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domingo, 2 de agosto de 2009

Oesterheld se hace “Montonero”

“El Eternauta II” (1976)


Hace unos meses hablábamos aquí de la historieta “El Eternauta” y la definíamos como la vaca sagrada del comic argentino. No es exagerada esa calificación, pues los argentinos tenemos muchas historietas para mostrarle al mundo, pero “El Eternauta” tiene una fuerte carga simbólica y, con un poco de esfuerzo, se la puede utilizar para realizar lecturas ideológicas y adoctrinar así a las masas. Lo cual no quita que para muchos lectores de este país “El Eternauta” sea una buena historieta de aventuras y ciencia ficción y nada más. Ahí está la diferencia entre quien lee un comic intentando encontrar sentidos más profundos y quien lee solamente para pasar un buen rato y olvidarse de los problemas cotidianos.

"German, el guionista", frente a la casa de Juan Salvo

El padre de la criatura, Héctor German Oesterheld (HGO), captó esto y decidió que “El Eternauta” debía servir para que el lector encontrara un sentido profundo. Decidió dar un mensaje concreto en pos de una ideología política, y así fue como su criatura predilecta se transformó en instrumento de propaganda, despojado de toda inocencia o ambigüedad original. Esto sucedió en el año 1976, el año en que se publicó “El Eternauta II”.

La familia Salvo: Elena, Juan y Martita.

Para entender cómo la historia de Juan Salvo venía a dar un giro tan dramático con esta segunda parte hay que recapitular un poco. Recordemos que Salvo era un hombre de clase media de Buenos Aires (Arg) que una noche de 1957 veía abatirse una invasión extraterrestre. Enrolado en las milicias de defensa junto con sus amigos sobrevivientes, lucha bravamente contra las distintas razas que componen las fuerzas invasoras, solo para descubrir que todas ellas en realidad son simples peones de algo o alguien: “Ellos”, a quienes no se presenta nunca y que son los verdaderos jefes de la invasión. Salvo termina cayendo en otra dimensión espaciotemporal, y se convierte así en un viajero de la Eternidad (el “Eternauta”), un pobre hombre que viaja por el espacio y el tiempo buscando a su esposa Elena y su hija Martita. Toda esta historia Salvo se la narra a un guionista de historietas, alter ego de Oesterheld, una noche de 1959. Hasta aquí “El Eternauta” original.

El éxito comercial de este comic llevó a Oesterheld a fundar su propia editorial, la cual quebró cuando concluyeron las aventuras ilustradas de Salvo. Pese a eso, HGO Siguió explotando a su criatura, primero con una versión novelada y luego con una remake de la historieta original, esta vez ilustrada por Alberto Breccia. Ambos proyectos no lograron la aceptación del original. Paralelamente, la agitación política argentina de esos años movió a HGO a adherir a los movimientos armados que se inspiraban (entre otros) en el Che Guevara y que proponían la guerra de guerrillas como método válido de acceder al poder. Ya hemos hablado de la película “Che” en este blog, y podemos también recomendar “No habrá más penas ni olvido” (también comentada en este blog) para acercarnos al contexto de aquellos “años locos”.

El caso es que, durante la década del sesenta y del setenta diversos grupos armados llevaron a cabo atentados y acciones guerrilleras contra objetivos del gobierno argentino y de la sociedad civil: ataques a cuarteles militares y estaciones de policía, secuestro y asesinato de empresarios, sindicalistas y políticos acusados de “vendepatrias”, etc, etc. El gobierno respondió incrementando las acciones represivas legales y también las ilegales: en este contexto grupos parapoliciales y luego de las fuerzas del orden llevaron a cabo secuestros, detenciones ilegales, torturas y asesinatos, a los que camuflaban de “enfrentamientos”. Convencidos que el gobierno democrático no podía manejar la situación, los militares argentinos tomaron el poder en marzo de 1976, incrementando la represión contra la guerrilla hasta la derrota total de esta. Y en el proceso se dispararon las violaciones a los derechos humanos.

Esta tragedia entre argentinos golpeó a la familia Oesterheld. Las hijas de HGO, enroladas en los grupos armados extremistas, fueron secuestradas y “desaparecidas”, y el propio Oesterheld pasó a la clandestinidad. En esa condición escribió el guión de “El Eternauta II”, al cual Solano López le puso dibujos. El tinte ideológico que HGO le daba a la historieta lo alejaba radicalmente de la concepción original, y Solano López sospechó que fuera otro y no HGO quien hacía los guiones desde la clandestinidad.

En “El Eternauta” el tiempo es una variable que se modifica de golpe: en la Primera Parte Juan Salvo se aparece a “el guionista” en 1957… y al final del comic ya están en 1959 a pesar de que sólo ha pasado un día y una noche. Cuando comienza la Segunda Parte el tiempo salta de nuevo a 1976, y de ahí saltará de nuevo a otro tiempo sin fecha, y así sucesivamente. Si las películas yankis de la saga “Volver al Futuro” a veces retorcían el concepto de “tiempo”, en los guiones de HGO se lo retuerce mucho más.

"German", atrapado en los enriedos temporales de su propia historia.

En la Parte Uno Salvo relataba sus aventuras a “el guionista”, quien no tenía nombre pero que todos identificamos con HGO. En esta Parte Dos “el guionista” ya asume plenamente la identidad de HGO y se presenta como “Germán”. En un fragmento delicioso, Gérman teme quedar preso de la locura que supone el enriedo con el tiempo, ya que Salvo no recuerda nada de lo que ha vivido; entonces German cuenta que publicó las aventuras de Salvo en forma de historieta y que las llamó “El Eternauta”. Es un juego muy inteligente donde se confunden las ficciones y las realidades, porque German siente que está frente a un personaje de comic hecho carne y hueso.

El argumento parte de ahí, de ese enriedo de no saber exactamente quién, qué ni cuándo. De pronto Juan Salvo, su familia y German aparecen en otra línea temporal, donde Buenos Aires ha sido destruida y donde muchos sobrevivientes viven en cuevas, apenas cubiertos con taparrabos y utilizando lanzas como armas. Estos sobrevivientes, pomposamente bautizados como “El Pueblo de las Cuevas” (poca imaginación ahí) son extorsionados por los “Manos” para que los ayuden a construir una nave espacial que les permita abandonar el planeta. Aunque hay extorsión, el pacto no deja de tener sus beneficios, ya que el Pueblo de las Cuevas quedará libre, pero entonces Salvo se opone y propone comenzar la lucha armada contra los invasores que en realidad quieren irse. Los “Ellos”, sus lugartenientes los “Manos” y sus primitivas tropas se guarecen en un Fuerte que Salvo planea conquistar, y así se lleva a cabo la lucha del Pueblo de las Cuevas, liderado por Salvo, contra los invasores parapetados en el Fuerte. Este es el argumento con el que simbólicamente HGO quiso ensalzar la lucha de los guerrilleros de la facción “Montoneros” contra el gobierno argentino. He ahí, sencillamente, la propaganda ideológica hecha comic.

"El Pueblo de las Cuevas" al ataque: así también se aproximaban a su objetivo los guerrilleros "Montoneros" en quienes se inspiró Oesterheld.

Quienes han leído “El Eternauta” original no podrán dejar de percibir los cambios que HGO hizo para adecuar a su criatura dentro de los moldes requeridos por la propaganda. Si en la Parte Uno Juan Salvo era un hombre de clase media preocupado antes que nada por su esposa y su hija, ahora su obsesión es tomar el Fuerte; si antes Salvo se preocupaba por los milicianos que luchaban a su lado contra los invasores, ahora no vacila en sacrificar vidas en pos de sus planes; si antes había un “héroe grupal”, como dijimos al comentar la Parte Uno, ahora eso desaparece de un plumazo, pues Salvo se transforma en un ser raro, con poderes paranormales que le hacen ver y saber cosas que nadie más comprende. Este quizás sea el golpe más duro que Oesterheld le encaja su propia criatura. Del “héroe colectivo” pasa al verticalismo mas duro sin un pestañeo.

No hay mucho más para decir sobre el tema. No contaremos el final del comic, pero tiene algo de acartonado que lo acerca, paradójicamente, a las narraciones de acción típicas de Hollywood, en las que cuando todo parece perdido aparece la caballería y da vuelta la situación. Los sueños que HGO pone en boca del Pueblo de las Cuevas también son cursis, como decir “vamos a vivir en una casa, como la que vi en un libro”, o “la primera casa que hagamos será la escuela, lo suficientemente grande para que sea también colegio y universidad”. Son reflejos de ese discurso plagado de lugares comunes que proponen siempre las ideologías demagógicas y que ahora han cobrado vigencia nuevamente en Argentina. Creo que en esta Parte Dos, pese a todo el dramatismo que se despliega, falta la madurez que se veía en la Parte Uno. Pero comprometerse con ciertas ideologías acarrea eso: perder de vista los detalles y adoptar los trazos gruesos, que simplifican el retrato.

En el relato hay una transformación del personaje German, que quizás quiera reflejar la trasformación ideológica de Oesterheld. Si en la Parte Uno era Salvo en primera persona quien nos narraba todo, aquí es German quien lo hace. Se pinta a sí mismo como un ser solitario, nostálgico, y se toma el pelo. German está muy interesado en la opinión que de él pueda tener María, una adolescente del Pueblo de las Cuevas; no parece que sea un interés de hombre a mujer sino de padre a hija, y aquí recordamos que las hijas de HGO sufrieron en carne propia la violencia política de ese tiempo. En 1977 Oesterheld seguiría el mismo trágico destino, al ser secuestrado y “desaparecido”.

"German", alter ego de HGO, al comienzo y al final de esta segunda parte.

Este es “El Eternauta II, 1976”, que yo leí en una edición de 2007 (la primera, según dice) impresa por Doedyeditores, los mismos que publicaron el Eternauta original. Ellos se preocupan mucho de aclarar que es la “única edición legal autorizada por los autores”, así que vamos a anotar eso también. Solano Lopez vive aún, y los familiares deudos de HGO (su viuda) completan el colectivo que tiene los derechos de “El Eternauta”.

Interesante historieta para leer como parte de la saga de “El Eternauta” y para analizar en busca de huellas que den cuenta de la ideología del autor y su interpretación de la lucha armada de aquellos años. Los fanáticos del concepto de “héroe colectivo”, abstenerse.

martes, 7 de julio de 2009

Las naciones sean unidas

“Mi mejor enemigo” (2005)


Ese año fue difícil, en mi barrio había desconfianza, temor, hubo amigos que dejaron de hablarse, otros fueron detenidos y no los vimos mas. Exilio, la palabra comenzó a rodar, en medio de todo eso estaba yo, un pelado conscripto.”

Así comienza, con un relato en off, la película “Mi mejor enemigo”, un filme interesante por animarse a plantear un tema que (por lo que sé) no había sido abordado por el cine de los países involucrados: me refiero al conflicto limítrofe de 1978 que casi llevó a Argentina y Chile a la guerra. En efecto, el tema figura de pasada en los textos educativos y es poco lo que hay en materia audiovisual, aunque recientemente en Argentina se lanzó a la venta la “Trilogía de la Memoria”. Se trata de una serie de documentales que aborda el período 1973-1983, centrándose en el gobierno de la última dictadura de Argentina; la segunda entrega se titula “Operativo Soberanía” y trata el tema del conflicto de 1978. Es el material más completo que existe en Argentina sobre el tema, aunque debo advertir que muchas imágenes son “impostoras”: por ejemplo, cuando hablan de la flota argentina que navega hacia el Estrecho de Magallanes muestran ¡imágenes de la flota británica en operaciones durante la guerra de Malvinas en 1982! Lo mismo podemos decir de la mayoría de las imágenes que muestran soldados y armamento: no son imágenes originales de la época.

A pesar de este yerro (comprensible, por otra parte, pues quizás no tuvieron acceso al material original) es un documental recomendable. Completan la trilogía el volumen 1 (“El golpe”) y el volumen 3 (“Malvinas: la retirada”). En Argentina se consiguen todavía en kioskos de diarios y revistas, a $24,90 cada uno, y los he visto en los locales Musimundo a $60 el pack completo. Estos documentales están presentados/narrados por Gastón Pauls y fueron emitidos en el canal History Channel hace unos años.


Pero volvamos a “Mi mejor enemigo”. La historia de la realización de esta película comienza en el año 2000, cuando el chileno Alex Bowen elaboró el guión y lo tituló en un principio “hombres de diciembre”. La productora de Bowen (Alce Producciones) se alió con su homóloga argentina Matanza Cine, y entre ambas consiguieron sumar a la española Wanda, para distribuir la película en Europa. La propuesta de Bowen logró financimiento del gobierno Chileno a través del Fondo de Desarrollo de las Artes y la Cultura

Bowen conversó con “veteranos” chilenos de la casi-guerra de 1978 y pudo recrear más fielmente las condiciones en que estuvieron los soldados movilizados en aquella oportunidad. Y aunque su idea era contar una historia más intimista, sin grandes masas de soldados en pantalla, necesitaba apoyo castrense para su proyecto. Con paciencia logró que el Ejército de Chile y las otras fuerzas armadas se involucraran, lo que significó el aporte de extras, equipamiento, uniformes y armas. Además, el ejército instruyó a los actores para que actuaran como verdaderos soldados.

Hablemos ahora de la trama del filme. En diciembre de 1978 la guerra está a las puertas y el soldado conscripto Rojas (Nicolás Saavedra) es enviado a Punta Arenas, donde se concentran efectivos militares chilenos a la espera de una ofensiva argentina sobre el Estrecho de Magallanes y el Canal de Beagle. Desde allí es enviado en una patrulla hacia la borrosa frontera para realizar un reconocimiento y regresar “sin novedad” a su base. Dicha patrulla está mandada por el sargento Ferrer (Erto Pantoja) y la integran, además de Rojas, los reclutas Salazar (Pablo Valledor), Almonacid (Andrés Olea Rebolledo), Mancilla (Juan Pablo Miranda) y el soldado, aparentemente voluntario, Orozco (Víctor Montero). Tras acampar en una desolada estancia y encontrar allí una perra abandonada, la patrulla se extravía en medio de la pampa; con su brújula rota y el riesgo de dar vueltas sin encontrar rumbo, Ferrer y sus hombres reciben la orden de establecer una posición y esperar a que los rescaten.


Cuando están allí descubren que una patrulla argentina también ha establecido una posición a pocos metros. La alarma y tensión que ocasiona este descubrimiento dejan poco a poco paso a otras sensaciones. Los hombres de Ferrer no están seguros de dónde se encuentran, si en territorio de Chile o de Argentina, y en tiempos como los que se viven, un pequeñísimo incidente puede precipitar la guerra. Pero junto a estos cálculos militares, los chilenos descubren que los de la patrulla argentina atrincherada frente a ellos son los únicos seres humanos en decenas de kilómetros a la redonda: son los únicos vecinos que tienen. Allí comienza el intercambio de productos típicos de la vida del soldado: sal, cigarrillos, un póster de una mujer desnuda, penicilina para un herido chileno que se ha accidentado torpemente. Al principio el contacto se establece a través de la perra que acompaña a los chilenos, pero cuando esta se empaca en una de sus misiones de correo de trinchera a trinchera, Rojas se anima a ir hacia los argentinos. Eso da el puntapié para que los hombres se mezclen a pesar de sus uniformes.

La película es contada siempre desde la perspectiva del soldado recluta Rojas, así que la mirada que se hace es desde el punto de vista chileno; pero esto no significa que el filme caiga en el chauvinismo nacionalista ni que pretenda justificar la postura chilena en el conflicto. Por el contrario, se hacen varias referencias a la inutilidad de la disputa por la soberanía en el Beagle y se marca que los soldados enviados al frente son en su mayoría de las regiones centro y norte de Chile, que nada saben del territorio que se está disputando. Asimismo, las anécdotas sobre el país enemigo (Argentina) demuestran a los chilenos que tienen pocas razones para ir a la guerra contra gente con la que comparten el trabajo, el clima y las costumbres.



Por el lado de los argentinos, la patrulla está dirigida por el sargento primero Enrique Ocampo, encarnado por Miguel Dedovich, un actor argentino de larga trayectoria: solo citaremos su exquisita interpretación del francés devenido en rey de la Araucania y la Patagonia, Antoine de Tounens en “La película del Rey” (1986). Secundándolo al mando de la patrulla está el cabo Alberti, interpretado por Jorge Román, a quien vimos en la pantalla grande interpretando a un policía en “El bonaerense” (año 2000). En general, los argentinos aparecen como fanfarrones, y predomina en ellos la tonada porteña (de la ciudad de Buenos Aires). Lamentándolo mucho, los argentinos tenemos fama de arrogantes, así que no podemos quejarnos del retrato que nos hacen en esta película. Y debo decir que lo que se ve en la pantalla se parece bastante a la realidad, en mi opinión.

La película transcurre entre esas dos trincheras perdidas en medio de la pampa; el espectador nunca puede saber de qué lado de la frontera están ambas patrullas: los protagonistas chilenos no lo saben, y no se dice si los soldados argentinos lo saben. En ese espacio abierto y vacío se van sucediendo episodios de color: el intercambio de productos, el humor, el fútbol, un asado, las canciones. En ambos bandos hay soldados que se niegan al encuentro: entre los chilenos es Orozco, y entre los argentinos es el cabo Alberti; pero de a poco la guerra posible se hace lejana para esos hombres. No obstante, hay comunicaciones por radio y parece que finalmente las fuerzas armadas de Argentina van a atacar para conquistar la soberanía que las negociaciones le han negado.

La película tiene un ritmo lento y dos cosas crecen juntas en la trama narrativa: la amistad entre las patrullas extraviadas, y la sensación latente de una guerra que se aproxima. El contrapunto entre ambas funciona bien, aunque los espectadores de Chile y Argentina ya sabemos que no hubo guerra. El final del conflicto entre las naciones lo conocemos, pero lo que sucedió con esos soldados enemigos que se hicieron amigos solo podremos saberlo viendo la película. En ese sentido fue un acierto contar la historia de soldados anónimos: se asegura la novedad en la trama de los hechos.



Al final se escucha una canción muy conocida en Argentina y difundida también en Aérica Latina: “Solo le pido a Dios”, de Leon Gieco, aunque en esta ocasión la interpreta un grupo pop chileno, “Javiera Parra y Los Imposibles”. No entiendo de música, así que no voy a opinar.

Solo me resta decir que la peli se filmó en Punta Arenas (hay escenas) y parece que el Ejército de Chile prestó unos campos para muchas escenas. Aunque la mayor parte de la película muestra el particular “frente de trincheras” donde conviven ambas patrullas, otras escenas nos llevan a la retaguardia chilena, donde se hacen preparativos para resistir el ataque argentino. Hay blindados M113, un tanque M-60, y cazas A-37 rodando en la pista, y los soldados chilenos rezan y se encomiendan a la Virgen del Carmen ante la inminencia de una ofensiva militar de su enemigo. En esta retaguardia hay un personaje más, no menos importante: el teniente Riquelme, interpretado por Felipe Braun, un actor de fama en Chile. Y un párrafo le dedicamos a la bella Fernanda Urrejola, la chica de barrio de la que el soldado Rojas está enamorado y a la cual recuerda todos los días.


Mi mejor enemigo” es una película de reconciliación entre dos pueblos que han tenido momentos de extrema tensión en su historia a raíz de problemas limítrofes. El filme hace honor a la realidad cuando muestra que argentinos y chilenos tenemos muchas cosas en común, y que no vale la pena sacrificar eso en una guerra, si se puede solucionar dialogando.

viernes, 6 de febrero de 2009

Viaje al alma de John Whitelocke

“El delicado umbral de la tempestad” (2001)

En 1807 la Gran Bretaña y el Reino de España estaban tácitamente en guerra, merced a que el gobierno español era aliado del Imperio Francés. Esta guerra, llamada “Guerra de la Cuarta Coalición” (contra Napoleón) incluyó un hecho sorprendente: la más grande derrota de las tropas británicas en todo el período 1789-1815. En efecto, un ejército británico de 9.000 hombres fue batido y obligado a capitular por tropas mal preparadas, en su mayoría milicias, del Reino de España.

¿Dónde sucedió esto? En la pequeña ciudad americana de Buenos Aires, capital del virreinato español del Río de la Plata, es decir, en un teatro de operaciones secundario que los ingleses pretendían aprovechar, ya que no podían batir a Napoleón en territorio europeo. Para Londres fue un descalabro mayúsculo, para Napoleón una satisfacción extra, para España un motivo legítimo de gloria, y para los americanos del Río de la Plata el inicio del proceso independentista, aún balbuceante.

El delicado umbral de la tempestad” habla de esa derrota colosal y única que sufrieron los británicos. Decía que en Londres fue un descalabro mayúsculo, a tal punto que (como suele suceder en estos casos) los políticos y la opinión pública inglesa empezaron a pedir que alguien pagara por ello. Y lo más natural en situaciones como esta es que ruede la cabeza de algún jefe militar, a más grande, mejor. Y la cabeza que rodó en este caso fue la John Whitelocke, el comandante en jefe británico, responsable de la derrota y la capitulación. El tribunal lo encontró culpable de lo que quisieron, y lo degradaron y expulsaron con deshonor del ejército. No sé si en Gran Bretaña en algún otro momento de la historia algún otro habrá pagado tan caro los platos rotos como él.

Precisamente por eso, por el enigma que provoca la figura desgraciada de Whitelocke, el autor de este libro, Jorge Castelli, evoca la malograda campaña británica desde el punto de vista del jefe enemigo. En una novela sobre las Invasiones Inglesas los argentinos pondríamos protagonistas criollos: el francés Liniers, jefe de la defensa; algún miliciano de los “Patricios” (regimiento improvisado que se formó en esta campaña); Manuela Pedraza la tucumana, una mujer que combatió en las asoladas calles de Buenos Aires, etc. Pero sería raro que pusiéramos de protagonista tan luego al jefe enemigo. Sería como si un español hiciera una novela de la guerra de sus compatriotas contra los franceses en 1808-1812 y pusiera como protagonista a Murat o Ney; o que un venezolano al redactar una novela sobre la guerra de independencia pusiera de protagonista a Pablo Morillo. Puede pasar pero sería raro: lo normal es que uno ponga de protagonista y héroe a alguien del bando de uno.

Narrada en forma de novela, esta obra incorpora recursos para mí novedosos. Todo parte de labios de Whitelocke, como una confesión. La novela toda no es más que una larga y dolorosa confesión acerca del fracaso británico en Buenos Aires:

“¿Qué decir cuando se ha entregado el honor? ¿Qué palabras emplear para describir aquello que, por otra parte, el mundo no tiene interés en escuchar?
La victoria no requiere preguntas. La derrota, en cambio, está colmada de reclamos e interrogantes, pero las correspondientes respuestas son siempre insignificantes y avaras: la explicación real sobre mi fracaso al intentar la captura de la ciudad de Buenos Aires, sería juzgada en tal caso –y no lo dudo– como algo enteramente falto de sentido.
He traicionado a Inglaterra. He traicionado a mi Rey. En menos de cuarenta y ocho horas he traicionado a todas aquellas banderas que supe enarbolar a lo largo de mi vida.”

Ese es el enigma que la novela quiere abordar: ¿por qué un ejército profesional de 9.000 hombres, bien equipado y mejor motivado, con toda la preparación necesaria, capitula ante milicianos inexpertos y una chusma de vecindario armada con unos cuantos mosquetes, lanzas y ollas de agua caliente? ¿Por qué la lucha dura solo un día? ¿Por qué Whitelocke pierde la voluntad y abandona incluso las conquistas obtenidas en el Plata desde el año anterior? Son preguntas que muchos libros han tratado de responder, pero a través del análisis científico: se exponen criterios de índole militar. Se habla de la situación táctica, de la situación estratégica. Se citan fechas y cantidades. El autor de esta obra quiere responderlo desde otro lugar: desde el corazón de Whitelocke. Y como en ese caso no es posible el análisis científico, la ficción recoge el guante.

Jorge Castelli imagina largas charlas que Whitelocke tiene en su residencia con el único amigo que le queda, un tal “almirante Ashley”. No estoy seguro, pero me parece que se trata de un personaje imaginario, pues no encuentro información sobre él. Como sea, a Ashley solo lo percibimos porque Whitelocke, de cuando en cuando, lo menciona: este Ashley nada dice en todo el libro, las únicas palabras son las de su anfitrión, el jefe deshonrado.

Whitelocke, entre tragos y puros que convida a su amigo y se convida a sí mismo, reflexiona sobre la política británica; habla de la guerra y de lo que significa ser militar y obedecer ordenes; recuerda sus años de servicio en el Caribe (en donde, según los libros de historia, se destacó). En este último dato hay una clave para entender su forma de pensar, pero nada más diremos al respecto.

Nos cuenta también lo que vio y sintió en ese (para él) fatídico mes de julio de 1807, cuando protagonizó la mayor derrota británica del período que se abre con la Revolución Francesa y se cierra con la derrota definitiva de Napoleón en Waterloo. Cuando leemos nos adentramos en los pensamientos de Whitelocke, que el autor nos hilvana y desenreda con paciencia, haciendo un verdadero tratado sobre la psicología de este personaje en particular.

El momento culminante llega con la planificación del ataque a Buenos Aires. Whitelocke, como buen militar, analiza a su contrincante Liniers:

“Por todas las informaciones que había recogido sobre el francés Liniers, me hallaba en condiciones de asegurar algunas cosas con respecto a él. (…) Si yo estaba en lo cierto, el hombre no esperaría pacientemente que el enemigo cayese con su ejército como el agua sobre la ciudad, sino que saldría a enfrentarlo en batalla, a campo abierto. (…)
Auchmuty, aparentemente satisfecho con mis razonamientos, soltó una densa bocanada de humo y preguntó:
- ¿Y si Liniers no saliese a presentar batalla abierta?
- Saldrá. No se preocupe. Sé cómo piensa -respondí.
Auchmuty insistió.
- ¿Y si a pesar de resultar derrotado su ejército, Buenos Aires aún persistiese y decidiera no rendirse?
- Entonces bajaremos de los barcos los cañones gruesos -indiqué-. Lo haremos en las barbas mismas de la ciudad, a la vista general. Luego situaremos a la flota en posición de cañoneo. Tal vez realicemos uno o dos disparos. Se rendirán, sin lugar a dudas.
Pero el brigadier general Samuel Auchmuty parecía empeñado en desmejorar mi noche.
- ¿Y si aún así no se rindieran?
- Si aún así no se rindieran, brigadier -dije golpeando con el puño sobre la mesa-, podaré esta ciudad a cañonazos.”


Caricatura inglesa de 1808 acerca de la degradación de Whitelocke: el diablo le ofrece una pistola mientras le dice "si todavía tienes una chispa de coraje, toma esto".

Interesante obra narrativa que recomiendo muy seriamente. Al final uno puede sentir compasión por Whitelocke y su desgracia, porque en definitiva era un militar cumpliendo órdenes, pero es sabido que a las derrotas alguien tiene que cargarlas, y rara vez llevan esa carga los gobiernos que han iniciado las guerras.

Me falta decir que este libro lo publicó Editorial Sudamericana y que Jorge Castelli ganó el premio “La Nación” de Novela año 2000. Vuelvo a expresar mi pensamiento de que los premios en concursos literarios pueden ser motivo legítimo de orgullo, pero en definitiva son los lectores quienes tienen la última palabra. En este caso yo adhiero al veredicto del jurado y recomiendo su lectura. Para adentrarse en la mente militar, y en la tragedia particular de John Whitelocke, el soldado que protagonizó la mayor derrota militar del Imperio Británico en mucho tiempo.

jueves, 8 de enero de 2009

Arturo, el Emperador, Rusia y los españoles

“La sombra del águila” (1993)

Arturo Pérez Reverte es un hombre de abundante talento; no sólo eso: sabe como encarrilar ese talento y además (también hay que decirlo) ha tenido oportunidades para ello. No todos tienen oportunidad, pero los hay también quienes, teniéndolas, las desaprovechan. Por fortuna este no es el caso.

Pérez Reverte es un hombre de comunicación: nacido en Cartagena (de España) estudió periodismo y fue corresponsal de guerra: incluso cubrió la guerra de las Malvinas en 1982. Esta profesión influyó mucho en él, podría decirse, ya que lo llevó a fundar (en compañía de otro hombre llamado Vicente Talón) la revista “Defensa”, especializada en temas militares y de seguridad, de la cual soy seguidor, aunque a través de números atrasados, porque no llega con regularidad a Córdoba de la Nueva Andalucía.

Para ir resumiendo, después de su experiencia como corresponsal don Arturo se dedicó al mundo de la literatura. Se volcó con pasión a escribir obras ambientadas en épocas pasadas, del siglo XIX para atrás y podemos considerar a la saga del capitán Alatriste una buena muestra de ello. Recientemente (en 2007) publicó “Un día de cólera”, sobre el inicio del levantamiento popular español contra la ocupación francesa en 1808. “La sombra del águila” también se ubica en el contexto histórico de las guerras napoleónicas.

Publicada en 1993 por Alfaguara, yo la he pillado en una edición impresa en Argentina en el año 2004 por “Punto de lectura”, un sello editorial perteneciente al Grupo Santillana que edita libros de bolsillo en España e Hispanoamérica. La conseguí en la Feria del Libro de Córdoba y debo reconocer que decidí comprarla porque había visto mal el precio, resultando ser más caro de lo que había pensado. Pero igualmente no me arrepiento, porque lo he disfrutado mucho. Recientemente he descubierto que se encuentra completo en versión pdf, y que en el sitio web del diario El País de Madrid también está enterito; además, el que busque por la red lo va a encontrar seguro, por no hablar del E-Mule, donde seguramente está también.

Yendo al contenido podríamos decir que el tamaño del libro (de bolsillo) encaja perfecto con la historia, ni más ni menos; se trata de una historia simple que ya en la contratapa queda esbozada: durante la campaña napoleónica en Rusia (año de 1812) un batallón de españoles enrolados forzosamente en el ejército francés se lanza en plena batalla en pos del enemigo ruso. Lo que a Napoleón le parece un acto de heroísmo y grandeza capaz de conmover hasta las lágrimas, es en realidad algo mucho menos noble pero igualmente de vida o muerte: los españoles están tratando de desertar y unirse a los rusos en plena batalla, cuando los franceses no pueden impedirlo. Todos en Internet dicen que el libro se basa en un hecho verídico, pero no puedo encontrar referencias concretas que me digan cuándo y cómo y por quiénes sucedió aquello.

El librito gira casi enteramente en torno a ese hecho, la batalla de Sbodonovo, como la llama Pérez Reverte. La acción transcurre casi en tiempo real; podría decirse que el tiempo que se tarda en leer una línea es el tiempo que emplean los soldados españoles para recorrer un metro bajo el fuego de los cañones rusos, que no saben nada de su intento de deserción y creen (como Napoleón) que se les vienen encima con intenciones asesinas. Yo pensaba que el libro iba a arrancar con esa batalla y luego seguiría en otros escenarios, pero casi no es así. Salvo un par de escenas en Moscú y algo más, todo el libro transcurre en la batalla de Sbodonovo. Esto que a muchos les podría resultar pesado o exagerado, el autor lo resuelve manteniendo la expectativa paso a paso e intercalando sabrosos diálogos donde reina lo grotesco.

Además Pérez Reverte utiliza un recurso que yo identifico con él, pues lo encontré leyendo “Las aventuras del capitán Alatriste”. Se trata de contar la narración como si fuera un discurso oral y no tanto escrito. Eso significa hacer rodeos, contar las mismas cosas dos veces, o apuntalar el relato sobre situaciones que se supone ya conocidas por el receptor, teñir la narración toda con expresiones subjetivas donde se aprecia el humor del relator, hacer pausas o acelerar el relato mientras se avisa al público por qué se hace eso. También en los párrafos aparecen palabras textuales de los protagonistas que no están marcadas como tales, y que bien recuerdan (insisto) a los relatos orales, cuando uno cuenta a los demás algo con ayuda de gestos, cambios en la entonación y giros expresivos que todos entienden. Vaya un ejemplo, en el capítulo 3 (“La sugerencia del mariscal Murat”):

“Total. Que estábamos allá abajo, a dos palmos de las líneas rusas y aguantando candela mientras intentábamos pasarnos al enemigo como el que no quiere la cosa, y desde su colina, sin percatarse de nuestras intenciones, el Estado Mayor imperial nos tomaba por héroes. Los generales se miraban unos a otros sin dar crédito a lo que estaban viendo. Regardez, Dupont. Oh-la-la les espagnols, quien lo iba a decir. Siempre protestando, que si esta no es su guerra, que si vaya mierda de rancho, y ahora mírelos, atacando en plena derrota, con un par. Nomdedieu.”

Quien ocupa el lugar del narrador es uno de los protagonistas, un soldado del batallón, pero nunca deja ver su individualidad: no relata una sola acción en la que él sea protagonista; no dice “avancé”, “sonreí”, “me miró” o “me dijo”. No. Todo es plural: “nosotros manteniendo el paso”, “los pocos de nosotros que sabíamos nadar”, etc. Hay un insistente uso del colectivo, como si quien relata no fuera en definitiva un soldado, sino todo el batallón. Al mismo tiempo, el relato de lo que sucede en el lugar en que se encuentra Napoleón con sus generales, o cuando el Gran Mariscal se encuentra a solas con el jefe español, da la pauta de que se trata de un relator omnipresente, no reducido a una individualidad.

Y por todos lados, el humor particular con que Pérez Reverte condimenta sus relatos. Es para reír casi todo el tiempo, ya lo habréis percibido en el fragmento insertado más arriba. Y acá va otro, más cortito, del capítulo 9 (“Una noche en el Kremlin”):

“-Por lo menos -resumió el capitán, que se atizaba unos lingotazos de vodka horrorosos- seguimos vivos.
Era evidente. Seguíamos vivos todos, menos los muertos.”


El relato se disfruta, aunque lo disfruta más alguien que está mínimamente al tanto del tema: hay que saber qué pasaba con Napoleón y España, qué pasaba con la “Grande Armée”, quién era Goya (hay un bocadillo dedicado a él, que no tiene desperdicio), cosas así. Pero no significa que otros, menos entendidos, no puedan disfrutarlo. Al fin y al cabo, el disfrute no se rige por normas estrictas.

Pérez Reverte se burla de Napoleón y de su maquina de guerra a cada instante. Lo llama “Enano”, se mofa de su sistema de mando y pinta a sus generales como cobardes que esquivan la batalla todo lo que pueden, además de ser brutos. Si asumimos que el narrador es un soldado español o un colectivo que engloba a todos los soldados españoles de ese batallón, resultará comprensible tanto desdén. Al fin y al cabo, en guerra se vale ridiculizar al enemigo y hasta insultarlo en la cara, si se puede, en medio de la balacera. Otra cosa es que Bonaparte sea el personaje que este relato pinta. Tan ridículo no debe haber sido “el Enano” desde el momento en que puso de rodillas a la mayoría de los países europeos y los venció en tantas batallas que resulta aburrido enumerarlas.

Al mismo tiempo se nota en el relato un cariño por los soldados españoles, a los cuales Pérez Reverte pinta como personas simples, toscas, con valores sencillos, llenas de buen humor y de vida, además de valientes y capaces de grandes sacrificios por sus compañeros. Esto parece ser una constante en el autor, ya que descripciones semejantes aparecen en “El capitán Alatriste” y “Cabo Trafalgar”.

Por su brevedad y también por el ritmo atrapante, “La sombra del águila” se lee en pocos días. Ideal para disfrutar, sobre todo aquí en el Cono Sur porque ya estamos en tiempo de vacaciones (no sé cómo será en el hemisferio norte). Como he dicho, la versión digital está a mano también, pero al menos para mi no hay como el placer de dar vuelta la hoja. Sobre todo si en la pagina siguiente hay más Pérez Reverte.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Otra del Che Guevara

“Che, Part 1” (2008)



Hombre controvertido, polémico, amado, detestado, recordado, nombrado y mostrado। Ernesto “Che” Guevara suma todos estos adjetivos y más, demostrando una vigencia que muy pocos alcanzan. Ni siquiera nuestros grandes próceres continentales, como San Martín o Bolívar se mantienen al día en la opinión pública como el Che. Si exceptuamos al Loco Chávez, que lo menciona a Bolívar hasta en la sopa, pobre don Simón.
En este contexto, sale una nueva película sobre Guevara, una más. Y lo novedoso es que se trata de una mini saga de dos filmes, así que estamos en presencia solo del primero de ellos. De ahí su título original de “Che, part one”, subnombrada “the argentine”.
Esta película cuenta la acción del Che en Cuba desde su llegada hasta la famosa batalla en Santa Clara, con el episodio del tren blindado incluido। La “part 2” lleva el subtítulo de “Guerrilla” y nos contará el resto de la odisea del Che, hasta su muerte en Bolivia, supongo।
Esta peli se acaba de estrenar en Argentina y se me ocurrió verla esta semana, porque hacía tiempo que no sentaba en el cine। Entre las opciones, “Che” era la más pasable, porque confieso que no me gusta el endiosamiento que hay acerca de la figura del médico-guerrillero. Y entré pensando que vería algo nuevo o distinto acerca de su figura: me equivoqué.
La película es una coproducción hispanonorteamericana dirigida por el yanki Steven Soderbergh, director de la recordada “Sexo, mentiras y video” y más recientemente de “Traffic”। Este director incorpora interesantes recursos visuales para contar una historia que ya han contado muchos. De este modo, mientras vemos al Che en la selva cubana, se intercalan imágenes en blanco y negro con movimientos de cámara y ángulos visuales muy novedosos, que nos hacen dar un salto en el tiempo para mostrarnos el viaje del guerrillero (ya como integrante del gobierno revolucionario cubano) a EEUU para hablar ante las Naciones Unidas. Estas son a mi juicio las mejores partes de la película, y en un primer momento llegué a creer que se trataba de material de archivo, tal es la apariencia de veracidad que transmiten esas imágenes. En estas secuencias es donde el portorriqueño Benicio del Toro consigue su mejor interpretación del Che, y podeis verlo en las fotos que acompañan este post: su apariencia, sus movimientos y su tono de voz son lo más cercano al Che verdadero.


Distinto es el caso del Che en la selva, donde Benicio luce un poquito panzón para ser alguien que vive y lucha a la intemperie, pasando privaciones y sufrimientos। Aquí su tono de voz se hace “castellano neutro” y no convence, pero zafa। En lo que sí falla Benicio es cuando usa el término “che”. Precisamente a Guevara sus compañeros comenzaron a llamarlo así porque él utilizaba a cada rato la muletilla “che”, básica en la oralidad argentina. Nosotros usamos “che” cotidianamente, de una forma natural, y esa naturalidad es la que le falta a Del Toro cuando dice “¡che!”, con fuerza, al punto que se parece al personaje de José “Pepitito” Marrone, que decía “¡ché!”. Tal vez Benicio debería haber estudiado un poco más a este vocablo en acción.
Debido a la coproducción de EEUU con España, podemos ver en el elenco a varios españoles y a otros latinoamericanos. El mexicano Demián Bichir interpreta a Fidel Castro, logrando captar sus gestos y su presencia pero no así su acento al hablar. La colombiana Catalina Sandino Moreno interpreta a Aleida March, la joven militante que se siente cautivada por el guerrillero y que después… no adelantemos, tal vez eso lo cuenten en la “part two”. Esta chica aporta su belleza para componer un personaje femenino que le pone hermosura a la guerra (en la foto la vemos junto al Che en pleno combate).
Por lo demás, y exceptuando esas escenas en blanco y negro que mencionamos, la película no tiene nada de novedoso। El filme parece destinado a realzar al Che como mito, ya que está idealizado: todas sus acciones y sus palabras expresan a cada rato su convicción revolucionaria y antiimperialista, no piensa en otra cosa. Argentina, su lugar de nacimiento, no aparece ni una sola vez en toda la película (yo esperaba que en las escenas de la ONU podría ser, pero nada): de modo que el subtítulo “the argentine” no tiene sentido. Pero no hay problema, porque no se ve a Guevara extrañando a su país natal o su familia o amigos. Una sola vez se lo ve tomando mate. No habla con nadie de temas de medicina, o de su familia. Una sola vez menciona a su esposa e hija que están en México. En definitiva se lo ve como una persona que “lucha sin descanso” no en sentido metafórico, sino literal. La película, entonces, falla en mostrarnos al ser humano, algo que aquí en Argentina los críticos revisionistas le critican a la historiografía oficial.
Creo que más valor tiene que los norteamericanos, cuyo gobierno ha sido ácidamente criticado por Guevara, sean los hacedores de este filme। Eso demuestra que, a pesar de toda la munición que les podamos tirar, los yankis son capaces de hacer películas donde ponen a sus enemigos ideológicos como héroes, y eso no es un mérito menor.
Me olvidaba: las escenas de combate están bien logradas, gracias a este estilo de “realismo bélico cinematográfico” que impuso la cinta “Rescatando al soldado Ryan”. Ángulos de cámara muy jugados, escenas rapidísimas, con cierto toque a tragicomedia. Rescato eso del filme, además de las escenas en Mueva York por el viaje a la ONU (allí se ve a furiosos ciudadanos gringos protestando contra el Che y su comunismo). Imperdible la parte en que Guevara se encuentra con McCarthy en Nueva York.
Para fanáticos del Che, de todo tipo। Los que conocen su historia encontrarán en esta película agua fresca para nutrir sus convicciones. Los que no conocen al Che pero igual lo admiran (que son la mayoría, a mi juicio), podrán en este film descubrir mucho del pensamiento de Guevara, pensamiento que él puso en práctica y gracias a lo cual ha ganado su lugar en la moderna mitología.
El Che es un luchador, un idealista (a esto apunta el filme) y por tanto una persona contradictoria: como cuando proclama que la primera cualidad del guerrillero debe ser “amar”, y después pregona “hemos fusilado, y seguiremos fusilando”. Razones para amarlo, temerlo o cuestionarlo, pero nunca pasar de lado ante su figura.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Judíos como ratones

"Maus" (2006)


Este es un libro muy particular: se trata de una novela gráfica, contada en formato de historieta (o “comic”, “tebeo”, etc)। Aunque ahora las editoriales largan más historietas recopiladas que antes (ni hablar del fenómeno “manga”), siguen siendo escogidas las obras historietadas que llegan a merecer convertirse en libro। Aquí en Argentina el ejemplo clásico es el “Eternauta” de Héctor Oesterheld y Francisco Solano Lopez, que fue publicada semanalmente en la década de 1950 y luego recopilada; sigue siendo la vaca sagrada de la historieta argentina.

“Maus” siguió un itinerario parecido. Su autor, Art Spiegelman, publicó en la revista “Raw” de su propiedad los capítulos de “Maus” a lo largo de 11 años (1980-1991). En 1986 recopiló la primera parte de su producción en un volumen subtitulado “Mi padre sangra historia”; siguió publicando los restantes capítulos y a estos los reunió en un segundo volumen: “Y aquí comenzaron mis problemas”. Con posterioridad se ha editado toda la obra en un sola entrega. Yo poseo la obra en dos tomos, publicada por Emecé Editores en 2006 con traducción de César Aira. Es una edición exclusiva para el mercado hispanohablante entero, excepto España.

¿De qué va (como dicen los españoles) esta obra? Se trata de un relato crudo acerca del genocidio hitleriano contra los judíos durante la Segunda Guerra Mundial। Hay muchos relatos acerca de este hecho histórico, algunos más luminosos que otros, y no son pocos los relatos lastimeros que solo pueden ser consumidos por un público ávido de golpes bajos y lágrimas fáciles.


No es fácil escribir (o dibujar) sobre esto, porque se puede caer en los lugares comunes, en la sensiblería, en la demonización lisa y llana, o en la negación total. Spiegelman enfrenta ese desafío provisto de un recurso de que no todos disponen: él cuenta la historia de su padre, por lo cual el título completo de la obra es “Maus, historia de un sobreviviente”. Esto lo libera de grandes problemas a la hora de plantear el guión con el cual abordar el Holocausto. Si yo tuviera que hacer una historieta sobre ese tema, no sabría por dónde empezar ni cómo seguir: es que se trata de un tema tan complejo, que no resulta fácil.

El enfoque, entonces, es el de Vladek Spiegelman, padre del autor. Se trata de una novela testimonial.

Pero hay un recurso novedoso: todos los personajes tienen cuerpo humano y cabeza de animal. No vemos rostros humanos, lo cual nos permite concentrarnos en los hechos sin ser atrapados por los gestos faciales de los protagonistas. Es que en el rostro los dibujantes solemos (perdón, “suelen”) volcar mucha subjetividad para tratar de influir en la simpatía del lector, recurso que en casos como este no sería lo mejor. ¿Qué rostros y expresiones deberían tener los personajes que atraviesan por tantas situaciones angustiantes?

Los judíos son ratones (“Maus” en alemán es “ratón”); los alemanes son gatos, y ya vemos el simbolismo con que Spiegelman dibuja la historia. Pero la fauna se completa con los polacos, retratados con cara de cerdo; los yankis con cara de perro; los ingleses como peces; y los franceses como ranas.

Resulta un poco difícil distinguir entre los personajes, pues las caras de ratón son muy similares, lo mismo que los otros animales. Spiegelman trata de ayudarnos diferenciando a los personajes a través de la ropa.

Sin embargo, y volviendo al tema de la ausencia de rostros, sería un error creer que los personajes, por ser ratones, no expresan emociones ni tienen identidad. ¡Vaya que la tienen! Y son muy emotivos; pero lo son en cuanto viven hechos que provocan las emociones.

La historia son dos historias. Se nos cuenta como Art va a visitar a su padre Vladek para grabar sus recuerdos y utilizar estos como fuente para el libro. Y entremezclado vemos los recuerdos de Vladek tal como sucedieron.

Es decir, por una parte asistimos en “Maus” al proceso por el cual Art fue creando “Maus”: vemos el proceso de creación por dentro. Eso es fascinante. Art entrevista a su padre Vladek para ir bocetando la historieta, y mientras tanto, vemos qué es de la vida de Vladek en ese momento, siendo ya un sobreviviente (esto ocurre en la década de 1970). La relación entre padre e hijo tiene sus altibajos, y a Art le cuesta aceptar muchas cosas de su padre, y fantasmas de su familia: Vladek y su esposa Anja (la mamá de Art) perdieron un hijo en el Holocausto, y después de la guerra, siendo Art un muchacho, ella se suicidó. Vladek ha sobrevivido a todo eso y en cierta manera Art trata de “sobrevivir” a su padre, que tiene ya las manías de la edad.

Cada capítulo generalmente sigue la misma estructura: Art va a visitar a su padre, y este comienza a recordar. Entonces vemos la historia de Vladek desde que conoce a Anja, en Polonia, y se casan. De a poco los “gatos” van ganando espacio y entonces los “ratones” judíos comienzan a verlo todo negro. Se suceden la invasión alemana a Polonia, las primeras restricciones, luego los guettos, las deportaciones a los campos de concentración y finalmente el horror de Auschwitz. Anja y Vladek pasan juntos por todas estas etapas, pues la historia es contada por Vladek, y para él es imposible soslayar a Anja. Aunque no se trata de una novelesca historia de amor, uno se queda pensando en ese sentimiento tan fuerte que hay entre Anja y Vladek, porque cuando todo se derrumba, sólo se tienen el uno al otro. Hay un momento culminante en el capítulo cinco (“Ratoneras”): “… hasta el último minuto debemos luchar juntos. Te necesito... ya verás que juntos sobreviviremos…siempre le decía eso”, recuerda Vladek.
Desfilan las miserias cotidianas de seres humanos lanzados unos contra otros: los gatos cazan ratones; los ratones se traicionan unos a otros; los “cerdos” (los polacos) se mueven entre la piedad por los ratones y el temor a los gatos. Hay cerdos que ayudan a los ratones, y hay otros que los denuncian ante los gatos, denunciando incluso a los cerdos que protegen ratones. Una verdadera maraña, prueba de todos los matices que puede alcanzar el espíritu humano en situaciones difíciles.

El relato es muy completo, pues Vladek ha visto y vivido muchas cosas. Como dije antes, lejos de los sentimentalismos baratos, Spiegelman nos pone frente a frente con el Holocausto y deja que lo miremos a los ojos, sin intermediarios. El efecto es contundente.

La historia de Vladek durante el Holocausto se complementa con la historia de lo que sucede entre él y su hijo Art, el cual parece no comprenderlo e incluso no soportarlo. Vladek ya es viejo y tiene mañas, mientras que Art quiere mantenerse independiente de sus problemas (los de Vladek). A veces parece que Art tiene problemas con su identidad: cuando habla con su padre, tiene cara de ratón; pero otras veces tiene cabeza humana y máscara de ratón, como si quisiera aparentar algo que en el fondo no es. Se dibuja a sí mismo yendo al psicólogo a hablar de estos problemas; se dibuja a sí mismo ante el tablero de dibujo bocetando “Maus” o decidiendo con qué animal identificar a tal país. Mientras tanto, Vladek rezonga con su nueva esposa (“Mala”) y la compara con la difunta Anja, mientras despotrica que a Mala solo le interesa el dinero. Vladek sigue sobreviviendo.

En resumen, un libro fascinante por lo novedoso y por el ángulo con que enfoca el genocidio cometido por los nazis. Pero también atrapa por la historia de ese ratón-judío que sobrevive treinta años después, entre su hijo prescindente, su segunda esposa, su el recuerdo de hijo muerto en los campos y el recuerdo también de su amada esposa con la cual afrontó los peores espantos.

El impacto de la obra llevó a que “Maus” ganara el Pulitzer, un prestigioso premio reservado para obras publicadas en EEUU. Después de “Maus” Art Spiegelman no ha producido otra obra de renombre, y en cierta manera, quedó atada a ella; su nombre se asocia a “Maus” a tal punto que en un episodio de Los Simpson aparece Spiegelman usando una careta de ratón. Curioso epílogo para tremenda “historia de un sobreviviente”.

Anexo: para saber un poco más
http://www.tebeosfera.com/documentos/documentos/maus:_la_historia_de_un_sobreviviente.html

viernes, 7 de noviembre de 2008

La vida y la muerte por Perón

“No habrá más penas ni olvido” (1983)




Yo diría que esta película es como un manual: sirve para entender una época de nuestra historia nacional, más concretamente el período anterior al golpe de estado de 1976 en Argentina. Eran los años en que la lucha armada no estaba mal vista, porque se la tomaba como una prolongación de la acción política. Y así nos fue.
En 1983 el director Héctor Olivera filmó está película, que está basada en la novela homónima de Osvaldo Soriano. La película se estrenó el 22 de septiembre de 1983, pocas semanas antes de las primeras elecciones con que Argentina retornaba a la democracia después de 7 años de dictadura militar.
Apenas comienza el filme, las clásicas letritas impresas en pantalla nos dicen que “la acción transcurre en una indeterminada provincia argentina”; y da la fecha: otoño de 1974. Anotemos ese dato.
Vemos un pueblito, tan pequeño que no hay intendente (o alcalde, como se dice en otros lugares del mundo): apenas hay un delegado municipal, Fuentes (Federico Luppi). Él es peronista, como casi todos los personajes: es una película sobre peronistas. Pero a don Fuentes lo quieren remover, acusándolo de “comunista”. Van desfilando los personajes típicos de ese pueblo que es arquetipo de muchos pueblos: Rodolfo Ranni es el regordete comisario Llanos, Miguel Ángel Solá es Juan, el preso de la carcel del pueblo, que entra y sale de la celda para hacer los mandados, Julio de Grazia y Patricio Contreras son los agentes García y Comini, etcétera. Imperdible el personaje de Ulises Dumont, Cerviño, el piloto que fumiga los campos con su avioneta bautizada “Torito”.
La movida contra Fuentes viene desde la cúpula del partido (peronista) y los encargados de hacerla cumplir son los “operadores” Reinaldo (Victor Laplace) y Suprino (Héctor Bidonde). Se prevé que Fuentes va a dejar el cargo sin chistar, pero no es así, de manera que las cosas se complican y de a poco la locura se apodera de todos. Entonces aparecen las armas, de un lado y del otro.
Casi toda la película se dedica a mostrar como la encarnizada resistencia de Fuentes, atrincherado con algunos leales en el edificio de gobierno municipal, dispara las reacciones de todos los elementos políticos que hay en el pueblo o que llegan desde afuera del mismo. Aparecen los elementos de la extrema derecha y de la extrema izquierda, y a ninguno se le caen las armas de la mano. Personajes que se conocían de toda la vida se lanzan al ataque mutuo, destrozándose. El final de esta verdadera batalla es a la vez inesperado y obvio. Así como lo digo.
También es un final estrictamente histórico, porque la tragedia que se desata en ese pueblo es una copia en miniatura de la tragedia que vivió mi país, lanzándose munición cada vez más grande hasta llegar al hondo encono y la atroz conclusión de que nos matamos de a miles entre nosotros, y con tanta saña como no cabe en la imaginación.


Y en medio de todo eso, por todas partes, Perón. Su nombre es la bandera que ondea en las trincheras de todos los bandos: todos dicen luchar por él. Esto también responde a la realidad, cuando los peronistas de izquierda, de centro y de derecha creían ser los “auténticos peronistas”, mientras calificaban a los otros como “falsos peronistas”. Perón está ahí, en el aire de la película, como lo estuvo mientras vivió en su agonizante tercer mandato presidencial, sin entender y sin poder controlar a todos los que apretaban el gatillo “defendiéndolo”.
Y Perón murió el 1º de julio de 1974, apenas comenzado el invierno. Por eso se me antoja que la ubicación temporal dada al inicio (“otoño de 1974”, es decir, de marzo a junio) pretende dar el mensaje de que tanta locura no era necesaria y que además no solucionaba nada, porque el ícono, el motivo de la lucha, estaba viviendo sus últimos días. Pero las fuerzas desatadas mientras él vivió siguieron azotando al país e hicieron de antesala para el período más negro: la dictadura militar de 1976.
Como dije al principio, con esta película se puede entender un período histórico. O mejor dicho, no sé si “entender”: ¿cómo entender que la víctima y el verdugo gritan “¡Viva Perón!” al mismo tiempo? Por algo en inglés el título de la película es “Funny Dirty Little War”, algo así como “Divertida y sucia guerrita”: un acierto la titulación.
A mi mismo me cuesta entender esos fanatismos, pero lo cierto es que así fue en la historia real. En todo caso, más que ayudar a entender, la película puede ayudar dando una pintura sobre el escenario, los personajes y los porqués de esa etapa. Pero habrá que seguir leyendo y reflexionando para entender.
Habrá que ponerse a reflexionar, digo, y es lo que “ellos” deberían haber hecho antes de empuñar las armas y empujar al país hacia la oscuridad.

jueves, 11 de septiembre de 2008

El pistolero y el samurai

"Letters from Iwo Jima" (2006)

Clint Eastwood se hizo famoso, entre otras cosas, por sus rudos personajes de pistolero. Con una pasmosa habilidad sacaba el “Colt” y dejaba tendidos a los forajidos en el polvo del desierto, allá en el Lejano Oeste.

Ahora Eastwood tiene muchos más años encima; y dicen que con los años viene la sabiduría. Tal vez esa sea una de las razones que explica como justamente él vino a hacer una de las mejores (sino la mejor) películas sobre la batalla de Iwo Jima de la Segunda Guerra Mundial.
Vamos, siendo un “duro” y simpatizando con el Partido Republicano, uno esperaría que Clint estuviera poco inclinado a confraternizar con el enemigo o darle aunque sea una pizca de razón. Pero lo hizo, y de qué modo.

Eastwood estaba embarcado en el proyecto de filmar “Flags of our Fathers”, sobre la controversia en torno a la famosa foto de los marines norteamericanos clavando su bandera en la cima del monte Suribachi. La historia de esa foto bien valía una película, y Clint se propuso filmarla. En el camino surgió la posibilidad de contar la batalla desde la perspectiva de los japoneses, y Clint puso manos a la obra. Filmando en tiempo record tuvo las dos películas listas, y las estrenó con un mes de diferencia a comienzos de 2006.

La película está hablada en japonés (excepto unas cuantas frases sueltas que dicen unos soldados norteamericanos) y cuenta la desesperada defensa de la isla de Iwo Jima en 1945. Comienza cuando científicos japoneses excavando el Suribachi encuentran un saco con cartas; de allí la narración salta a los días previos a la batalla, cuando el comandante Kuribayashi se hace cargo de la defensa de la isla. Este oficial conoce EUU y a los estadounidenses, así que sabe que contra ellos no funcionarán las tácticas de “ataque banzai” (atacar a pecho descubierto buscando la victoria o la muerte con honor). Propone en cambio una defensa palmo a palmo, cuidando las vidas de los soldados lo más posible, aunque no se hace ilusiones reales con una victoria. Su objetivo en realidad es retrasar lo más posible la ocupación de la isla, y tiene una muy buena razón: si los norteamericanos conquistan Iwo Jima la convertirán en base desde donde bombardear las ciudades japonesas. La escena donde Kuribayashi arenga a sus soldados diciéndoles que “cada día que podamos luchar aquí es un día menos de sufrimiento para nuestro pueblo”, pone la piel de gallina.


Aunque hay algunos lugares comunes, como el típico oficial que maltrata a los soldados y el típico oficial que los protege, la película no es complaciente en ningún momento. Muestra los sacrificios que impone la guerra y el costo que esta trae para la humanidad, más allá de pueblos y culturas. Sin proclamas innecesarias, la peli difunde un claro mensaje antibelicista. Para ello muestra encarnizadas escenas de batallas (muy bien logradas) pero también, a través de imágenes en flashbacks, retratos de la crueldad y el patriotismo barato en la retaguardia civil.

Del elenco, el único conocido en Occidente es Ken Watabanabe, ya famoso por su papel en “El Úlimo Samurai”; aquí encarna al general Kuribayashi, en cierto modo un samurai del siglo XX. El joven Kazunari Ninomiya (23 años en 2006) interpreta a Saigo, un ex panadero que continuamente escribe cartas a su esposa Hanako (Nae) y que es protagonista central junto con Kuribayashi. Ryo Kase es Shimizu, un ex policía militar degradado a simple soldado de infantería por no ser lo suficientemente “duro”. Tsuyoshi Ihara compone al barón Nishi, un carismático y querible oficial que va a Iwo Jima con su caballo (fue campeón olímpico). Todos ellos son actores con carreras sólidas a sus espaldas en Japón.

Esta es la primera película que veo donde la guerra se ve desde la mirada de los japoneses, y me pareció excelente. Hacía falta esta película, para romper con los moldes de las películas simplistas estilo John Wayne; que dicho sea de paso filmó su propia versión de esta batalla, allá por 1949: “Sands of Iwo Jima”. Obviamente, ni a los talones del filme que estamos comentando.Fue una suerte que el pistolero Clint se decidiera a filmar sobre esos toscos samurais de Iwo Jima. Una suerte.

El jamón del sanguche

 Memorias de una adolescente Querido Diario: Mañana cumplo 15 años y ya recibí este diario. Empecé como ocho diarios íntimos en mi vida; a t...