viernes, 27 de febrero de 2009

Elogio del mejor amigo

“Marley and Me” (2008)



Originalmente había pensado comentar otra película en esta ocasión, pero sucede que fui al cine y quedé muy satisfecho con este filme que ahora nos ocupa.

Se trata de una historia sobre el perro y el ser humano. Normalmente no veo películas que tengan como protagonistas a animales, pues suele suceder que se orientan a comedias muy disparatadas (como perros que juegan al futbol, basquet, voley, etc) o historias lacrimógenas, y no me gusta que me hagan llorar. Con “Marley and Me” hice una excepción porque ese día quería ir al cine y ya no me coincidían los horarios para ver otra cosa.

Se trata de una historia verdadera o “basada en una historia real”, la de un columnista de un importante diario norteamericano, papel interpretado por Owen Wilson. Este sujeto (John Grogan) se casa con Jenny (Jennifer Aniston), que también es periodista. A partir de aquí la película nos irá mostrando las dos facetas a que deberá atender, como cualquier mortal, Gohn Grogan: familia y trabajo. Aunque en la vida real ya son maduritos (Wilson tiene 40 y Aniston 39), los protagonistas recién casados deciden dejar los hijos para más adelante, cuando logren estabilizar su nuevo hogar. Aquí es donde Grogan tiene la idea de comprar un cachorro a su esposa, para suplir la ausencia de niños en la casa. Y “Marley” entra en escena.


Sucede que este perro es hiperactivo. Ya desde cachorro se destaca y pone a prueba a sus dueños: incluso la vendedora lo deja en rebaja con tal de sacárselo de encima. De aquí en adelante veremos a “Marley” crecer en tamaño pero nunca en seriedad; crea problemas a cada paso, mordiendo, rompiendo cosas, jalando de la soga, atropellando a la gente. Grogan y su esposa, lejos de hacer como hacen muchos desalmados que abandonan animales en la autopista, hacen de tripas corazón y se arman de paciencia. “Marley” se integra así en la familia, y aunque nunca dejará de dar problemas, es un miembro más. Los amantes de las mascotas podrán entender cómo es que Grogan y Jenny incluyen a “Marley” de tal forma en sus vidas; es que para los “mascoteros” la compañía de un animal a veces es muy valiosa, y la mirada expresiva de este no necesita palabras para decir más.
Con el tiempo la familia se va a ir ampliando, con la llegada de los postergados hijos, pero “Marley” no pierde espacio sino todo lo contrario. La película es un ejemplo de cómo un animal puede llegar a ser miembro pleno de una familia, y aunque la película no abandona el tono de comedia, hacia el final será la emoción la gran protagonista.

Wilson y Aniston componen personajes creíbles. Él es ideal para la comedia y las situaciones disparatadas, mientras que ella, aunque también es comediante de calidad, en este caso pone en escena un personaje más centrado y calmo, incluso con dramatismo; y no es para menos, porque con la llegada de los hijos las cosas se complican y ella debe optar por su trabajo (al cual ama) o su hogar, lo que supone todo un sacrificio. Aniston no pierde esa belleza que nos viene ofreciendo desde “Friends” y que la llevó a ganarse el mote de “la novia de América”. De hecho, fue la segunda gran razón por la cual decidí ver esta película. Confieso que la inmortal “Rachel Green” de “Friends” me tiene cautivado.


La adopto, la llevo, le doy casa y comida, la saco a pasear, la malcrio, me gasto el sueldo, todo.

El resto del elenco cumple: los hijos de la pareja están bien, hay algunos vecinos que aparecen por ahí. No hay mucho por destacar, porque el perro, Wilson y Aniston son los grandes protagonistas. Eric Dane interpreta a Sebastian, amigo y compañero de trabajo de Grogan; de hecho, Grogan anhela ser reportero como Sebastian y no columnista, de modo que una sana envidia lo ataca cuando Sebastian cuenta los reportajes en que se embarca. El actor Eric Dane ha trabajado en varias películas, pero no recuerdo haberlo visto antes. Interpretando a Arnie Klein, el jefe y también confesor y amigo de Grogan, está Alan Arkin, un buen actor de reparto. Yo lo recuerdo en “Rendition” (2007) y en “Little Miss Sunshine” (2006) aunque tiene un montón de películas en su haber.

Quiero dedicar un párrafo a Kathleen Turner, quien supo encarnar personajes que desbordaban sensualidad y atracción, como en “Cuerpos Ardientes” (Body Heat, 1981) o “Dos bribones tras la esmeralda perdida” (Romancing the Stone, 1984, con Michael Douglas). En esa época estaba entrando a los treinta y su físico constituía un plus en la pantalla; pero una década después, en “Friends” encarnó a ¡un travesti moreno! que era el papa de Chandler. Y en esta película la Turner, con 55 años encima, hace el papel de una vieja decadente que entrena perros: como dice el tango “doy vuelta la cara y me pongo a llorar”.



Marley and Me” es una buena película para pasar el rato y para aprender que se puede convivir con una mascota problemática. Al mismo tiempo se pueden contemplar las dificultades propias de un hogar donde el tiempo, el trabajo y los niños (amén del perro) requieren paciencia y sacrificios; la pareja de John y Jenny es una pareja ideal, se aman, se apoyan, y edifican un hogar sobre sólidos pilares. Parece demasiado bueno para ser verdad, pero hay parejas así.

viernes, 6 de febrero de 2009

Viaje al alma de John Whitelocke

“El delicado umbral de la tempestad” (2001)

En 1807 la Gran Bretaña y el Reino de España estaban tácitamente en guerra, merced a que el gobierno español era aliado del Imperio Francés. Esta guerra, llamada “Guerra de la Cuarta Coalición” (contra Napoleón) incluyó un hecho sorprendente: la más grande derrota de las tropas británicas en todo el período 1789-1815. En efecto, un ejército británico de 9.000 hombres fue batido y obligado a capitular por tropas mal preparadas, en su mayoría milicias, del Reino de España.

¿Dónde sucedió esto? En la pequeña ciudad americana de Buenos Aires, capital del virreinato español del Río de la Plata, es decir, en un teatro de operaciones secundario que los ingleses pretendían aprovechar, ya que no podían batir a Napoleón en territorio europeo. Para Londres fue un descalabro mayúsculo, para Napoleón una satisfacción extra, para España un motivo legítimo de gloria, y para los americanos del Río de la Plata el inicio del proceso independentista, aún balbuceante.

El delicado umbral de la tempestad” habla de esa derrota colosal y única que sufrieron los británicos. Decía que en Londres fue un descalabro mayúsculo, a tal punto que (como suele suceder en estos casos) los políticos y la opinión pública inglesa empezaron a pedir que alguien pagara por ello. Y lo más natural en situaciones como esta es que ruede la cabeza de algún jefe militar, a más grande, mejor. Y la cabeza que rodó en este caso fue la John Whitelocke, el comandante en jefe británico, responsable de la derrota y la capitulación. El tribunal lo encontró culpable de lo que quisieron, y lo degradaron y expulsaron con deshonor del ejército. No sé si en Gran Bretaña en algún otro momento de la historia algún otro habrá pagado tan caro los platos rotos como él.

Precisamente por eso, por el enigma que provoca la figura desgraciada de Whitelocke, el autor de este libro, Jorge Castelli, evoca la malograda campaña británica desde el punto de vista del jefe enemigo. En una novela sobre las Invasiones Inglesas los argentinos pondríamos protagonistas criollos: el francés Liniers, jefe de la defensa; algún miliciano de los “Patricios” (regimiento improvisado que se formó en esta campaña); Manuela Pedraza la tucumana, una mujer que combatió en las asoladas calles de Buenos Aires, etc. Pero sería raro que pusiéramos de protagonista tan luego al jefe enemigo. Sería como si un español hiciera una novela de la guerra de sus compatriotas contra los franceses en 1808-1812 y pusiera como protagonista a Murat o Ney; o que un venezolano al redactar una novela sobre la guerra de independencia pusiera de protagonista a Pablo Morillo. Puede pasar pero sería raro: lo normal es que uno ponga de protagonista y héroe a alguien del bando de uno.

Narrada en forma de novela, esta obra incorpora recursos para mí novedosos. Todo parte de labios de Whitelocke, como una confesión. La novela toda no es más que una larga y dolorosa confesión acerca del fracaso británico en Buenos Aires:

“¿Qué decir cuando se ha entregado el honor? ¿Qué palabras emplear para describir aquello que, por otra parte, el mundo no tiene interés en escuchar?
La victoria no requiere preguntas. La derrota, en cambio, está colmada de reclamos e interrogantes, pero las correspondientes respuestas son siempre insignificantes y avaras: la explicación real sobre mi fracaso al intentar la captura de la ciudad de Buenos Aires, sería juzgada en tal caso –y no lo dudo– como algo enteramente falto de sentido.
He traicionado a Inglaterra. He traicionado a mi Rey. En menos de cuarenta y ocho horas he traicionado a todas aquellas banderas que supe enarbolar a lo largo de mi vida.”

Ese es el enigma que la novela quiere abordar: ¿por qué un ejército profesional de 9.000 hombres, bien equipado y mejor motivado, con toda la preparación necesaria, capitula ante milicianos inexpertos y una chusma de vecindario armada con unos cuantos mosquetes, lanzas y ollas de agua caliente? ¿Por qué la lucha dura solo un día? ¿Por qué Whitelocke pierde la voluntad y abandona incluso las conquistas obtenidas en el Plata desde el año anterior? Son preguntas que muchos libros han tratado de responder, pero a través del análisis científico: se exponen criterios de índole militar. Se habla de la situación táctica, de la situación estratégica. Se citan fechas y cantidades. El autor de esta obra quiere responderlo desde otro lugar: desde el corazón de Whitelocke. Y como en ese caso no es posible el análisis científico, la ficción recoge el guante.

Jorge Castelli imagina largas charlas que Whitelocke tiene en su residencia con el único amigo que le queda, un tal “almirante Ashley”. No estoy seguro, pero me parece que se trata de un personaje imaginario, pues no encuentro información sobre él. Como sea, a Ashley solo lo percibimos porque Whitelocke, de cuando en cuando, lo menciona: este Ashley nada dice en todo el libro, las únicas palabras son las de su anfitrión, el jefe deshonrado.

Whitelocke, entre tragos y puros que convida a su amigo y se convida a sí mismo, reflexiona sobre la política británica; habla de la guerra y de lo que significa ser militar y obedecer ordenes; recuerda sus años de servicio en el Caribe (en donde, según los libros de historia, se destacó). En este último dato hay una clave para entender su forma de pensar, pero nada más diremos al respecto.

Nos cuenta también lo que vio y sintió en ese (para él) fatídico mes de julio de 1807, cuando protagonizó la mayor derrota británica del período que se abre con la Revolución Francesa y se cierra con la derrota definitiva de Napoleón en Waterloo. Cuando leemos nos adentramos en los pensamientos de Whitelocke, que el autor nos hilvana y desenreda con paciencia, haciendo un verdadero tratado sobre la psicología de este personaje en particular.

El momento culminante llega con la planificación del ataque a Buenos Aires. Whitelocke, como buen militar, analiza a su contrincante Liniers:

“Por todas las informaciones que había recogido sobre el francés Liniers, me hallaba en condiciones de asegurar algunas cosas con respecto a él. (…) Si yo estaba en lo cierto, el hombre no esperaría pacientemente que el enemigo cayese con su ejército como el agua sobre la ciudad, sino que saldría a enfrentarlo en batalla, a campo abierto. (…)
Auchmuty, aparentemente satisfecho con mis razonamientos, soltó una densa bocanada de humo y preguntó:
- ¿Y si Liniers no saliese a presentar batalla abierta?
- Saldrá. No se preocupe. Sé cómo piensa -respondí.
Auchmuty insistió.
- ¿Y si a pesar de resultar derrotado su ejército, Buenos Aires aún persistiese y decidiera no rendirse?
- Entonces bajaremos de los barcos los cañones gruesos -indiqué-. Lo haremos en las barbas mismas de la ciudad, a la vista general. Luego situaremos a la flota en posición de cañoneo. Tal vez realicemos uno o dos disparos. Se rendirán, sin lugar a dudas.
Pero el brigadier general Samuel Auchmuty parecía empeñado en desmejorar mi noche.
- ¿Y si aún así no se rindieran?
- Si aún así no se rindieran, brigadier -dije golpeando con el puño sobre la mesa-, podaré esta ciudad a cañonazos.”


Caricatura inglesa de 1808 acerca de la degradación de Whitelocke: el diablo le ofrece una pistola mientras le dice "si todavía tienes una chispa de coraje, toma esto".

Interesante obra narrativa que recomiendo muy seriamente. Al final uno puede sentir compasión por Whitelocke y su desgracia, porque en definitiva era un militar cumpliendo órdenes, pero es sabido que a las derrotas alguien tiene que cargarlas, y rara vez llevan esa carga los gobiernos que han iniciado las guerras.

Me falta decir que este libro lo publicó Editorial Sudamericana y que Jorge Castelli ganó el premio “La Nación” de Novela año 2000. Vuelvo a expresar mi pensamiento de que los premios en concursos literarios pueden ser motivo legítimo de orgullo, pero en definitiva son los lectores quienes tienen la última palabra. En este caso yo adhiero al veredicto del jurado y recomiendo su lectura. Para adentrarse en la mente militar, y en la tragedia particular de John Whitelocke, el soldado que protagonizó la mayor derrota militar del Imperio Británico en mucho tiempo.