumana, una mujer que combatió en las asoladas calles de Buenos Aires, etc. Pero sería raro que pusiéramos de protagonista tan luego al jefe enemigo. Sería como si un español hiciera una novela de la guerra de sus compatriotas contra los franceses en 1808-1812 y pusiera como protagonista a Murat o Ney; o que un venezolano al redactar una novela sobre la guerra de independencia pusiera de protagonista a Pablo Morillo. Puede pasar pero sería raro: lo normal es que uno ponga de protagonista y héroe a alguien del bando de uno.

Narrada en forma de novela, esta obra incorpora recursos para mí novedosos. Todo parte de labios de Whitelocke, como una confesión. La novela toda no es más que una larga y dolorosa confesión acerca del fracaso británico en Buenos Aires:

“¿Qué decir cuando se ha entregado el honor? ¿Qué palabras emplear para describir aquello que, por otra parte, el mundo no tiene interés en escuchar?
La victoria no requiere preguntas. La derrota, en cambio, está colmada de reclamos e interrogantes, pero las correspondientes respuestas son siempre insignificantes y avaras: la explicación real sobre mi fracaso al intentar la captura de la ciudad de Buenos Aires, sería juzgada en tal caso –y no lo dudo– como algo enteramente falto de sentido.
He traicionado a Inglaterra. He traicionado a mi Rey. En menos de cuarenta y ocho horas he traicionado a todas aquellas banderas que supe enarbolar a lo largo de mi vida.”

Ese es el enigma que la novela quiere abordar: ¿por qué un ejército profesional de 9.000 hombres, bien equipado y mejor motivado, con toda la preparación necesaria, capitula ante milicianos inexpertos y una chusma de vecindario armada con unos cuantos mosquetes, lanzas y ollas de agua caliente? ¿Por qué la lucha dura solo un día? ¿Por qué Whitelocke pierde la voluntad y abandona incluso las conquistas obtenidas en el Plata desde el año anterior? Son preguntas que muchos libros han tratado de responder, pero a través del análisis científico: se exponen criterios de índole militar. Se habla de la situación táctica, de la situación estratégica. Se citan fechas y cantidades. El autor de esta obra quiere responderlo desde otro lugar: desde el corazón de Whitelocke. Y como en ese caso no es posible el análisis científico, la ficción recoge el guante.

Jorge Castelli imagina largas charlas que Whitelocke tiene en su residencia con el único amigo que le queda, un tal “almirante Ashley”. No estoy seguro, pero me parece que se trata de un personaje imaginario, pues no encuentro información sobre él. Como sea, a Ashley solo lo percibimos porque Whitelocke, de cuando en cuando, lo menciona: este Ashley nada dice en todo el libro, las únicas palabras son las de su anfitrión, el jefe deshonrado.

Whitelocke, entre tragos y puros que convida a su amigo y se convida a sí mismo, reflexiona sobre la política británica; habla de la guerra y de lo que significa ser militar y obedecer ordenes; recuerda sus años de servicio en el Caribe (en donde, según los libros de historia, se destacó). En este último dato hay una clave para entender su forma de pensar, pero nada más diremos al respecto.

Nos cuenta también lo que vio y sintió en ese (para él) fatídico mes de julio de 1807, cuando protagonizó la mayor derrota británica del período que se abre con la Revolución Francesa y se cierra con la derrota definitiva de Napoleón en Waterloo. Cuando leemos nos adentramos en los pensamientos de Whitelocke, que el autor nos hilvana y desenreda con paciencia, haciendo un verdadero tratado sobre la psicología de este personaje en particular.

El momento culminante llega con la planificación del ataque a Buenos Aires. Whitelocke, como buen militar, analiza a su contrincante Liniers:

“Por todas las informaciones que había recogido sobre el francés Liniers, me hallaba en condiciones de asegurar algunas cosas con respecto a él. (…) Si yo estaba en lo cierto, el hombre no esperaría pacientemente que el enemigo cayese con su ejército como el agua sobre la ciudad, sino que saldría a enfrentarlo en batalla, a campo abierto. (…)
Auchmuty, aparentemente satisfecho con mis razonamientos, soltó una densa bocanada de humo y preguntó:
- ¿Y si Liniers no saliese a presentar batalla abierta?
- Saldrá. No se preocupe. Sé cómo piensa -respondí.
Auchmuty insistió.
- ¿Y si a pesar de resultar derrotado su ejército, Buenos Aires aún persistiese y decidiera no rendirse?
- Entonces bajaremos de los barcos los cañones gruesos -indiqué-. Lo haremos en las barbas mismas de la ciudad, a la vista general. Luego situaremos a la flota en posición de cañoneo. Tal vez realicemos uno o dos disparos. Se rendirán, sin lugar a dudas.
Pero el brigadier general Samuel Auchmuty parecía empeñado en desmejorar mi noche.
- ¿Y si aún así no se rindieran?
- Si aún así no se rindieran, brigadier -dije golpeando con el puño sobre la mesa-, podaré esta ciudad a cañonazos.”


Caricatura inglesa de 1808 acerca de la degradación de Whitelocke: el diablo le ofrece una pistola mientras le dice "si todavía tienes una chispa de coraje, toma esto".

Interesante obra narrativa que recomiendo muy seriamente. Al final uno puede sentir compasión por Whitelocke y su desgracia, porque en definitiva era un militar cumpliendo órdenes, pero es sabido que a las derrotas alguien tiene que cargarlas, y rara vez llevan esa carga los gobiernos que han iniciado las guerras.

Me falta decir que este libro lo publicó Editorial Sudamericana y que Jorge Castelli ganó el premio “La Nación” de Novela año 2000. Vuelvo a expresar mi pensamiento de que los premios en concursos literarios pueden ser motivo legítimo de orgullo, pero en definitiva son los lectores quienes tienen la última palabra. En este caso yo adhiero al veredicto del jurado y recomiendo su lectura. Para adentrarse en la mente militar, y en la tragedia particular de John Whitelocke, el soldado que protagonizó la mayor derrota militar del Imperio Británico en mucho tiempo.

viernes, 23 de enero de 2009

Anatomía profunda de un Chile lejano

“Mi país inventado” (2003)


Este es un librito pequeño pero muy interesante. Andaba yo por la Feria del Libro que todos los años se realiza en la Plaza San Martín de la ciudad de Córdoba (Argentina) en el mes de septiembre (visite Córdoba). Tenía ganas de comprar algo de Isabel Allende pero ese día el bolsillo no me daba para “Inés del alma mía” u otros títulos de la autora chilena. Entonces me concentré en la mesita de los “baratos” y encontré este libro, el cual comencé a hojear. Las páginas que recorrí me convencieron y me llevé el material. Se trata de una edición de 2007 publicada por Editorial Sudamericana en el sello. La tapa (o cubierta) está diseñada con una foto de Isabel Allende a los veinte años, una foto sencilla pero con pretensiones artísticas y que a mí me transmitió muchas cosas.

Mi país inventado” no es una novela como las que Isabel Allende ha escrito con tanta maestría. Se trata de un texto autobiográfico, en el cual la autora evoca a su patria que ha dejado atrás en la distancia. Allende ha evocado Chile muchas veces, como escenario de sus novelas, pero este texto tiene el sabor de la primera persona, de lo personal caído directamente sobre la hoja. En ese sentido me hizo recordar, con las salvedades del caso impuestas por la época histórica y las sociedades que describe, a ese otro gran relato autobiográfico que fue “Recuerdos de provincias”, de Domingo Faustino Sarmiento.

Allende da muestras de un equilibrio muy acertado al momento de emplear la nostalgia sobre su tierra. Ama Chile, pero eso no impide que critique (con calidad y calidez) lo que ella ve como defectos de su sociedad, y que deje en claro sus desacuerdos. Por ejemplo, en el capítulo titulado “País de esencias longitudinales” hace una descripción a grandes trazos de la geografía y gentes de Chile, y al llegar a la isla de Pascua dice:

En 1888 nos adjudicamos la misteriosa Isla de Pascua, el ombligo del mundo, o Rapanui, como se llama en el idioma pascuense. Está perdida en la inmensidad del océano Pacifico, a dos mil quinientas millas de distancia del Chile continental, más o menos a seis horas en avión desde Valparaíso o Tahití. No estoy segura de por qué nos pertenece. En esos tiempos bastaba que un capitán de barco plantara una bandera para apoderarse legalmente de una tajada del planeta, aunque sus habitantes, en este caso de de apacible raza polinésica, no estuvieran de acuerdo. Así lo hacían las naciones europeas; Chile no podía quedarse atrás.”

La autora evoca su infancia y no ahora letras para describir con minucia las costumbres que ella pudo observar, como por ejemplo la forma en que se hacía dulce de leche en el hogar. Nada escapa a sus recuerdos: costumbres, lugares, sucesos, etcétera. Ella, tal como lo dice, toma a su familia como hilo conductor para el relato, y así aparecen de a ratos los más diversos parientes, cuya presencia da pie para ampliar el relato hacia los costados, evocando y explicando infinidad de cosas. Para todo hay comentarios, la mayoría de los cuales demuestra un sentido del humor muy agudo y que a la vez es capaz de mover los recuerdos del propio lector y dejarlo pensando en quien sabe qué cosas.

Encontramos también pasajes referidos a la historia de Chile, y de qué manera esa historia influye en el sentir nacional actual. Por ejemplo, Isabel habla del racismo en su país y de ahí salta a la historia mapuche:

Aunque no quedan muchos indios puros –mas o menos un diez por ciento de la población- su sangre corre pos las venas de nuestro pueblo mestizo. (…) Estos indios, divididos en varias tribus, contribuyeron fuertemente a forjar el carácter nacional, aunque antes nadie que se respetara admitía la menor asociación con ellos; tenían fama de borrachos, perezosos y ladrones. (…) En los últimos años algunas tribus mapuches se han sublevado y el país no puede ignorarlos por más tiempo. En realidad los indios están de moda. No faltan intelectuales y ecologistas que andan buscando algún antepasado con lanza para engalanar su árbol genealógico; un heroico indigena en el árbol familiar viste mucho más que un enclenque marqués de amarillentos encajes, debilitado por la vida cortesana.”

Y hay otro párrafo dedicado a la admiración que sienten los chilenos por alemanes e ingleses. Confieso que fue esta página la que me motivo definitivamente a comprar el libro:

A los chilenos nos gustan los alemanes (…) pero en realidad procuramos imitar a los ingleses. Los admiramos tanto, que nos creemos los ingleses de América Latina, tal como consideramos que los ingleses son los chilenos de Europa. En la ridícula guerra de las Malvinas (1982) en vez de apoyar a los argentinos, que son nuestros vecinos, apoyamos a los británicos, a partir de lo cual la primera ministra Margaret Thatcher, se convirtió en amiga del alma del siniestro general Pinochet. América Latina nunca nos perdonará semejante mal paso.

A medida que pasan las páginas se encuentran retratos de la sociedad chilena de antaño y de la actualidad, con sus costumbres y formas de pensar। Aparecen las relaciones familiares, el aspecto religioso, el prestigio de las fuerzas armadas. A veces me parece que en el libro se describe a la Argentina, mi país, porque encuentro muchas similitudes en la forma de pensar, sobre todo en la humildad mezclada con arrogancia, en la admiración por lo extranjero mezclada con la soberbia del etnocentrismo, en la doble moral mezclada con la hipocresía. Los argentinos solemos creer que todos los defectos están en el sistema de gobierno, en los políticos, en el capitalismo, bla bla bla, lo que nos sirve de excusa para disimular nuestras propias metidas de pata sistemáticas. Al fin y al cabo a los políticos corruptos alguien los vota, alguien los catapulta desde abajo hacia arriba; pero no, creemos que al jurar el cargo automáticamente se hicieron corruptos, lo cual nos permite ponernos el disfraz de pueblo traicionado, haciendo el papel de victimas que tanto nos hemos medido. Muy pocos piensan que en realidad el presidente o ministro corrupto empezó siendo corrupto en el club de bochas, la cooperadora de la escuela, el centro vecinal o la parroquia.


Por eso para mí leer a Isabel Allende me resultó terapéutico. A causa de mi forma de pensar poco inclinada a la demagogia, llegué a temer que se me acusara de “enemigo del pueblo”, porque acá las acusaciones basadas en extremismos están a la orden del día. Lo peor es que yo mismo ya me estaba definiendo como una especie de antiargentino que criticaba al pueblo de mi patria. Pero al leer “Mi país inventado” me sentí tranquilizado y comprendido. Isabel Allende, como dije antes, no hace concesiones a la hora de criticar a sus compatriotas, pero eso no significa que odie Chile ni mucho menos, o que prefiera “lo que viene de afuera” (de hecho, esa admiración por lo foráneo, lo anglosajón, es una de las cosas que critica). Se trata de hacer una pintura con sombras y luces, imprescindibles para que el cuadro no quede desbalanceado.

Leyendo este libro me dieron más ganas de conocer Chile, un objetivo que planeo concretar antes de morir. Existe entre Chile y Argentina una relación muy especial: las disputas y debates por cuestiones de límites y soberanías no pierden vigencia, y cada país piensa que el otro le robó territorios. Eso es un clásico. Pero a la vez estamos muy unidos; el turismo y tránsito en general entre ambos países alienta la integración, pero las raíces de la hermandad chilenoargentina vienen desde antes de la independencia. Los patriotas chilenos fueron los primeros (y los únicos) que enviaron tropas en apoyo de los patriotas del Río de la Plata, en un momento en que las papas quemaban de verdad; luego el favor fue devuelto en 1813 cuando cordobeses y cuyanos bajo el mando de Las Heras cruzaron la cordillera de los Andes y lucharon codo a codo con los patriotas chilenos, soportando juntos la derrota y la retirada, mucho antes de que San Martín pudiera poner en marcha su inmortal Ejército de los Andes (en el que volvieron a pelear juntos chilenos y argentinos). Por otro lado, tenemos la segunda frontera común más larga del mundo y nunca llegamos a la guerra, aunque casi en 1978. Chile ha tenido guerras con sus otros vecinos (Bolivia y Perú) y Argentina con los suyos (Uruguay, Brasil, Paraguay y Bolivia), pero nunca entre ambos. Quiero creer que la frontera nos une más que nos separa.

Si usted quiere leer a Isabel Allende en un formato que no sea novela, este libro es la opción. Al mismo tiempo, si quiere adentrarse en Chile de la mano de las palabras, “Mi pais inventado” también es opción. La autora, que en la década del 70 tuvo que exiliarse y que desde hace mucho vive en EEUU, justifica el título diciendo que Chile para ella es algo en el corazón y en el alma más que en la realidad. De nuevo tenemos esa magia en las palabras que es característica de Isabel Allende.

jueves, 8 de enero de 2009

Arturo, el Emperador, Rusia y los españoles

“La sombra del águila” (1993)

Arturo Pérez Reverte es un hombre de abundante talento; no sólo eso: sabe como encarrilar ese talento y además (también hay que decirlo) ha tenido oportunidades para ello. No todos tienen oportunidad, pero los hay también quienes, teniéndolas, las desaprovechan. Por fortuna este no es el caso.

Pérez Reverte es un hombre de comunicación: nacido en Cartagena (de España) estudió periodismo y fue corresponsal de guerra: incluso cubrió la guerra de las Malvinas en 1982. Esta profesión influyó mucho en él, podría decirse, ya que lo llevó a fundar (en compañía de otro hombre llamado Vicente Talón) la revista “Defensa”, especializada en temas militares y de seguridad, de la cual soy seguidor, aunque a través de números atrasados, porque no llega con regularidad a Córdoba de la Nueva Andalucía.

Para ir resumiendo, después de su experiencia como corresponsal don Arturo se dedicó al mundo de la literatura. Se volcó con pasión a escribir obras ambientadas en épocas pasadas, del siglo XIX para atrás y podemos considerar a la saga del capitán Alatriste una buena muestra de ello. Recientemente (en 2007) publicó “Un día de cólera”, sobre el inicio del levantamiento popular español contra la ocupación francesa en 1808. “La sombra del águila” también se ubica en el contexto histórico de las guerras napoleónicas.

Publicada en 1993 por Alfaguara, yo la he pillado en una edición impresa en Argentina en el año 2004 por “Punto de lectura”, un sello editorial perteneciente al Grupo Santillana que edita libros de bolsillo en España e Hispanoamérica. La conseguí en la Feria del Libro de Córdoba y debo reconocer que decidí comprarla porque había visto mal el precio, resultando ser más caro de lo que había pensado. Pero igualmente no me arrepiento, porque lo he disfrutado mucho. Recientemente he descubierto que se encuentra completo en versión pdf, y que en el sitio web del diario El País de Madrid también está enterito; además, el que busque por la red lo va a encontrar seguro, por no hablar del E-Mule, donde seguramente está también.

Yendo al contenido podríamos decir que el tamaño del libro (de bolsillo) encaja perfecto con la historia, ni más ni menos; se trata de una historia simple que ya en la contratapa queda esbozada: durante la campaña napoleónica en Rusia (año de 1812) un batallón de españoles enrolados forzosamente en el ejército francés se lanza en plena batalla en pos del enemigo ruso. Lo que a Napoleón le parece un acto de heroísmo y grandeza capaz de conmover hasta las lágrimas, es en realidad algo mucho menos noble pero igualmente de vida o muerte: los españoles están tratando de desertar y unirse a los rusos en plena batalla, cuando los franceses no pueden impedirlo. Todos en Internet dicen que el libro se basa en un hecho verídico, pero no puedo encontrar referencias concretas que me digan cuándo y cómo y por quiénes sucedió aquello.

El librito gira casi enteramente en torno a ese hecho, la batalla de Sbodonovo, como la llama Pérez Reverte. La acción transcurre casi en tiempo real; podría decirse que el tiempo que se tarda en leer una línea es el tiempo que emplean los soldados españoles para recorrer un metro bajo el fuego de los cañones rusos, que no saben nada de su intento de deserción y creen (como Napoleón) que se les vienen encima con intenciones asesinas. Yo pensaba que el libro iba a arrancar con esa batalla y luego seguiría en otros escenarios, pero casi no es así. Salvo un par de escenas en Moscú y algo más, todo el libro transcurre en la batalla de Sbodonovo. Esto que a muchos les podría resultar pesado o exagerado, el autor lo resuelve manteniendo la expectativa paso a paso e intercalando sabrosos diálogos donde reina lo grotesco.

Además Pérez Reverte utiliza un recurso que yo identifico con él, pues lo encontré leyendo “Las aventuras del capitán Alatriste”. Se trata de contar la narración como si fuera un discurso oral y no tanto escrito. Eso significa hacer rodeos, contar las mismas cosas dos veces, o apuntalar el relato sobre situaciones que se supone ya conocidas por el receptor, teñir la narración toda con expresiones subjetivas donde se aprecia el humor del relator, hacer pausas o acelerar el relato mientras se avisa al público por qué se hace eso. También en los párrafos aparecen palabras textuales de los protagonistas que no están marcadas como tales, y que bien recuerdan (insisto) a los relatos orales, cuando uno cuenta a los demás algo con ayuda de gestos, cambios en la entonación y giros expresivos que todos entienden. Vaya un ejemplo, en el capítulo 3 (“La sugerencia del mariscal Murat”):

“Total. Que estábamos allá abajo, a dos palmos de las líneas rusas y aguantando candela mientras intentábamos pasarnos al enemigo como el que no quiere la cosa, y desde su colina, sin percatarse de nuestras intenciones, el Estado Mayor imperial nos tomaba por héroes. Los generales se miraban unos a otros sin dar crédito a lo que estaban viendo. Regardez, Dupont. Oh-la-la les espagnols, quien lo iba a decir. Siempre protestando, que si esta no es su guerra, que si vaya mierda de rancho, y ahora mírelos, atacando en plena derrota, con un par. Nomdedieu.”

Quien ocupa el lugar del narrador es uno de los protagonistas, un soldado del batallón, pero nunca deja ver su individualidad: no relata una sola acción en la que él sea protagonista; no dice “avancé”, “sonreí”, “me miró” o “me dijo”. No. Todo es plural: “nosotros manteniendo el paso”, “los pocos de nosotros que sabíamos nadar”, etc. Hay un insistente uso del colectivo, como si quien relata no fuera en definitiva un soldado, sino todo el batallón. Al mismo tiempo, el relato de lo que sucede en el lugar en que se encuentra Napoleón con sus generales, o cuando el Gran Mariscal se encuentra a solas con el jefe español, da la pauta de que se trata de un relator omnipresente, no reducido a una individualidad.

Y por todos lados, el humor particular con que Pérez Reverte condimenta sus relatos. Es para reír casi todo el tiempo, ya lo habréis percibido en el fragmento insertado más arriba. Y acá va otro, más cortito, del capítulo 9 (“Una noche en el Kremlin”):

“-Por lo menos -resumió el capitán, que se atizaba unos lingotazos de vodka horrorosos- seguimos vivos.
Era evidente. Seguíamos vivos todos, menos los muertos.”


El relato se disfruta, aunque lo disfruta más alguien que está mínimamente al tanto del tema: hay que saber qué pasaba con Napoleón y España, qué pasaba con la “Grande Armée”, quién era Goya (hay un bocadillo dedicado a él, que no tiene desperdicio), cosas así. Pero no significa que otros, menos entendidos, no puedan disfrutarlo. Al fin y al cabo, el disfrute no se rige por normas estrictas.

Pérez Reverte se burla de Napoleón y de su maquina de guerra a cada instante. Lo llama “Enano”, se mofa de su sistema de mando y pinta a sus generales como cobardes que esquivan la batalla todo lo que pueden, además de ser brutos. Si asumimos que el narrador es un soldado español o un colectivo que engloba a todos los soldados españoles de ese batallón, resultará comprensible tanto desdén. Al fin y al cabo, en guerra se vale ridiculizar al enemigo y hasta insultarlo en la cara, si se puede, en medio de la balacera. Otra cosa es que Bonaparte sea el personaje que este relato pinta. Tan ridículo no debe haber sido “el Enano” desde el momento en que puso de rodillas a la mayoría de los países europeos y los venció en tantas batallas que resulta aburrido enumerarlas.

Al mismo tiempo se nota en el relato un cariño por los soldados españoles, a los cuales Pérez Reverte pinta como personas simples, toscas, con valores sencillos, llenas de buen humor y de vida, además de valientes y capaces de grandes sacrificios por sus compañeros. Esto parece ser una constante en el autor, ya que descripciones semejantes aparecen en “El capitán Alatriste” y “Cabo Trafalgar”.

Por su brevedad y también por el ritmo atrapante, “La sombra del águila” se lee en pocos días. Ideal para disfrutar, sobre todo aquí en el Cono Sur porque ya estamos en tiempo de vacaciones (no sé cómo será en el hemisferio norte). Como he dicho, la versión digital está a mano también, pero al menos para mi no hay como el placer de dar vuelta la hoja. Sobre todo si en la pagina siguiente hay más Pérez Reverte.

sábado, 29 de noviembre de 2008

Nuestra primera presidenta

“Isabel Perón” (2003)



Encontré este libro en un local de usados, a precio módico. Aparentemente no tuvo buena venta y de ahí que un gran lote haya ido a parar a las mesas de saldos; ¿o hay alguna mano negra que saquea los depósitos de las editoriales y revende libros al circuito de los usados? Hace dos día recién descubrí que mi libro tenía, bajo la solapa, una especie de chip; lo descubrí de la manera más desagradable, cuando traspuse un detector en una tienda y sonó la alarma, ante lo cual el guardia me pidió revisar el bolso y descubrió el libro. Entonces comprobamos que era eso lo que hacía sonar la alarma.

Pero vamos al libro en cuestión. Editado por Planeta en 2003, es un interesante texto que se centra en la figura de María Estela Martínez (“Isabelita”), esposa y luego viuda del carismático general Juan Domingo Perón, fundador del “peronist party”, como dicen los yankis. La autora es María Sáenz Quesada, una historiadora de ley, de esas que no improvisan discursos con 2 ideas encontradas en Internet, como hacen algunos pseudo historiadores actuales (al menos aquí en Argentina). Quesada ha integrado la publicación “Todo es Historia” y por su vocación y conocimiento ha dado clases en la Universidad de Belgrano. También ha escrito otros libros, varios de ellos centrados en torno a figuras femeninas de nuestro pasado nacional, como Mariquita Sánchez o las mujeres del entorno de Juan Manuel de Rosas. De modo que estamos ante una persona que se toma en serio su trabajo.

Para aquellos que leen el blog y no conocen quién es Isabel Perón (al fin y al cabo, no todos sabemos de todo), va una reseña: su figura está asociada invariablemente a Perón, a quien conoció cuando este jefe estaba exiliado en Panamá, después de haber sido derrocado en 1955. Se hizo íntima del entorno de Perón y viajó con él a España, donde ambos se casaron. Perón nunca se resignó a su suerte de exiliado y amparado en la lealtad casi unánime de toda la clase obrera argentina, dirigió la “resistencia peronista” contra todos los gobiernos (civiles y militares) que se sucedieron a partir de 1955. Finalmente, después de varias movidas en el tablero de ajedrez político, Perón volvió a Argentina y fue electo presidente: la primera sorpresa fue que nombró a Isabel como vicepresidente; la segunda sorpresa fue que Perón se murió a los nueves meses de mandato, dejando a su viuda como presidente de los argentinos; la tercera sorpresa es la menos sorpresiva de todas: Isabel no estaba preparada para el puesto y la situación del país llevó a que el 24 de marzo de 1976 los militares la derrocaran.

Para mí fue novedad encontrar un libro que hablara de Isabel Perón, ya que es un personaje de un pasado ya bastante lejano. Además su figura resulta opacada por la de aquellos que la destronaron y que iniciaron una dictadura militar nefasta, recordada por los excesos en la represión de la subversión y por las violaciones a los derechos humanos. Cuando en Argentina se habla de esa época, generalmente se empieza por el 24 de marzo de 1976, dedicando como mucho un párrafo al gobierno de Isabel, como para ambientar la cosa. Y nada más.

Quesada toma como eje la vida de Isabel, pero desde ahí va desgranando la historia política de Argentina a lo largo de casi tres décadas. Y está siempre presente el “otro eje”: Perón. Es él quien condiciona la trayectoria de Isabel y de Argentina toda. Será por eso que la autora arranca el libro con el capítulo 1 detallando la muerte de Perón; ese es el momento decisivo, el antes y el después.

A continuación, Quesada retrocede y en los capítulos 2 al 6 nos cuenta los primeros años de María Estela Martínez Cartas (tal el verdadero nombre de Isabel), avanzando en el tiempo. La vemos encontrarse con Perón y ligarse a él durante el exilio del caudillo; la vemos en sus limitaciones al ingresar en la política de mano de su flamante marido, hasta la muerte de este, ya relatada en el capítulo 1. A esas alturas, la violencia estaba marcando muy fuerte a la política argentina, y ni siquiera Perón podía controlarla. Le dejaba de herencia a Isabel un país fracturado y desangrandose; demasiado para una mujer que no tenía formación política previa y que su único mérito para ocupar tan alto cargo era ser “la señora de Perón”.

El capítulo 7 nos introduce en ese período tumultuoso de los veintiún meses de presidencia de Isabel, que desembocan en el golpe militar. Confieso que el libro hasta esta parte me había tenido medio insatisfecho, pero desde el capitulo 7 comencé a leerlo con voracidad, atrapado por el ritmo de los acontecimientos que narraba la autora. Veía cerrarse el cerco sobre el futuro de la Argentina de aquellos años, condicionada por los extremistas de uno y otro bando, que pretendían imponer por las armas su visión de la realidad. Veía también la miopía de tantos sectores que no supieron defender a la República y que luego (hasta el día de hoy), cuando vieron las consecuencias del putsch del 76, se anotaron en el listado de las victimas y sacaron título de enjuiciadores de los demás. No faltaron políticos y militares que buscaron hasta el final una salida al atolladero, incluso en la víspera del golpe, cuando se reunieron dirigentes partidarios y sindicalistas.

El capítulo 17 narra las últimas dos semanas antes del golpe militar, cuando ya todos sabían que vendría y la mayoría lo deseaba. La figura de Ricardo Balbín se agiganta cuando, ante la inminencia del alzamiento militar, anuncia por radio y TV “todos los incurables tienen cura cinco minutos antes de la muerte…desearía que los argentinos no empezáramos a contar ahora los cinco minutos”. Con lujo de detalles y abundante transcripción de diálogos, Quesada reconstruye esos últimos días de la República. Es de sumo interés el testimonio de los que participaron en el putsch, para saber qué pensaban, cuáles eran sus planes y sus intenciones. El capítulo finaliza con la detención de Isabel, primer paso del asalto de los militares el poder, y una reflexión ¿por qué Isabel se aferró a la presidencia, cuando muchos le pedían la renuncia para salvar a la República? La incapacidad de Isabel para manejar una situación que ni Perón pudo dominar hizo pensar a muchos que la única manera era convocar nuevas elecciones; pero cuando se fijó fecha para octubre de 1976 ya era tarde: los militares se preparaban para intervenir.

El capítulo 18 nos cuenta qué fue de Isabel desde el 24 de marzo de 1976, inicio de un cautiverio de cinco años, el más largo que haya enfrentado un presidente argentino, como lo dice la autora. Nos cuenta aquí los lugares donde estuvo detenida y las causas judiciales que se le iniciaron, hasta que fue liberada en 1981. Isabel pasó a España a vivir en el exilio, aunque mantuvo contactos con políticos en Argentina, especialmente desde el regreso de la democracia en 1983. Termina con cierta reparación histórica que se le hizo, incluyendo compensaciones económicas por ser una detenida por razones políticas.

Quesada cierra el libro con un capítulo extra: ¿Inocentes o culpables? No aplica estas opciones solamente a la presidente, sino a todos los dirigentes y también a las bases. Porque lo que sucedió en este país durante la década de 1970 es bastante más complejo de los razonamientos simplistas que se han impuesto en los últimos años. La República estaba atacada por la guerrilla extremista, tironeada por las corporaciones sindicales y empresarias, jaqueada por los militares, abandonada por amplios sectores de la población, que veían cada vez con mejores ojos la necesidad de una “mano fuerte” que tomara el timón. Isabel no era esa mano fuerte, es cierto, pero quienes tomaron el timón después se excedieron con la fuerza; Quesada no deja de decirlo, pero acota que a eso se llegó merced a un proceso histórico-político del que no solo los militares fueron responsables.

En definitiva, un buen libro, con abundantes notas al pie para consultar bibliografía. Se nota la intención clara de respaldar cada página con fuentes, algo que (insisto) no es virtud constante en los “nuevos historiadores que cuentan la historia que no nos contaron”. En cada capítulo hay una foto o collage de fotos, donde por lógica vemos a Isabel. Eso ayuda a ponerle rostro a esta historia que a los argentinos nos cuesta todavía asumir, y es ni más ni menos que la historia de nuestra primera presidente.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Otra del Che Guevara

“Che, Part 1” (2008)



Hombre controvertido, polémico, amado, detestado, recordado, nombrado y mostrado। Ernesto “Che” Guevara suma todos estos adjetivos y más, demostrando una vigencia que muy pocos alcanzan. Ni siquiera nuestros grandes próceres continentales, como San Martín o Bolívar se mantienen al día en la opinión pública como el Che. Si exceptuamos al Loco Chávez, que lo menciona a Bolívar hasta en la sopa, pobre don Simón.
En este contexto, sale una nueva película sobre Guevara, una más. Y lo novedoso es que se trata de una mini saga de dos filmes, así que estamos en presencia solo del primero de ellos. De ahí su título original de “Che, part one”, subnombrada “the argentine”.
Esta película cuenta la acción del Che en Cuba desde su llegada hasta la famosa batalla en Santa Clara, con el episodio del tren blindado incluido। La “part 2” lleva el subtítulo de “Guerrilla” y nos contará el resto de la odisea del Che, hasta su muerte en Bolivia, supongo।
Esta peli se acaba de estrenar en Argentina y se me ocurrió verla esta semana, porque hacía tiempo que no sentaba en el cine। Entre las opciones, “Che” era la más pasable, porque confieso que no me gusta el endiosamiento que hay acerca de la figura del médico-guerrillero. Y entré pensando que vería algo nuevo o distinto acerca de su figura: me equivoqué.
La película es una coproducción hispanonorteamericana dirigida por el yanki Steven Soderbergh, director de la recordada “Sexo, mentiras y video” y más recientemente de “Traffic”। Este director incorpora interesantes recursos visuales para contar una historia que ya han contado muchos. De este modo, mientras vemos al Che en la selva cubana, se intercalan imágenes en blanco y negro con movimientos de cámara y ángulos visuales muy novedosos, que nos hacen dar un salto en el tiempo para mostrarnos el viaje del guerrillero (ya como integrante del gobierno revolucionario cubano) a EEUU para hablar ante las Naciones Unidas. Estas son a mi juicio las mejores partes de la película, y en un primer momento llegué a creer que se trataba de material de archivo, tal es la apariencia de veracidad que transmiten esas imágenes. En estas secuencias es donde el portorriqueño Benicio del Toro consigue su mejor interpretación del Che, y podeis verlo en las fotos que acompañan este post: su apariencia, sus movimientos y su tono de voz son lo más cercano al Che verdadero.


Distinto es el caso del Che en la selva, donde Benicio luce un poquito panzón para ser alguien que vive y lucha a la intemperie, pasando privaciones y sufrimientos। Aquí su tono de voz se hace “castellano neutro” y no convence, pero zafa। En lo que sí falla Benicio es cuando usa el término “che”. Precisamente a Guevara sus compañeros comenzaron a llamarlo así porque él utilizaba a cada rato la muletilla “che”, básica en la oralidad argentina. Nosotros usamos “che” cotidianamente, de una forma natural, y esa naturalidad es la que le falta a Del Toro cuando dice “¡che!”, con fuerza, al punto que se parece al personaje de José “Pepitito” Marrone, que decía “¡ché!”. Tal vez Benicio debería haber estudiado un poco más a este vocablo en acción.
Debido a la coproducción de EEUU con España, podemos ver en el elenco a varios españoles y a otros latinoamericanos. El mexicano Demián Bichir interpreta a Fidel Castro, logrando captar sus gestos y su presencia pero no así su acento al hablar. La colombiana Catalina Sandino Moreno interpreta a Aleida March, la joven militante que se siente cautivada por el guerrillero y que después… no adelantemos, tal vez eso lo cuenten en la “part two”. Esta chica aporta su belleza para componer un personaje femenino que le pone hermosura a la guerra (en la foto la vemos junto al Che en pleno combate).
Por lo demás, y exceptuando esas escenas en blanco y negro que mencionamos, la película no tiene nada de novedoso। El filme parece destinado a realzar al Che como mito, ya que está idealizado: todas sus acciones y sus palabras expresan a cada rato su convicción revolucionaria y antiimperialista, no piensa en otra cosa. Argentina, su lugar de nacimiento, no aparece ni una sola vez en toda la película (yo esperaba que en las escenas de la ONU podría ser, pero nada): de modo que el subtítulo “the argentine” no tiene sentido. Pero no hay problema, porque no se ve a Guevara extrañando a su país natal o su familia o amigos. Una sola vez se lo ve tomando mate. No habla con nadie de temas de medicina, o de su familia. Una sola vez menciona a su esposa e hija que están en México. En definitiva se lo ve como una persona que “lucha sin descanso” no en sentido metafórico, sino literal. La película, entonces, falla en mostrarnos al ser humano, algo que aquí en Argentina los críticos revisionistas le critican a la historiografía oficial.
Creo que más valor tiene que los norteamericanos, cuyo gobierno ha sido ácidamente criticado por Guevara, sean los hacedores de este filme। Eso demuestra que, a pesar de toda la munición que les podamos tirar, los yankis son capaces de hacer películas donde ponen a sus enemigos ideológicos como héroes, y eso no es un mérito menor.
Me olvidaba: las escenas de combate están bien logradas, gracias a este estilo de “realismo bélico cinematográfico” que impuso la cinta “Rescatando al soldado Ryan”. Ángulos de cámara muy jugados, escenas rapidísimas, con cierto toque a tragicomedia. Rescato eso del filme, además de las escenas en Mueva York por el viaje a la ONU (allí se ve a furiosos ciudadanos gringos protestando contra el Che y su comunismo). Imperdible la parte en que Guevara se encuentra con McCarthy en Nueva York.
Para fanáticos del Che, de todo tipo। Los que conocen su historia encontrarán en esta película agua fresca para nutrir sus convicciones. Los que no conocen al Che pero igual lo admiran (que son la mayoría, a mi juicio), podrán en este film descubrir mucho del pensamiento de Guevara, pensamiento que él puso en práctica y gracias a lo cual ha ganado su lugar en la moderna mitología.
El Che es un luchador, un idealista (a esto apunta el filme) y por tanto una persona contradictoria: como cuando proclama que la primera cualidad del guerrillero debe ser “amar”, y después pregona “hemos fusilado, y seguiremos fusilando”. Razones para amarlo, temerlo o cuestionarlo, pero nunca pasar de lado ante su figura.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Judíos como ratones

"Maus" (2006)


Este es un libro muy particular: se trata de una novela gráfica, contada en formato de historieta (o “comic”, “tebeo”, etc)। Aunque ahora las editoriales largan más historietas recopiladas que antes (ni hablar del fenómeno “manga”), siguen siendo escogidas las obras historietadas que llegan a merecer convertirse en libro। Aquí en Argentina el ejemplo clásico es el “Eternauta” de Héctor Oesterheld y Francisco Solano Lopez, que fue publicada semanalmente en la década de 1950 y luego recopilada; sigue siendo la vaca sagrada de la historieta argentina.

“Maus” siguió un itinerario parecido. Su autor, Art Spiegelman, publicó en la revista “Raw” de su propiedad los capítulos de “Maus” a lo largo de 11 años (1980-1991). En 1986 recopiló la primera parte de su producción en un volumen subtitulado “Mi padre sangra historia”; siguió publicando los restantes capítulos y a estos los reunió en un segundo volumen: “Y aquí comenzaron mis problemas”. Con posterioridad se ha editado toda la obra en un sola entrega. Yo poseo la obra en dos tomos, publicada por Emecé Editores en 2006 con traducción de César Aira. Es una edición exclusiva para el mercado hispanohablante entero, excepto España.

¿De qué va (como dicen los españoles) esta obra? Se trata de un relato crudo acerca del genocidio hitleriano contra los judíos durante la Segunda Guerra Mundial। Hay muchos relatos acerca de este hecho histórico, algunos más luminosos que otros, y no son pocos los relatos lastimeros que solo pueden ser consumidos por un público ávido de golpes bajos y lágrimas fáciles.


No es fácil escribir (o dibujar) sobre esto, porque se puede caer en los lugares comunes, en la sensiblería, en la demonización lisa y llana, o en la negación total. Spiegelman enfrenta ese desafío provisto de un recurso de que no todos disponen: él cuenta la historia de su padre, por lo cual el título completo de la obra es “Maus, historia de un sobreviviente”. Esto lo libera de grandes problemas a la hora de plantear el guión con el cual abordar el Holocausto. Si yo tuviera que hacer una historieta sobre ese tema, no sabría por dónde empezar ni cómo seguir: es que se trata de un tema tan complejo, que no resulta fácil.

El enfoque, entonces, es el de Vladek Spiegelman, padre del autor. Se trata de una novela testimonial.

Pero hay un recurso novedoso: todos los personajes tienen cuerpo humano y cabeza de animal. No vemos rostros humanos, lo cual nos permite concentrarnos en los hechos sin ser atrapados por los gestos faciales de los protagonistas. Es que en el rostro los dibujantes solemos (perdón, “suelen”) volcar mucha subjetividad para tratar de influir en la simpatía del lector, recurso que en casos como este no sería lo mejor. ¿Qué rostros y expresiones deberían tener los personajes que atraviesan por tantas situaciones angustiantes?

Los judíos son ratones (“Maus” en alemán es “ratón”); los alemanes son gatos, y ya vemos el simbolismo con que Spiegelman dibuja la historia. Pero la fauna se completa con los polacos, retratados con cara de cerdo; los yankis con cara de perro; los ingleses como peces; y los franceses como ranas.

Resulta un poco difícil distinguir entre los personajes, pues las caras de ratón son muy similares, lo mismo que los otros animales. Spiegelman trata de ayudarnos diferenciando a los personajes a través de la ropa.

Sin embargo, y volviendo al tema de la ausencia de rostros, sería un error creer que los personajes, por ser ratones, no expresan emociones ni tienen identidad. ¡Vaya que la tienen! Y son muy emotivos; pero lo son en cuanto viven hechos que provocan las emociones.

La historia son dos historias. Se nos cuenta como Art va a visitar a su padre Vladek para grabar sus recuerdos y utilizar estos como fuente para el libro. Y entremezclado vemos los recuerdos de Vladek tal como sucedieron.

Es decir, por una parte asistimos en “Maus” al proceso por el cual Art fue creando “Maus”: vemos el proceso de creación por dentro. Eso es fascinante. Art entrevista a su padre Vladek para ir bocetando la historieta, y mientras tanto, vemos qué es de la vida de Vladek en ese momento, siendo ya un sobreviviente (esto ocurre en la década de 1970). La relación entre padre e hijo tiene sus altibajos, y a Art le cuesta aceptar muchas cosas de su padre, y fantasmas de su familia: Vladek y su esposa Anja (la mamá de Art) perdieron un hijo en el Holocausto, y después de la guerra, siendo Art un muchacho, ella se suicidó. Vladek ha sobrevivido a todo eso y en cierta manera Art trata de “sobrevivir” a su padre, que tiene ya las manías de la edad.

Cada capítulo generalmente sigue la misma estructura: Art va a visitar a su padre, y este comienza a recordar. Entonces vemos la historia de Vladek desde que conoce a Anja, en Polonia, y se casan. De a poco los “gatos” van ganando espacio y entonces los “ratones” judíos comienzan a verlo todo negro. Se suceden la invasión alemana a Polonia, las primeras restricciones, luego los guettos, las deportaciones a los campos de concentración y finalmente el horror de Auschwitz. Anja y Vladek pasan juntos por todas estas etapas, pues la historia es contada por Vladek, y para él es imposible soslayar a Anja. Aunque no se trata de una novelesca historia de amor, uno se queda pensando en ese sentimiento tan fuerte que hay entre Anja y Vladek, porque cuando todo se derrumba, sólo se tienen el uno al otro. Hay un momento culminante en el capítulo cinco (“Ratoneras”): “… hasta el último minuto debemos luchar juntos. Te necesito... ya verás que juntos sobreviviremos…siempre le decía eso”, recuerda Vladek.
Desfilan las miserias cotidianas de seres humanos lanzados unos contra otros: los gatos cazan ratones; los ratones se traicionan unos a otros; los “cerdos” (los polacos) se mueven entre la piedad por los ratones y el temor a los gatos. Hay cerdos que ayudan a los ratones, y hay otros que los denuncian ante los gatos, denunciando incluso a los cerdos que protegen ratones. Una verdadera maraña, prueba de todos los matices que puede alcanzar el espíritu humano en situaciones difíciles.

El relato es muy completo, pues Vladek ha visto y vivido muchas cosas. Como dije antes, lejos de los sentimentalismos baratos, Spiegelman nos pone frente a frente con el Holocausto y deja que lo miremos a los ojos, sin intermediarios. El efecto es contundente.

La historia de Vladek durante el Holocausto se complementa con la historia de lo que sucede entre él y su hijo Art, el cual parece no comprenderlo e incluso no soportarlo. Vladek ya es viejo y tiene mañas, mientras que Art quiere mantenerse independiente de sus problemas (los de Vladek). A veces parece que Art tiene problemas con su identidad: cuando habla con su padre, tiene cara de ratón; pero otras veces tiene cabeza humana y máscara de ratón, como si quisiera aparentar algo que en el fondo no es. Se dibuja a sí mismo yendo al psicólogo a hablar de estos problemas; se dibuja a sí mismo ante el tablero de dibujo bocetando “Maus” o decidiendo con qué animal identificar a tal país. Mientras tanto, Vladek rezonga con su nueva esposa (“Mala”) y la compara con la difunta Anja, mientras despotrica que a Mala solo le interesa el dinero. Vladek sigue sobreviviendo.

En resumen, un libro fascinante por lo novedoso y por el ángulo con que enfoca el genocidio cometido por los nazis. Pero también atrapa por la historia de ese ratón-judío que sobrevive treinta años después, entre su hijo prescindente, su segunda esposa, su el recuerdo de hijo muerto en los campos y el recuerdo también de su amada esposa con la cual afrontó los peores espantos.

El impacto de la obra llevó a que “Maus” ganara el Pulitzer, un prestigioso premio reservado para obras publicadas en EEUU. Después de “Maus” Art Spiegelman no ha producido otra obra de renombre, y en cierta manera, quedó atada a ella; su nombre se asocia a “Maus” a tal punto que en un episodio de Los Simpson aparece Spiegelman usando una careta de ratón. Curioso epílogo para tremenda “historia de un sobreviviente”.

Anexo: para saber un poco más
http://www.tebeosfera.com/documentos/documentos/maus:_la_historia_de_un_sobreviviente.html

viernes, 24 de octubre de 2008

Lo mejor de la épica fantástica

“La Saga de los Confines”

Esta colección de tres títulos llamada “La Saga de los Confines” es, a mi humilde entender, de lo mejor que se ha escrito sobre épica fantástica y no solo en castellano. Durante tres meses, a razón de un volumen por mes, compré y leí la Saga entera, y estaba apasionado: me leía cada libro en tiempo record, máximo seis días, tal era la forma en que me atrapó. Ahí fue cuando hice el solemne juramento de recomendarlo con alma y vida a todo el que se me cruzara por el camino.
Esta Saga es obra de una mujer, Liliana Bodoc (ver foto debajo), nacida en Santa Fe y radicada en Mendoza. En el año 2000, con los originales bajo el brazo, se presentó a un editor y este quedó muy convencido: así fue que Editorial Norma publicó “Los días del Venado” en la colección “Otros mundos”. De inmediato el público se enganchó y quedó abierto el camino para publicar el resto de la Saga. Yo me encontré con este material a través de un sitio de Internet llamado Imaginaria (http://www.imaginaria.com.ar/) y con lo poco que leí ahí quise leer todo. Así fue que en enero de 2006 me traje a casa “Los días del Venado”, con el consecuente atrapamiento que ya he relatado.
El género épico cuenta historias de héroes que afrontan peligros, luchan batallas y defienden el bien (es decir, la causa en la que creen); este género es amplio y podemos ubicar aquí desde la Ilíada de Homero a La Guerra Gaucha de Leopoldo Lugones, por decir algo. En su variante fantástica la acción tiene lugar en mundos imaginarios, donde se mezclan seres reales con otros fabulosos, y donde la magia y lo sobrenatural tiene gran peso. Al hablar de este subgénero hay que remitirse obligadamente a la obra de JRR Tolkien, creador de todo un universo fantástico donde hay batallas, héroes y malvados por doquier. Ahí está “El Señor de los Anillos” para muestra.
Pero la obra de Bodoc no es copia de nada, ya que se inspira en un tema que los autores del género (mayoritariamente anglosajones) no frecuentan: la conquista de América precolombina. Agazapado en la saga de Bodoc se encuentra un imaginario que remite a ese proceso histórico, y pueden encontrarse huellas diversas, que ya veremos.
La acción transcurre en un continente llamado “Las Tierras Fértiles”, cuyo extremo sur se llama “Los Confines” y está habitado, entre otros, por la tribu de los husihuilkes. Precisamente uno de los jefes husihuilkes, llamado Dulkancellin, es llamado a un consejo de todos los pueblos de las Tierras Fértiles, en la lejana ciudad de Beleram. ¿Qué motiva esa asamblea continental? Pues nada menos que los signos de la magia y el cielo, los cuales hablan de la inminente llegada del mal a estas tierras. Entonces Dulkancellin deberá sumarse a quienes planean cómo enfrentar ese destino que se les viene encima; empresa que asumirá junto a sus hijos.
Posiblemente vosotros ya hayáis captado el guiño, y recreado en vuestras mentes el año 1492. De todos modos, como dije antes, la obra es de épica fantástica, y aunque necesariamente tiene anclajes en la realidad y la historia, no pretende relatar un hecho histórico. Ya sabemos que los pueblos precolombinos nunca fueron un todo que se enfrentó unido a los españoles. De todos modos, la forma del continente recuerda difusamente al contorno de América (ver el dibujo que se incluye en el libro):
Como sea, así comienza la Saga, que nos va llevando a través de las Tierras Fértiles con una prosa ágil, llena de poesía (valga la paradoja) y emoción. El corazón se encoge cuando la trama queda arrinconada en las batallas, única posibilidad de esos pueblos de resistir al Mal. El final de “Los días del Venado” es capaz de llevarlo a uno al borde de las lágrimas, y da un pase perfecto para empezar con “Los días de la Sombra”, el segundo título de la Saga. La historia se hilvana sin ningún problema de continuidad, con los mismos personajes en general, aunque de a ratos surgen situaciones nuevas que explican la historia desde otro costado. La lucha de los pueblos de las Tierras Fértiles (el “venado” del primer título) adquiere muchos aspectos, y va desde lo estrictamente guerrero hasta lo íntimo del corazón de las personas; desde la magia hasta el odio; desde los Confines hasta las Tierras Antiguas (el suelo desde donde parten los invasores, que son llamados “sideresios”).
Bodoc logra combinar en perfecta armonía todos estos elementos para contar una historia de grandezas y humillaciones, de heroísmos y traiciones, de canciones y de batallas, de imperios y de amores. Las páginas finales de cada libro son leídas con un nudo en la garganta y la impotencia de ser solo un lector que no puede cambiar el destino de esos seres que uno empieza a querer desde el principio.
La Saga finaliza con “Los días del Fuego”, y de a poco se van resolviendo las tramas que corren paralelas. La sensación que a uno le queda es que se acaba un mundo que debería ser para siempre, y en medio del fuego de las luchas se asiste a uno de los finales más épicos que han contado los bardos de todas las épocas.
Creo que el entusiasmo me ha tomado prisionero, por lo cual pido disculpas a ustedes. Pero me atrevo una vez más a recomendar esta Saga: cómprenla, búsquenla en alguna biblioteca, pídanla prestada; me atrevo a asegurar que les gustará tanto como a mí.

viernes, 17 de octubre de 2008

Los recuerdos de un presidiario francés

“Papillon” (1970)


Este es un libro que encontré fortuitamente: como sucede a veces, alguien donó a la parroquia un lote de libros que ya no necesitaba, generalmente muy viejos. Yo soy activo miembro de la parroquia y justo vi la caja con los libros caídos en desgracia, de modo que empecé a hurgar y me encontré con este “Papillón”, impreso por EMECÉ en 1970 (había salido en su idioma oficial en 1969). Se ve que tuvo gran éxito, pues en las primeras páginas se dice que la primera impresión fue en abril de 1970; la segunda impresión también en el mismo mes; y la tercera edición fue al mes siguiente.

Papillon” en idioma francés significa “Mariposa”, y alude a un tatuaje que tiene el protagonista; ese tatuaje con forma de mariposa ocasiona que a dicho protagonista se lo conozca también por el apodo de “Papillon”, aunque su nombre sea Henri Charriere.

Este es precisamente el nombre del autor: Charriere ha escrito un libro autobiográfico, colocándole como título su famoso apodo. Eso hace que el libro sea una pieza literaria única, por la minuciosidad con que están relatados hechos que sucedieron en la realidad.

Charriere no cuenta su vida en general sino una parte, pero esa parte vale por el resto: desde los 25 años (1931 o 1932) hasta los 37 años (en 1945), etapa en la cual afrontó una condena por el asesinato de un “macró” (por lo que he podido averiguar es un proxeneta o algo así). Papillon era un hombre de la noche, un “dandy”, y aunque juraba ser inocente, lo mandaron a la Guayana Francesa, en la costa norte de Sudamerica (al norte de Brasil). En el Primer Mundo mandaban (o mandan) a sus indeseables lejos, a la periferia, a purgar sus condenas. Bueno, al fin y al cabo en Argentina se acostumbraba mandar a los “peores” a Tierra del Fuego, también lejos.

Papillon va contando con lujo de detalles todos los momentos que vive en “el camino de la podredumbre”, como él le llama. Lo han condenado a perpetua, pero llevado de su espíritu indómito (al fin y al cabo es un hombre de la noche, no habituado a las ataduras) piensa desde el principio en fugarse. Al comienzo lo mueve el deseo de venganza, como en esta escena:

Han pasado treinta años y sin embargo mi pluma corre para recordar lo que realmente pensé en aquellos momentos de mi vida, sin el menor esfuerzo de memoria.
No, lo les haré nada a los jurados. ¿Pero al fiscal? ¡Ah! A ese hay que escarmentarlo. Para él tengo una receta siempre lista, tomada de Alejandro Duma. Actuar exactamente como en “El conde de Montecristo” con la víctima que había encerrado en el sótano para que reventara de hambre.


Y más adelante, cuando un cura viejo lo visita en su celda para asistirlo espiritualmente:

Sus ojos son tan dulces, su gruesa figura tiene tanta luminosa bondad, que tengo vergüenza de negarme (a rezar). Como él se ha arrodillado, lo imito. “Padre nuestro que estás en los cielos…”. Se me caen las lágrimas, y el buen padre, que las ve, recoge sobre mi mejilla, con un dedo torcido, una gruesa lágrima, la lleva a los labios y la bebe.
- Tus lágrimas, hijo, son para mí la más grande recompensa que Dios podía enviarme hoy a través de ti. Gracias.- Se levanta y me besa en la frente.
Estamos de nuevo en la cama, uno al lado del otro.
- ¿Cuánto tiempo hacía que no llorabas?
- Catorce años.
- Catorce años ¿Por qué?
- El día de la muerte de mi madre.
Toma mi mano en la suya y me dice: “Perdona a los que te han hecho sufrir tanto.” Saco mi mano de la suya y, de un brinco, me encuentro sin quererlo en el medio de la celda.
- ¡Ah no, eso no! Jamás perdonaré. ¿Y quiere que le confíe una cosa, padre? Bueno, cada día, cada noche, cada hora, cada minuto, paso mi tiempo disponiendo cuándo, cómo, de qué modo podré hacer morir a los que me enviaron aquí.
- Dices y crees eso, hijo. Tú eres joven, muy joven. Cuando pase el tiempo renunciarás al castigo y a la venganza.
Treinta y cuatro años después pienso como él.


Papillon pasa su condena en el presidio de Cayena y en las islas cercanas a la Guayana Francesa, en medio de condiciones generalmente atroces. Pero el relato no por eso se hace lastimero, sino que Charriere narra todo con suma tranquilidad, como si las cosas que cuenta fueran algo habitual, algo de todos los días; y en realidad era habitual para los condenados. En ese sentido, el que escribe es un condenado, de modo que su visión de los hechos lejos está del espanto: ¿cómo va a espantarse de leer y escribir cosas que él ha vivido? Ya su capacidad de espantarse quedó atrás:

Además, el relato, queriéndolo o sin querer, resulta cómico; cómico por la naturalidad con que relata cosas que para nosotros son motivo de escándalo:

Matthieu Carbonieri, de acuerdo conmigo, había aceptado ser cocinero despensero en el sector de los jefes de guardianes. (…) El jefe de provisiones le da tres conejos para que los prepare para dos días después, el domingo. Carbonieri envía despellejados, afortunadamente, un conejo a su hermano que está en el muelle y dos a nosotros. Después mata tres gatos grandotes y con ellos hace un guiso con todas las de la ley.
Desgraciadamente para él, el doctor está invitado a esta comida y al paladear el conejo dice: “Señor Filidori, lo felicito por su menú: este gato está delicioso”.
- No se burle de mí, doctor, estamos comiendo tres hermosos conejos.
- No –dice el doctor, testarudo como una mula-. Es gato. ¿Ve las costillas que estoy comiendo? Son planas, y las de los conejos son redondas. Por lo tanto, no hay error posible: estamos comiendo gato.
- ¡Dios Santo, Cristacho! –Exclama el corso-. ¡Tengo un gato en la barriga! –Y sale corriendo hacia la cocina, le pone el revólver a Matthieu bajo la nariz y le dice:
- Pese a que eres tan napoleonista como yo, te voy a matar por hacerme comer gato.
Entre relatos de la vida cotidiana, fuga e intentos de fuga, desfilan docenas de personajes, al punto que cuesta memorizarlos. Charriere no se detiene mucho en cada uno, pero aún así lo poco que nos cuenta sobre ellos alcanza para darles a esos personajes una fuerza y protagonismos de primera línea. Resalta un cierto culto a la amistad: la lealtad a los amigos está presente constantemente, y vence al egoísmo. Es un código de presidiarios, pero muy válido, y demuestra a su manera que hay un sentido del honor incluso en personas que han sido desechadas por la sociedad.

Aunque tal vez muchos de ustedes ya conozcan cómo termina el libro, prefiero no contar más para dejar el deseo de leerlo. Es bastante grueso, pero vale la pena. No hay ritmo acelerado en el relato de las aventuras, sino mucho detalle y pintura, pero eso no quita emoción a la propuesta literaria de Charriere. Este libro fue adaptado al cine en 1973 (con el protagónico de Steve Moqueen), y Editorial Bruguera publicó una historieta en su ya legendaria revista “El Tony” en 1980.
Un recomendado.

El jamón del sanguche

 Memorias de una adolescente Querido Diario: Mañana cumplo 15 años y ya recibí este diario. Empecé como ocho diarios íntimos en mi vida; a t...