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domingo, 1 de noviembre de 2009

Personas en su habitat natural

“Historias de Diván” (2007)



Este libro se lo compré a un vendedor en silla de ruedas, de una feria de artesanos y laburantes que ofrecían sus mercancías en calle Obispo Trejo, frente a la Iglesia de la Compañía, en la ciudad de Córdoba. Esos vendedores no están más ahí, y no se dónde los habrá puesto el reordenamiento municipal.

Cuento esto porque para los ratones de biblioteca como yo a veces es muy importante la forma como nos encontramos con el texto. No es cuestión de comprar un libro solamente. A veces uno se enamora de un libro viejito, o con anotaciones al margen, si es usado; o por el olor a nuevo que desprende si es nuevo. Porque el libro pasa de mano en mano y uno se siente parte de una cadena humana unida por esas páginas. En este caso ese vendedor despertó mi simpatía: me gustó que vendiera libros, me gustó como los tenía acomodados, cómo los ofrecía. No era el chamuyo del vendedor solamente, es que conocía a esos libros. Quien conoce, recomienda de una forma distinta que el simple vendedor. Tal vez habría que ver “Tienes un e-mail” y prestar atención al personaje de Meg Ryan para entender esto un poco mejor.

Fue esta relación con el vendedor y su estantería improvisada lo que me decidió a comprar el libro. No soy muy amigo de los textos de autoayuda, meditación o psicología, lo confieso. “Historias de diván” es un libro sobre el psicoanálisis, precisamente.

El ejemplar que tengo en mis manos es de la segunda edición (junio 2007) impreso por Editorial Planeta. El autor, muy conocido aquí en Argentina (al menos en los grandes centros urbanos) es Gabriel Rolón. Este hombre, según cuenta en su propio libro, nació en la ciudad de Buenos Aires en 1961 y se graduó en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Además de su labor como profesional, ha hecho una carrera en el ámbito mediático, participando como columnista en programas radiales y televisivos. Una gran urbe como Buenos Aires da para que la gente se sienta necesitada de ayuda psicológica, y da para que esa misma gente quiera ver en la tele a otros hacerse el psicoanálisis. Rolón ha tenido un programa de TV donde juega a psicoanalizar a famosos. Pero me parece que el salto cualitativo de Rolón estuvo en participar del programa radial “La venganza será terrible” del afamado Alejandro Dolina (a quien yo admiro). Allí Rolón se despegaba un tanto del rol de psicoanalista y pasaba a ser un cómico que sintonizaba muy bien con Dolina.



Pero vayamos al libro en sí. Como el título muy bien lo adelanta, el libro trata sobre casos reales que al autor le tocó trabajar en su consultorio, o despacho, o como le quieran llamar. Rolón aclara que en todos los casos pidió a los implicados la autorización para publicar sus historias. Pero en su extenso prólogo Rolón aclara que, al fin y al cabo, ha retocado el texto. Él lo dice así:

Sus protagonistas (se refiere a los pacientes) no son el fruto de un capricho literario, sino que los he visto desgarrarse, reír, llorar, frustrarse y enojarse en mi consultorio semana tras semana. He debido, eso sí, novelar en parte algunas de las situaciones para transmitir mejor, de un modo ordenado y en pocas páginas aquello que ha sido resultado de meses, cuando no de años, de un intenso trabajo”. Y luego dice “Este libro contiene fragmentos de diferentes casos clínicos que me ha tocado dirigir (…) en todos los casos se han cambiado los nombres, las edades y las situaciones personales. Todo ha sido cuidadosamente modificado para resguardar la identidad y la privacidad de los pacientes

Tras leer este prólogo uno piensa entonces cuánto de las historias que va a leer son estrictamente reales, y cuánto es parte de las habilidades literarias que el autor puede desplegar en el terreno de la ficción. Hay aquí una tensión en pos de hacer un texto que hable sobre el trabajo psicoanalítico sobre casos reales, y al mismo tiempo lograr que ese texto sea ameno, entretenido e interesante. Yo he tenido que leer en la universidad textos sobre psicología, y para quien no persigue el objetivo de conocer este ámbito de las ciencias, estas lecturas pueden ser aburridas. ¿Cómo hacer que el público en general elija leer un texto sobre psicoanálisis? Rolón elige esta manera, y es su derecho.

En el prólogo (insisto en que me parece demasiado extenso), el autor explica que este libro no es exclusivo para psicólogos sino “para toda persona sensible al dolor humano”. Creo que también lo encontrarán ameno aquellos que gustan de espiar vidas ajenas, de saber qué le pasó a ese otro. En el índice el lector puede elegir entre ocho historias, cada una de las cuales tiene el nombre de su protagonista (Laura, Mariano, Amalia, Cecilia, Majo, Darío, Natalia y Antonio). Cada historia es un capítulo y allí en el índice mismo podemos leer los grandes temas del psicoanálisis: historias que en el pasado quedaron irresueltas y que en la adultez le saltan a la cara a la persona. Hay historias de celos, de abandono, de homosexualidad reprimida, de dobles identidades.

El libro logra ser ameno. A veces las habilidades del autor para soldar las partes reales y las ficcionales de cada historia dejan algunas lagunas. Pero en general esas historias tienen una fuerza propia muy grande que les permite ponerse el libro al hombro y salir adelante, como decimos en Argentina. Me llamó la atención el capítulo “la historia de Antonio” en el que el autor atiende un caso (un sacerdote) y al mismo tiempo se coloca como paciente de otro profesional, el cual lo aconseja como llevar adelante el caso. Yo pensaba que la ética profesional impedía comentar con otras personas lo que el paciente compartía en la sesión, pero parece que no es así. El caso de Antonio es el de un sacerdote que acude a psicoanalizarse, y me llama la atención que el autor piense que si los otros curas se enteran se puede armar lío para el pobre cura. Aquí en la arquidiócesis de Córdoba la psicología es parte de las herramientas de discernimiento vocacional y no es ninguna herejía, como parece sugerirlo Rolón. Tambien me gustó “la historia de Mariana”: “Entre el amor y el deseo, la indecisión”.

Un libro interesante, fácil de leer y en ciertos momentos atrapante. Bueno para estudiantes de psicología que quieren asomarse a la realidad de trabajar con pacientes en el psicoanálisis, y bueno para quienes quieran contemplar cómo otras personas llevan sus vidas y enfrentar sus problemas y sus miedos. Como quien dice, personas que son interesantes en tanto personas. Nada más y nada menos.

viernes, 27 de febrero de 2009

Elogio del mejor amigo

“Marley and Me” (2008)



Originalmente había pensado comentar otra película en esta ocasión, pero sucede que fui al cine y quedé muy satisfecho con este filme que ahora nos ocupa.

Se trata de una historia sobre el perro y el ser humano. Normalmente no veo películas que tengan como protagonistas a animales, pues suele suceder que se orientan a comedias muy disparatadas (como perros que juegan al futbol, basquet, voley, etc) o historias lacrimógenas, y no me gusta que me hagan llorar. Con “Marley and Me” hice una excepción porque ese día quería ir al cine y ya no me coincidían los horarios para ver otra cosa.

Se trata de una historia verdadera o “basada en una historia real”, la de un columnista de un importante diario norteamericano, papel interpretado por Owen Wilson. Este sujeto (John Grogan) se casa con Jenny (Jennifer Aniston), que también es periodista. A partir de aquí la película nos irá mostrando las dos facetas a que deberá atender, como cualquier mortal, Gohn Grogan: familia y trabajo. Aunque en la vida real ya son maduritos (Wilson tiene 40 y Aniston 39), los protagonistas recién casados deciden dejar los hijos para más adelante, cuando logren estabilizar su nuevo hogar. Aquí es donde Grogan tiene la idea de comprar un cachorro a su esposa, para suplir la ausencia de niños en la casa. Y “Marley” entra en escena.


Sucede que este perro es hiperactivo. Ya desde cachorro se destaca y pone a prueba a sus dueños: incluso la vendedora lo deja en rebaja con tal de sacárselo de encima. De aquí en adelante veremos a “Marley” crecer en tamaño pero nunca en seriedad; crea problemas a cada paso, mordiendo, rompiendo cosas, jalando de la soga, atropellando a la gente. Grogan y su esposa, lejos de hacer como hacen muchos desalmados que abandonan animales en la autopista, hacen de tripas corazón y se arman de paciencia. “Marley” se integra así en la familia, y aunque nunca dejará de dar problemas, es un miembro más. Los amantes de las mascotas podrán entender cómo es que Grogan y Jenny incluyen a “Marley” de tal forma en sus vidas; es que para los “mascoteros” la compañía de un animal a veces es muy valiosa, y la mirada expresiva de este no necesita palabras para decir más.
Con el tiempo la familia se va a ir ampliando, con la llegada de los postergados hijos, pero “Marley” no pierde espacio sino todo lo contrario. La película es un ejemplo de cómo un animal puede llegar a ser miembro pleno de una familia, y aunque la película no abandona el tono de comedia, hacia el final será la emoción la gran protagonista.

Wilson y Aniston componen personajes creíbles. Él es ideal para la comedia y las situaciones disparatadas, mientras que ella, aunque también es comediante de calidad, en este caso pone en escena un personaje más centrado y calmo, incluso con dramatismo; y no es para menos, porque con la llegada de los hijos las cosas se complican y ella debe optar por su trabajo (al cual ama) o su hogar, lo que supone todo un sacrificio. Aniston no pierde esa belleza que nos viene ofreciendo desde “Friends” y que la llevó a ganarse el mote de “la novia de América”. De hecho, fue la segunda gran razón por la cual decidí ver esta película. Confieso que la inmortal “Rachel Green” de “Friends” me tiene cautivado.


La adopto, la llevo, le doy casa y comida, la saco a pasear, la malcrio, me gasto el sueldo, todo.

El resto del elenco cumple: los hijos de la pareja están bien, hay algunos vecinos que aparecen por ahí. No hay mucho por destacar, porque el perro, Wilson y Aniston son los grandes protagonistas. Eric Dane interpreta a Sebastian, amigo y compañero de trabajo de Grogan; de hecho, Grogan anhela ser reportero como Sebastian y no columnista, de modo que una sana envidia lo ataca cuando Sebastian cuenta los reportajes en que se embarca. El actor Eric Dane ha trabajado en varias películas, pero no recuerdo haberlo visto antes. Interpretando a Arnie Klein, el jefe y también confesor y amigo de Grogan, está Alan Arkin, un buen actor de reparto. Yo lo recuerdo en “Rendition” (2007) y en “Little Miss Sunshine” (2006) aunque tiene un montón de películas en su haber.

Quiero dedicar un párrafo a Kathleen Turner, quien supo encarnar personajes que desbordaban sensualidad y atracción, como en “Cuerpos Ardientes” (Body Heat, 1981) o “Dos bribones tras la esmeralda perdida” (Romancing the Stone, 1984, con Michael Douglas). En esa época estaba entrando a los treinta y su físico constituía un plus en la pantalla; pero una década después, en “Friends” encarnó a ¡un travesti moreno! que era el papa de Chandler. Y en esta película la Turner, con 55 años encima, hace el papel de una vieja decadente que entrena perros: como dice el tango “doy vuelta la cara y me pongo a llorar”.



Marley and Me” es una buena película para pasar el rato y para aprender que se puede convivir con una mascota problemática. Al mismo tiempo se pueden contemplar las dificultades propias de un hogar donde el tiempo, el trabajo y los niños (amén del perro) requieren paciencia y sacrificios; la pareja de John y Jenny es una pareja ideal, se aman, se apoyan, y edifican un hogar sobre sólidos pilares. Parece demasiado bueno para ser verdad, pero hay parejas así.

viernes, 6 de febrero de 2009

Viaje al alma de John Whitelocke

“El delicado umbral de la tempestad” (2001)

En 1807 la Gran Bretaña y el Reino de España estaban tácitamente en guerra, merced a que el gobierno español era aliado del Imperio Francés. Esta guerra, llamada “Guerra de la Cuarta Coalición” (contra Napoleón) incluyó un hecho sorprendente: la más grande derrota de las tropas británicas en todo el período 1789-1815. En efecto, un ejército británico de 9.000 hombres fue batido y obligado a capitular por tropas mal preparadas, en su mayoría milicias, del Reino de España.

¿Dónde sucedió esto? En la pequeña ciudad americana de Buenos Aires, capital del virreinato español del Río de la Plata, es decir, en un teatro de operaciones secundario que los ingleses pretendían aprovechar, ya que no podían batir a Napoleón en territorio europeo. Para Londres fue un descalabro mayúsculo, para Napoleón una satisfacción extra, para España un motivo legítimo de gloria, y para los americanos del Río de la Plata el inicio del proceso independentista, aún balbuceante.

El delicado umbral de la tempestad” habla de esa derrota colosal y única que sufrieron los británicos. Decía que en Londres fue un descalabro mayúsculo, a tal punto que (como suele suceder en estos casos) los políticos y la opinión pública inglesa empezaron a pedir que alguien pagara por ello. Y lo más natural en situaciones como esta es que ruede la cabeza de algún jefe militar, a más grande, mejor. Y la cabeza que rodó en este caso fue la John Whitelocke, el comandante en jefe británico, responsable de la derrota y la capitulación. El tribunal lo encontró culpable de lo que quisieron, y lo degradaron y expulsaron con deshonor del ejército. No sé si en Gran Bretaña en algún otro momento de la historia algún otro habrá pagado tan caro los platos rotos como él.

Precisamente por eso, por el enigma que provoca la figura desgraciada de Whitelocke, el autor de este libro, Jorge Castelli, evoca la malograda campaña británica desde el punto de vista del jefe enemigo. En una novela sobre las Invasiones Inglesas los argentinos pondríamos protagonistas criollos: el francés Liniers, jefe de la defensa; algún miliciano de los “Patricios” (regimiento improvisado que se formó en esta campaña); Manuela Pedraza la tucumana, una mujer que combatió en las asoladas calles de Buenos Aires, etc. Pero sería raro que pusiéramos de protagonista tan luego al jefe enemigo. Sería como si un español hiciera una novela de la guerra de sus compatriotas contra los franceses en 1808-1812 y pusiera como protagonista a Murat o Ney; o que un venezolano al redactar una novela sobre la guerra de independencia pusiera de protagonista a Pablo Morillo. Puede pasar pero sería raro: lo normal es que uno ponga de protagonista y héroe a alguien del bando de uno.

Narrada en forma de novela, esta obra incorpora recursos para mí novedosos. Todo parte de labios de Whitelocke, como una confesión. La novela toda no es más que una larga y dolorosa confesión acerca del fracaso británico en Buenos Aires:

“¿Qué decir cuando se ha entregado el honor? ¿Qué palabras emplear para describir aquello que, por otra parte, el mundo no tiene interés en escuchar?
La victoria no requiere preguntas. La derrota, en cambio, está colmada de reclamos e interrogantes, pero las correspondientes respuestas son siempre insignificantes y avaras: la explicación real sobre mi fracaso al intentar la captura de la ciudad de Buenos Aires, sería juzgada en tal caso –y no lo dudo– como algo enteramente falto de sentido.
He traicionado a Inglaterra. He traicionado a mi Rey. En menos de cuarenta y ocho horas he traicionado a todas aquellas banderas que supe enarbolar a lo largo de mi vida.”

Ese es el enigma que la novela quiere abordar: ¿por qué un ejército profesional de 9.000 hombres, bien equipado y mejor motivado, con toda la preparación necesaria, capitula ante milicianos inexpertos y una chusma de vecindario armada con unos cuantos mosquetes, lanzas y ollas de agua caliente? ¿Por qué la lucha dura solo un día? ¿Por qué Whitelocke pierde la voluntad y abandona incluso las conquistas obtenidas en el Plata desde el año anterior? Son preguntas que muchos libros han tratado de responder, pero a través del análisis científico: se exponen criterios de índole militar. Se habla de la situación táctica, de la situación estratégica. Se citan fechas y cantidades. El autor de esta obra quiere responderlo desde otro lugar: desde el corazón de Whitelocke. Y como en ese caso no es posible el análisis científico, la ficción recoge el guante.

Jorge Castelli imagina largas charlas que Whitelocke tiene en su residencia con el único amigo que le queda, un tal “almirante Ashley”. No estoy seguro, pero me parece que se trata de un personaje imaginario, pues no encuentro información sobre él. Como sea, a Ashley solo lo percibimos porque Whitelocke, de cuando en cuando, lo menciona: este Ashley nada dice en todo el libro, las únicas palabras son las de su anfitrión, el jefe deshonrado.

Whitelocke, entre tragos y puros que convida a su amigo y se convida a sí mismo, reflexiona sobre la política británica; habla de la guerra y de lo que significa ser militar y obedecer ordenes; recuerda sus años de servicio en el Caribe (en donde, según los libros de historia, se destacó). En este último dato hay una clave para entender su forma de pensar, pero nada más diremos al respecto.

Nos cuenta también lo que vio y sintió en ese (para él) fatídico mes de julio de 1807, cuando protagonizó la mayor derrota británica del período que se abre con la Revolución Francesa y se cierra con la derrota definitiva de Napoleón en Waterloo. Cuando leemos nos adentramos en los pensamientos de Whitelocke, que el autor nos hilvana y desenreda con paciencia, haciendo un verdadero tratado sobre la psicología de este personaje en particular.

El momento culminante llega con la planificación del ataque a Buenos Aires. Whitelocke, como buen militar, analiza a su contrincante Liniers:

“Por todas las informaciones que había recogido sobre el francés Liniers, me hallaba en condiciones de asegurar algunas cosas con respecto a él. (…) Si yo estaba en lo cierto, el hombre no esperaría pacientemente que el enemigo cayese con su ejército como el agua sobre la ciudad, sino que saldría a enfrentarlo en batalla, a campo abierto. (…)
Auchmuty, aparentemente satisfecho con mis razonamientos, soltó una densa bocanada de humo y preguntó:
- ¿Y si Liniers no saliese a presentar batalla abierta?
- Saldrá. No se preocupe. Sé cómo piensa -respondí.
Auchmuty insistió.
- ¿Y si a pesar de resultar derrotado su ejército, Buenos Aires aún persistiese y decidiera no rendirse?
- Entonces bajaremos de los barcos los cañones gruesos -indiqué-. Lo haremos en las barbas mismas de la ciudad, a la vista general. Luego situaremos a la flota en posición de cañoneo. Tal vez realicemos uno o dos disparos. Se rendirán, sin lugar a dudas.
Pero el brigadier general Samuel Auchmuty parecía empeñado en desmejorar mi noche.
- ¿Y si aún así no se rindieran?
- Si aún así no se rindieran, brigadier -dije golpeando con el puño sobre la mesa-, podaré esta ciudad a cañonazos.”


Caricatura inglesa de 1808 acerca de la degradación de Whitelocke: el diablo le ofrece una pistola mientras le dice "si todavía tienes una chispa de coraje, toma esto".

Interesante obra narrativa que recomiendo muy seriamente. Al final uno puede sentir compasión por Whitelocke y su desgracia, porque en definitiva era un militar cumpliendo órdenes, pero es sabido que a las derrotas alguien tiene que cargarlas, y rara vez llevan esa carga los gobiernos que han iniciado las guerras.

Me falta decir que este libro lo publicó Editorial Sudamericana y que Jorge Castelli ganó el premio “La Nación” de Novela año 2000. Vuelvo a expresar mi pensamiento de que los premios en concursos literarios pueden ser motivo legítimo de orgullo, pero en definitiva son los lectores quienes tienen la última palabra. En este caso yo adhiero al veredicto del jurado y recomiendo su lectura. Para adentrarse en la mente militar, y en la tragedia particular de John Whitelocke, el soldado que protagonizó la mayor derrota militar del Imperio Británico en mucho tiempo.

sábado, 31 de enero de 2009

En memoria de dos enamorados

“Camila” (1984)

Esta es una película argentina que surgió en la época posterior al retorno de la democracia en Argentina. En esa época llegaron a la pantalla grande varios tipos de película: había películas del “destape”, que solo se entienden si se tiene en cuenta la censura que ejerció el gobierno militar para proteger, decía, la moral y las buenas costumbres; entonces, con la democracia se hicieron las películas del destape, donde lo más importante es que hubiera malas palabras, groserías, referencias al sexo y unos cuantos desnudos. Otros filmes tenían la pretensión de mirar el país, su pasado y su presente, su esencia; en esa veta está el cine simbolista, pesado y aburrido por momentos. Luego había títulos que pintaban a la sociedad argentina del pasado reciente, como “No habrá más penas ni olvido”, “Los chicos de la guerra” o “La Historia Oficial”; y también películas que trataban temas lejanos en el tiempo, como “La Rosales”, “Asesinato en el Senado de la Nación” o “El general y la fiebre”. Y aquí incluyo a “Camila”.

Estrenada en 1984 de la mano de la directora María Luisa Bemberg, una de las glorias del cine argentino, este filme contaba en versión libre una historia real sucedida en Buenos Aires durante el segundo largo gobierno de Juan Manuel de Rosas: un sacerdote y una joven de buena familia de la sociedad porteña se enamoran y huyen para vivir ese amor prohibido. Como es posible que lectores de otros países (y seguramente también muchos de Argentina) no conozcan la historia y quieran ver el filme, no voy a contar el final. Pero el guión se atiene a los sucesos históricos.

La dirección, como ya dije, estuvo a cargo de María Luisa Bemberg, quien falleció en 1995. Esta mujer filmó películas de época, un género no muy frecuentado en Argentina, y menos que fueran protagonizadas por mujeres. Bemberg tiene una trilogía interesante que arranca con “Camila”, continúa con “Miss Mary” y concluye con “Yo, la peor de todas”. “Miss Mary” trata acerca de una institutriz inglesa y su relación con una acomodada familia argentina. Fue protagonizada por Julie Christie, una inglesa de verdad que también estuvo en películas de Hollywood, como “Troya” (Thetis, la mamá de Aquiles) o “Harry Potter y el Prisionero de Azkaban” (Madame Rosmerta). En cuanto a “Yo, la peor de todas”, cuenta la vida de la monja Sor Juana Inés de la Cruz, quien vivió en Nueva España (México actual) en el siglo XVII. Este papel estuvo interpretado por la española Assumpta Serna. Es importante decir que Maria Luisa Bemberg, además de dirigir esta trilogía, escribió el guión de cada filme; por lo tanto lo que sale en pantalla es producto de todo el trabajo y la pasión de esta espléndida mujer.

Decía que las películas de época no son muy abundantes en la filmografía argentina, y menos las épicas; después de “Camila” y las películas de su generación no hubo más películas de época, salvo un corto estrenado en 2008 que cuenta “El combate de San Lorenzo”. Una lástima, porque hay historias muy interesantes para contar, como esta. En “Camila” la escenografía está muy bien cuidada, así como los ropajes y la representación de las costumbres. Así y todo no hay espectacularidad en los escenarios; olvidémonos de cámaras aéreas que nos den un enfoque cenital, o panorámicas que abarquen el horizonte, o cámaras que sigan a los protagonistas puerta a puerta o escalón a escalón. Eso está bien y es lindo, pero no es imprescindible. La Bemberg demuestra que cuando la historia está bien contada, los trucos visuales no son necesarios.

Esta película es una coproducción entre Argentina y España. Me llamó la atención, pues generalmente cuando los europeos financian películas argentinas es para que se cuenten historias de pobreza, miseria, tristeza y cosas así que confirmen la idea de que efectivamente nosotros estamos en el Tercer Mundo. En este caso las firmas que aparecen asociadas son GEA de Argentina e Impala de Madrid; y la coproducción alcanza para colocar a Imanol Arias en un rol protagónico que sin duda beneficia a la película.

Arias interpreta al sacerdote Ladislao Gutiérrez, el cual en 1847 llega a Buenos Aires y como era costumbre es presentado a lo mejor de la alta sociedad; allí conoce a la familia de Adolfo O’Gorman y a la hija de este, Camila O’Gorman, a cual es una romántica empedernida, sobre todo gracias al contacto con su abuela, a la cual apodan “La Perichona”. Resulta que esta abuelita está, por decirlo así, en “arresto domiciliario”, recluida en la estancia de los O’Gorman; allí vive año tras año recordando al trágico amor de su juventud: el virrey Santiago de Liniers, ya fallecido. Pero Liniers no murió por amor, fue fusilado 37 años atrás por defender la causa española en las provincias del Río de la Plata, de las cuales había sido virrey y a las cuales había defendido contra las intentonas británicas. En este punto, alrededor de La Perichona, es donde Bemberg se toma licencias en el guión, pues las fuentes que consulté no mencionan que estuviera recluida, sino que vivió en su propia casa quinta y no en la de su hijo Adolfo. Como sea, Liniers y La Perichona se amaron apasionadamente, y la muerte de él la dejó a ella sola con el recuerdo de ese amor, recuerdos que se convirtieron en locura con la reclusión; pero en Camila encontró una confidente y una discípula a la cual enseñó que el amor puro es lo más importante de esta vida.

De hecho, Camila tiene pretendiente (“el mejor partido de todo Buenos Aires”, como le dice una de sus hermanas) y se llama Ignacio, pero ella no quiere el mejor candidato, sino el amor. Eso no encaja en el ambiente patriarcal que reina en la familia y en el país; en efecto, don Adolfo O’Gorman (magistralmente interpretado por Héctor Alterio) manda con mano de hierro y ya bastante sufre con la historia pasada de su madre la Perichona. Y en el país manda don Juan Manuel de Rosas, que conduce con mano de hierro los destinos de las provincias argentinas a pesar de que es solamente gobernador de una de ellas (Buenos Aires). Rosas ha sido ungido como “restaurador de las leyes” y para él la tradición y las costumbres autóctonas son lo único válido; todas las ideas de afuera tienen un tufillo raro.

Y precisamente de afuera se van colando entre esas ideas nuevas, el Romanticismo, que pregona la búsqueda del amor y desdeña otros valores. En un pasaje de la película, Camila lee un libro de Echeverria conseguido clandestinamente, ante la mirada aburrida de su pretendiente Ignacio. Bemberg elije ese ángulo para contar la historia, la del amor romántico entre dos seres que son perseguidos por la tragedia que significa no poder vivir su amor. Eso era el romanticismo original: amor y tragedia.


Rosas mantiene el orden con métodos, digamos, “poco ortodoxos”: de noche se escuchan gritos en las calles y a través de las ventanas pueden entreverse en las calles patrullas de milicianos que gritan “¡Viva la Santa Federación!” y desaparecen. Son los “agentes del orden”, cuya presencia nocturna es seguida al amanecer por la aparición de cuerpos sin vida. Aquí el filme traza un paralelo con la represión ilegal ocurrida durante la dictadura de 1976-1983, cuando “grupos de tareas” secuestraban sospechosos que se perdían para siempre o aparecían muertos por ahí sin explicación. En ambos casos el miedo se asomaba a través de las ventanas, sin atreverse del todo a ver qué pasaba en las calles.

Camila es interpretada por Susu Pecoraro, tal vez en la mejor interpretación de su carrera. Gracias a ella vemos a una Camila comprometida con el amor, buscándolo mientras reparte ternura a su alrededor, y la vemos enamorarse con el alma entera. Ella no duda un instante cuando encuentra el amor, y su convicción es tal que enfrenta todos los obstáculos, incluyendo la resistencia de Ladislao. Susu e Imanol Arias forman una pareja que se complementa a la perfección, y junto con Héctor Alterio sostienen la película entera.

Completan el repertorio: Carlos Gallardou, interpretando a Eduardo O’Gorman, el sacerdote hermano de Camila; Boris Rubaja en el papel de Ignacio, el pretendiente de Camila; y Juan Leyrado como José María, miembro de la rosista Sociedad Restauradora y pretendiente de otra de las niñas de la familia O’Gorman. Todas las actuaciones son sólidas y crean un buen cuadro de la época, ayudados por la recreación histórica. La sociedad de ese entonces, con su apego a las normas estrictas y a la importancia de mantener las apariencias, no tenía espacio para los jóvenes enamorados. Camila solo quería amar sin dañar a nadie, quería estar con Ladislao; pero todos se cebaron en ella y en castigar el amor.

Una historia real que podría haber sido una historia de tantas, pero que el destino tocó de una manera especial, a tal punto que vive hoy en la memoria. Quien vea la película entenderá por qué.

viernes, 23 de enero de 2009

Anatomía profunda de un Chile lejano

“Mi país inventado” (2003)


Este es un librito pequeño pero muy interesante. Andaba yo por la Feria del Libro que todos los años se realiza en la Plaza San Martín de la ciudad de Córdoba (Argentina) en el mes de septiembre (visite Córdoba). Tenía ganas de comprar algo de Isabel Allende pero ese día el bolsillo no me daba para “Inés del alma mía” u otros títulos de la autora chilena. Entonces me concentré en la mesita de los “baratos” y encontré este libro, el cual comencé a hojear. Las páginas que recorrí me convencieron y me llevé el material. Se trata de una edición de 2007 publicada por Editorial Sudamericana en el sello. La tapa (o cubierta) está diseñada con una foto de Isabel Allende a los veinte años, una foto sencilla pero con pretensiones artísticas y que a mí me transmitió muchas cosas.

Mi país inventado” no es una novela como las que Isabel Allende ha escrito con tanta maestría. Se trata de un texto autobiográfico, en el cual la autora evoca a su patria que ha dejado atrás en la distancia. Allende ha evocado Chile muchas veces, como escenario de sus novelas, pero este texto tiene el sabor de la primera persona, de lo personal caído directamente sobre la hoja. En ese sentido me hizo recordar, con las salvedades del caso impuestas por la época histórica y las sociedades que describe, a ese otro gran relato autobiográfico que fue “Recuerdos de provincias”, de Domingo Faustino Sarmiento.

Allende da muestras de un equilibrio muy acertado al momento de emplear la nostalgia sobre su tierra. Ama Chile, pero eso no impide que critique (con calidad y calidez) lo que ella ve como defectos de su sociedad, y que deje en claro sus desacuerdos. Por ejemplo, en el capítulo titulado “País de esencias longitudinales” hace una descripción a grandes trazos de la geografía y gentes de Chile, y al llegar a la isla de Pascua dice:

En 1888 nos adjudicamos la misteriosa Isla de Pascua, el ombligo del mundo, o Rapanui, como se llama en el idioma pascuense. Está perdida en la inmensidad del océano Pacifico, a dos mil quinientas millas de distancia del Chile continental, más o menos a seis horas en avión desde Valparaíso o Tahití. No estoy segura de por qué nos pertenece. En esos tiempos bastaba que un capitán de barco plantara una bandera para apoderarse legalmente de una tajada del planeta, aunque sus habitantes, en este caso de de apacible raza polinésica, no estuvieran de acuerdo. Así lo hacían las naciones europeas; Chile no podía quedarse atrás.”

La autora evoca su infancia y no ahora letras para describir con minucia las costumbres que ella pudo observar, como por ejemplo la forma en que se hacía dulce de leche en el hogar. Nada escapa a sus recuerdos: costumbres, lugares, sucesos, etcétera. Ella, tal como lo dice, toma a su familia como hilo conductor para el relato, y así aparecen de a ratos los más diversos parientes, cuya presencia da pie para ampliar el relato hacia los costados, evocando y explicando infinidad de cosas. Para todo hay comentarios, la mayoría de los cuales demuestra un sentido del humor muy agudo y que a la vez es capaz de mover los recuerdos del propio lector y dejarlo pensando en quien sabe qué cosas.

Encontramos también pasajes referidos a la historia de Chile, y de qué manera esa historia influye en el sentir nacional actual. Por ejemplo, Isabel habla del racismo en su país y de ahí salta a la historia mapuche:

Aunque no quedan muchos indios puros –mas o menos un diez por ciento de la población- su sangre corre pos las venas de nuestro pueblo mestizo. (…) Estos indios, divididos en varias tribus, contribuyeron fuertemente a forjar el carácter nacional, aunque antes nadie que se respetara admitía la menor asociación con ellos; tenían fama de borrachos, perezosos y ladrones. (…) En los últimos años algunas tribus mapuches se han sublevado y el país no puede ignorarlos por más tiempo. En realidad los indios están de moda. No faltan intelectuales y ecologistas que andan buscando algún antepasado con lanza para engalanar su árbol genealógico; un heroico indigena en el árbol familiar viste mucho más que un enclenque marqués de amarillentos encajes, debilitado por la vida cortesana.”

Y hay otro párrafo dedicado a la admiración que sienten los chilenos por alemanes e ingleses. Confieso que fue esta página la que me motivo definitivamente a comprar el libro:

A los chilenos nos gustan los alemanes (…) pero en realidad procuramos imitar a los ingleses. Los admiramos tanto, que nos creemos los ingleses de América Latina, tal como consideramos que los ingleses son los chilenos de Europa. En la ridícula guerra de las Malvinas (1982) en vez de apoyar a los argentinos, que son nuestros vecinos, apoyamos a los británicos, a partir de lo cual la primera ministra Margaret Thatcher, se convirtió en amiga del alma del siniestro general Pinochet. América Latina nunca nos perdonará semejante mal paso.

A medida que pasan las páginas se encuentran retratos de la sociedad chilena de antaño y de la actualidad, con sus costumbres y formas de pensar। Aparecen las relaciones familiares, el aspecto religioso, el prestigio de las fuerzas armadas. A veces me parece que en el libro se describe a la Argentina, mi país, porque encuentro muchas similitudes en la forma de pensar, sobre todo en la humildad mezclada con arrogancia, en la admiración por lo extranjero mezclada con la soberbia del etnocentrismo, en la doble moral mezclada con la hipocresía. Los argentinos solemos creer que todos los defectos están en el sistema de gobierno, en los políticos, en el capitalismo, bla bla bla, lo que nos sirve de excusa para disimular nuestras propias metidas de pata sistemáticas. Al fin y al cabo a los políticos corruptos alguien los vota, alguien los catapulta desde abajo hacia arriba; pero no, creemos que al jurar el cargo automáticamente se hicieron corruptos, lo cual nos permite ponernos el disfraz de pueblo traicionado, haciendo el papel de victimas que tanto nos hemos medido. Muy pocos piensan que en realidad el presidente o ministro corrupto empezó siendo corrupto en el club de bochas, la cooperadora de la escuela, el centro vecinal o la parroquia.


Por eso para mí leer a Isabel Allende me resultó terapéutico. A causa de mi forma de pensar poco inclinada a la demagogia, llegué a temer que se me acusara de “enemigo del pueblo”, porque acá las acusaciones basadas en extremismos están a la orden del día. Lo peor es que yo mismo ya me estaba definiendo como una especie de antiargentino que criticaba al pueblo de mi patria. Pero al leer “Mi país inventado” me sentí tranquilizado y comprendido. Isabel Allende, como dije antes, no hace concesiones a la hora de criticar a sus compatriotas, pero eso no significa que odie Chile ni mucho menos, o que prefiera “lo que viene de afuera” (de hecho, esa admiración por lo foráneo, lo anglosajón, es una de las cosas que critica). Se trata de hacer una pintura con sombras y luces, imprescindibles para que el cuadro no quede desbalanceado.

Leyendo este libro me dieron más ganas de conocer Chile, un objetivo que planeo concretar antes de morir. Existe entre Chile y Argentina una relación muy especial: las disputas y debates por cuestiones de límites y soberanías no pierden vigencia, y cada país piensa que el otro le robó territorios. Eso es un clásico. Pero a la vez estamos muy unidos; el turismo y tránsito en general entre ambos países alienta la integración, pero las raíces de la hermandad chilenoargentina vienen desde antes de la independencia. Los patriotas chilenos fueron los primeros (y los únicos) que enviaron tropas en apoyo de los patriotas del Río de la Plata, en un momento en que las papas quemaban de verdad; luego el favor fue devuelto en 1813 cuando cordobeses y cuyanos bajo el mando de Las Heras cruzaron la cordillera de los Andes y lucharon codo a codo con los patriotas chilenos, soportando juntos la derrota y la retirada, mucho antes de que San Martín pudiera poner en marcha su inmortal Ejército de los Andes (en el que volvieron a pelear juntos chilenos y argentinos). Por otro lado, tenemos la segunda frontera común más larga del mundo y nunca llegamos a la guerra, aunque casi en 1978. Chile ha tenido guerras con sus otros vecinos (Bolivia y Perú) y Argentina con los suyos (Uruguay, Brasil, Paraguay y Bolivia), pero nunca entre ambos. Quiero creer que la frontera nos une más que nos separa.

Si usted quiere leer a Isabel Allende en un formato que no sea novela, este libro es la opción. Al mismo tiempo, si quiere adentrarse en Chile de la mano de las palabras, “Mi pais inventado” también es opción. La autora, que en la década del 70 tuvo que exiliarse y que desde hace mucho vive en EEUU, justifica el título diciendo que Chile para ella es algo en el corazón y en el alma más que en la realidad. De nuevo tenemos esa magia en las palabras que es característica de Isabel Allende.

miércoles, 14 de enero de 2009

Despertar adolescente en el franquismo

“El año de las luces” (1986)


Esta es una de esas películas españolas que llegaron a Argentina en mi niñez tardía y preadolescencia. La vi por televisión y vagamente recordaba algunas escenas, mezcladas con otras de filmes diferentes. Ahora que Internet se multiplica, inundando cada vez más regiones del globo, incluyendo el muy nuestro Tercer Mundo, uno puede bucear en pos de sus recuerdos y traerlos de nuevo ante los ojos. En este caso ansiaba ver esta película con mirada de adulto para poder captar simbolismos e información que por la que edad que tenía en aquel entonces se me escaparon. Y entonces, he aquí “El año de las luces”.

En este filme se combinan grandes temas del cine español: el erotismo, la Guerra Civil y la infaltable galería de personajes típicos. El responsable de esta mezcla es Fernando Trueba, un director que tiene en su haber algunos de los más resonantes títulos del cine español. En esta ocasión decidió poner su talento en la mesa para filmar la historia de…su suegro. Pero vamos por partes. Trueba, siendo joven, había conocido a un “tío” (como dicen en la Península) ya entrado en años, un tal Manolo; este Manolo le contó historias de su juventud y Trueba quedó prendado del relato. Años después Trueba hizo carrera en el cine y consiguió arrancarle a Don Manolo una hija en casamiento, pasando a ser de la familia; y llegó la oportunidad de contar la historia en forma de película. Y para rubricar toda este génesis, la película inicia con una sencilla dedicatoria: “A Manolo”.

En la pantalla, Manolo (encarnado por Jorge Sanz) es hijo de un soldado caído en combate durante la Guerra Civil; entonces un tío, enrolado en las triunfantes tropas del bando Nacional, lo envía a él y su hermanito Jesús a un internado en el campo, en la frontera con Portugal. Aunque se trata de un hogar para niños, y Manolo tiene 16, no hay otra cosa. Allí van desfilando los personajes: la encargada del hogar, un férrea y sensual mujer que incluso ha combatido en las filas de los Nacionales; la clásica maestra avejentada y tradicionalista; el cura bonachón y de pocas luces; el viejito adorable que se vuelve “maestro de la vida” del joven Manolo; las cimbreantes empleadas del hogar, entre las cuales no falta una que sea picarona y de corto ingenio . Como es previsible, Manolo ira descubriendo a estos personajes a través de su rebeldía juvenil: con doña Tránsito (la maestra tradicionalista) va a chocar; Don Emilio será su escape al mundo de la fantasía, porque el viejito le habla de su caudillo Durruti (¿el Che Guevara de los progres españoles?) y le presta libros; con las empleadas se entabla la comunicación erotizada, a medida que Manolo va dando rienda suelta a sus ganas de probar la carne femenina. Finalmente, aparece la chica de la historia (Maribel Verdú), de la cual Manolo se enamora.

Me parecieron personajes muy típicos y que se vieron o verían en otros filmes: Manolo Alexandre, que compone a Don Emilio, casi repite su papel en otra película que se llamó “Así en el cielo como en la tierra”. En este filme también estuvo presente Chus Lampreave, la “Doña Tránsito” de “El Año de las Luces”, y también hay gran similitud entre los personajes de ambas películas. Jorge Sanz, el actor que interpreta a Manolo, no logra hacer un papel diferente en “Belle Epoque”. La sensación que me quedó es que Trueba no quiso contar una historia diferente u original sino una historia con los lugares comunes del cine y la cultura española.

Lo que se destaca es la grandiosidad de los escenarios naturales en que fue filmada, puro campo. Eso es bueno cuando uno ya está harto de ver películas urbanas como las que hacen mis compatriotas de Buenos Aires, donde toda la acción eternamente transcurre en esa amada y detestada ciudad argentina. Los escenarios naturales ayudan a sentir un viaje hacia lo profundo de España, no solo en la geografía sino en lo simbólico. Trueba define a la atmosfera como asfixiante “que pesa como una loza”; es lógico que piense así ya que él no comulga con el franquismo que triunfó en la Guerra Civil. Pero a mi no me transmitió esa imagen, no vi lo asfixiante por ningún lado: la historia del amor frustrado por los agentes externos es universal. Y si pretendía que la gente sintiera asfixia, le faltaron pinceladas, porque el filme es hasta pintoresco.
El año de las luces es 1940. La Guerra Civil que asoló España se extendió desde 1936 a 1939, de modo que 1940 es el año de la posguerra. Trueba se empeña en condenar a esa época, tildándola de oscura. Pero es “el año de las luces” porque el protagonista comienza a descubrir muchas cosas. Hay mucho discurso ideológico y me hace pensar, porque la mayoría de las películas españolas que he visto que tratan el tema de la Guerra Civil lo hacen desde la óptica de los vencidos, el bando Republicano. ¿No queda nadie que cuente la guerra desde el punto de vista de los Nacionales? Más allá de que uno comulgue o no con ciertas ideologías, creo que todas deben tener su oportunidad de difundirse. Luego uno elige esta o aquella.

Da gusto verla a Maribel Verdú tan jovencita (tenía 15 años cuando se rodó la película). A partir de aquí se abrió camino en el mundo cinematográfico, conjugando su talento con su belleza, porque es sabido que en muchísimas películas de la Madre Patria las actrices tienen que ponerse en cueros: conocemos el cuerpo desnudo de Maribel, de Penélope Cruz, de Victoria Abril, de Paz Vega, etcétera, etcétera. Por suerte no he visto ninguna película con desnudo de Carmen Maura ¡Qué horror!

El año de las luces”, una linda pintura de época, con lindos paisajes y una historia querible. Hay escenas cachondas, como la del colectivo al inicio, hay picardías, y también amor puro. Personajes típicos españoles y mucho humor. Un provechoso encuentro con el cine de la Madre Patria España.

sábado, 29 de noviembre de 2008

Nuestra primera presidenta

“Isabel Perón” (2003)



Encontré este libro en un local de usados, a precio módico. Aparentemente no tuvo buena venta y de ahí que un gran lote haya ido a parar a las mesas de saldos; ¿o hay alguna mano negra que saquea los depósitos de las editoriales y revende libros al circuito de los usados? Hace dos día recién descubrí que mi libro tenía, bajo la solapa, una especie de chip; lo descubrí de la manera más desagradable, cuando traspuse un detector en una tienda y sonó la alarma, ante lo cual el guardia me pidió revisar el bolso y descubrió el libro. Entonces comprobamos que era eso lo que hacía sonar la alarma.

Pero vamos al libro en cuestión. Editado por Planeta en 2003, es un interesante texto que se centra en la figura de María Estela Martínez (“Isabelita”), esposa y luego viuda del carismático general Juan Domingo Perón, fundador del “peronist party”, como dicen los yankis. La autora es María Sáenz Quesada, una historiadora de ley, de esas que no improvisan discursos con 2 ideas encontradas en Internet, como hacen algunos pseudo historiadores actuales (al menos aquí en Argentina). Quesada ha integrado la publicación “Todo es Historia” y por su vocación y conocimiento ha dado clases en la Universidad de Belgrano. También ha escrito otros libros, varios de ellos centrados en torno a figuras femeninas de nuestro pasado nacional, como Mariquita Sánchez o las mujeres del entorno de Juan Manuel de Rosas. De modo que estamos ante una persona que se toma en serio su trabajo.

Para aquellos que leen el blog y no conocen quién es Isabel Perón (al fin y al cabo, no todos sabemos de todo), va una reseña: su figura está asociada invariablemente a Perón, a quien conoció cuando este jefe estaba exiliado en Panamá, después de haber sido derrocado en 1955. Se hizo íntima del entorno de Perón y viajó con él a España, donde ambos se casaron. Perón nunca se resignó a su suerte de exiliado y amparado en la lealtad casi unánime de toda la clase obrera argentina, dirigió la “resistencia peronista” contra todos los gobiernos (civiles y militares) que se sucedieron a partir de 1955. Finalmente, después de varias movidas en el tablero de ajedrez político, Perón volvió a Argentina y fue electo presidente: la primera sorpresa fue que nombró a Isabel como vicepresidente; la segunda sorpresa fue que Perón se murió a los nueves meses de mandato, dejando a su viuda como presidente de los argentinos; la tercera sorpresa es la menos sorpresiva de todas: Isabel no estaba preparada para el puesto y la situación del país llevó a que el 24 de marzo de 1976 los militares la derrocaran.

Para mí fue novedad encontrar un libro que hablara de Isabel Perón, ya que es un personaje de un pasado ya bastante lejano. Además su figura resulta opacada por la de aquellos que la destronaron y que iniciaron una dictadura militar nefasta, recordada por los excesos en la represión de la subversión y por las violaciones a los derechos humanos. Cuando en Argentina se habla de esa época, generalmente se empieza por el 24 de marzo de 1976, dedicando como mucho un párrafo al gobierno de Isabel, como para ambientar la cosa. Y nada más.

Quesada toma como eje la vida de Isabel, pero desde ahí va desgranando la historia política de Argentina a lo largo de casi tres décadas. Y está siempre presente el “otro eje”: Perón. Es él quien condiciona la trayectoria de Isabel y de Argentina toda. Será por eso que la autora arranca el libro con el capítulo 1 detallando la muerte de Perón; ese es el momento decisivo, el antes y el después.

A continuación, Quesada retrocede y en los capítulos 2 al 6 nos cuenta los primeros años de María Estela Martínez Cartas (tal el verdadero nombre de Isabel), avanzando en el tiempo. La vemos encontrarse con Perón y ligarse a él durante el exilio del caudillo; la vemos en sus limitaciones al ingresar en la política de mano de su flamante marido, hasta la muerte de este, ya relatada en el capítulo 1. A esas alturas, la violencia estaba marcando muy fuerte a la política argentina, y ni siquiera Perón podía controlarla. Le dejaba de herencia a Isabel un país fracturado y desangrandose; demasiado para una mujer que no tenía formación política previa y que su único mérito para ocupar tan alto cargo era ser “la señora de Perón”.

El capítulo 7 nos introduce en ese período tumultuoso de los veintiún meses de presidencia de Isabel, que desembocan en el golpe militar. Confieso que el libro hasta esta parte me había tenido medio insatisfecho, pero desde el capitulo 7 comencé a leerlo con voracidad, atrapado por el ritmo de los acontecimientos que narraba la autora. Veía cerrarse el cerco sobre el futuro de la Argentina de aquellos años, condicionada por los extremistas de uno y otro bando, que pretendían imponer por las armas su visión de la realidad. Veía también la miopía de tantos sectores que no supieron defender a la República y que luego (hasta el día de hoy), cuando vieron las consecuencias del putsch del 76, se anotaron en el listado de las victimas y sacaron título de enjuiciadores de los demás. No faltaron políticos y militares que buscaron hasta el final una salida al atolladero, incluso en la víspera del golpe, cuando se reunieron dirigentes partidarios y sindicalistas.

El capítulo 17 narra las últimas dos semanas antes del golpe militar, cuando ya todos sabían que vendría y la mayoría lo deseaba. La figura de Ricardo Balbín se agiganta cuando, ante la inminencia del alzamiento militar, anuncia por radio y TV “todos los incurables tienen cura cinco minutos antes de la muerte…desearía que los argentinos no empezáramos a contar ahora los cinco minutos”. Con lujo de detalles y abundante transcripción de diálogos, Quesada reconstruye esos últimos días de la República. Es de sumo interés el testimonio de los que participaron en el putsch, para saber qué pensaban, cuáles eran sus planes y sus intenciones. El capítulo finaliza con la detención de Isabel, primer paso del asalto de los militares el poder, y una reflexión ¿por qué Isabel se aferró a la presidencia, cuando muchos le pedían la renuncia para salvar a la República? La incapacidad de Isabel para manejar una situación que ni Perón pudo dominar hizo pensar a muchos que la única manera era convocar nuevas elecciones; pero cuando se fijó fecha para octubre de 1976 ya era tarde: los militares se preparaban para intervenir.

El capítulo 18 nos cuenta qué fue de Isabel desde el 24 de marzo de 1976, inicio de un cautiverio de cinco años, el más largo que haya enfrentado un presidente argentino, como lo dice la autora. Nos cuenta aquí los lugares donde estuvo detenida y las causas judiciales que se le iniciaron, hasta que fue liberada en 1981. Isabel pasó a España a vivir en el exilio, aunque mantuvo contactos con políticos en Argentina, especialmente desde el regreso de la democracia en 1983. Termina con cierta reparación histórica que se le hizo, incluyendo compensaciones económicas por ser una detenida por razones políticas.

Quesada cierra el libro con un capítulo extra: ¿Inocentes o culpables? No aplica estas opciones solamente a la presidente, sino a todos los dirigentes y también a las bases. Porque lo que sucedió en este país durante la década de 1970 es bastante más complejo de los razonamientos simplistas que se han impuesto en los últimos años. La República estaba atacada por la guerrilla extremista, tironeada por las corporaciones sindicales y empresarias, jaqueada por los militares, abandonada por amplios sectores de la población, que veían cada vez con mejores ojos la necesidad de una “mano fuerte” que tomara el timón. Isabel no era esa mano fuerte, es cierto, pero quienes tomaron el timón después se excedieron con la fuerza; Quesada no deja de decirlo, pero acota que a eso se llegó merced a un proceso histórico-político del que no solo los militares fueron responsables.

En definitiva, un buen libro, con abundantes notas al pie para consultar bibliografía. Se nota la intención clara de respaldar cada página con fuentes, algo que (insisto) no es virtud constante en los “nuevos historiadores que cuentan la historia que no nos contaron”. En cada capítulo hay una foto o collage de fotos, donde por lógica vemos a Isabel. Eso ayuda a ponerle rostro a esta historia que a los argentinos nos cuesta todavía asumir, y es ni más ni menos que la historia de nuestra primera presidente.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Otra del Che Guevara

“Che, Part 1” (2008)



Hombre controvertido, polémico, amado, detestado, recordado, nombrado y mostrado। Ernesto “Che” Guevara suma todos estos adjetivos y más, demostrando una vigencia que muy pocos alcanzan. Ni siquiera nuestros grandes próceres continentales, como San Martín o Bolívar se mantienen al día en la opinión pública como el Che. Si exceptuamos al Loco Chávez, que lo menciona a Bolívar hasta en la sopa, pobre don Simón.
En este contexto, sale una nueva película sobre Guevara, una más. Y lo novedoso es que se trata de una mini saga de dos filmes, así que estamos en presencia solo del primero de ellos. De ahí su título original de “Che, part one”, subnombrada “the argentine”.
Esta película cuenta la acción del Che en Cuba desde su llegada hasta la famosa batalla en Santa Clara, con el episodio del tren blindado incluido। La “part 2” lleva el subtítulo de “Guerrilla” y nos contará el resto de la odisea del Che, hasta su muerte en Bolivia, supongo।
Esta peli se acaba de estrenar en Argentina y se me ocurrió verla esta semana, porque hacía tiempo que no sentaba en el cine। Entre las opciones, “Che” era la más pasable, porque confieso que no me gusta el endiosamiento que hay acerca de la figura del médico-guerrillero. Y entré pensando que vería algo nuevo o distinto acerca de su figura: me equivoqué.
La película es una coproducción hispanonorteamericana dirigida por el yanki Steven Soderbergh, director de la recordada “Sexo, mentiras y video” y más recientemente de “Traffic”। Este director incorpora interesantes recursos visuales para contar una historia que ya han contado muchos. De este modo, mientras vemos al Che en la selva cubana, se intercalan imágenes en blanco y negro con movimientos de cámara y ángulos visuales muy novedosos, que nos hacen dar un salto en el tiempo para mostrarnos el viaje del guerrillero (ya como integrante del gobierno revolucionario cubano) a EEUU para hablar ante las Naciones Unidas. Estas son a mi juicio las mejores partes de la película, y en un primer momento llegué a creer que se trataba de material de archivo, tal es la apariencia de veracidad que transmiten esas imágenes. En estas secuencias es donde el portorriqueño Benicio del Toro consigue su mejor interpretación del Che, y podeis verlo en las fotos que acompañan este post: su apariencia, sus movimientos y su tono de voz son lo más cercano al Che verdadero.


Distinto es el caso del Che en la selva, donde Benicio luce un poquito panzón para ser alguien que vive y lucha a la intemperie, pasando privaciones y sufrimientos। Aquí su tono de voz se hace “castellano neutro” y no convence, pero zafa। En lo que sí falla Benicio es cuando usa el término “che”. Precisamente a Guevara sus compañeros comenzaron a llamarlo así porque él utilizaba a cada rato la muletilla “che”, básica en la oralidad argentina. Nosotros usamos “che” cotidianamente, de una forma natural, y esa naturalidad es la que le falta a Del Toro cuando dice “¡che!”, con fuerza, al punto que se parece al personaje de José “Pepitito” Marrone, que decía “¡ché!”. Tal vez Benicio debería haber estudiado un poco más a este vocablo en acción.
Debido a la coproducción de EEUU con España, podemos ver en el elenco a varios españoles y a otros latinoamericanos. El mexicano Demián Bichir interpreta a Fidel Castro, logrando captar sus gestos y su presencia pero no así su acento al hablar. La colombiana Catalina Sandino Moreno interpreta a Aleida March, la joven militante que se siente cautivada por el guerrillero y que después… no adelantemos, tal vez eso lo cuenten en la “part two”. Esta chica aporta su belleza para componer un personaje femenino que le pone hermosura a la guerra (en la foto la vemos junto al Che en pleno combate).
Por lo demás, y exceptuando esas escenas en blanco y negro que mencionamos, la película no tiene nada de novedoso। El filme parece destinado a realzar al Che como mito, ya que está idealizado: todas sus acciones y sus palabras expresan a cada rato su convicción revolucionaria y antiimperialista, no piensa en otra cosa. Argentina, su lugar de nacimiento, no aparece ni una sola vez en toda la película (yo esperaba que en las escenas de la ONU podría ser, pero nada): de modo que el subtítulo “the argentine” no tiene sentido. Pero no hay problema, porque no se ve a Guevara extrañando a su país natal o su familia o amigos. Una sola vez se lo ve tomando mate. No habla con nadie de temas de medicina, o de su familia. Una sola vez menciona a su esposa e hija que están en México. En definitiva se lo ve como una persona que “lucha sin descanso” no en sentido metafórico, sino literal. La película, entonces, falla en mostrarnos al ser humano, algo que aquí en Argentina los críticos revisionistas le critican a la historiografía oficial.
Creo que más valor tiene que los norteamericanos, cuyo gobierno ha sido ácidamente criticado por Guevara, sean los hacedores de este filme। Eso demuestra que, a pesar de toda la munición que les podamos tirar, los yankis son capaces de hacer películas donde ponen a sus enemigos ideológicos como héroes, y eso no es un mérito menor.
Me olvidaba: las escenas de combate están bien logradas, gracias a este estilo de “realismo bélico cinematográfico” que impuso la cinta “Rescatando al soldado Ryan”. Ángulos de cámara muy jugados, escenas rapidísimas, con cierto toque a tragicomedia. Rescato eso del filme, además de las escenas en Mueva York por el viaje a la ONU (allí se ve a furiosos ciudadanos gringos protestando contra el Che y su comunismo). Imperdible la parte en que Guevara se encuentra con McCarthy en Nueva York.
Para fanáticos del Che, de todo tipo। Los que conocen su historia encontrarán en esta película agua fresca para nutrir sus convicciones. Los que no conocen al Che pero igual lo admiran (que son la mayoría, a mi juicio), podrán en este film descubrir mucho del pensamiento de Guevara, pensamiento que él puso en práctica y gracias a lo cual ha ganado su lugar en la moderna mitología.
El Che es un luchador, un idealista (a esto apunta el filme) y por tanto una persona contradictoria: como cuando proclama que la primera cualidad del guerrillero debe ser “amar”, y después pregona “hemos fusilado, y seguiremos fusilando”. Razones para amarlo, temerlo o cuestionarlo, pero nunca pasar de lado ante su figura.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Judíos como ratones

"Maus" (2006)


Este es un libro muy particular: se trata de una novela gráfica, contada en formato de historieta (o “comic”, “tebeo”, etc)। Aunque ahora las editoriales largan más historietas recopiladas que antes (ni hablar del fenómeno “manga”), siguen siendo escogidas las obras historietadas que llegan a merecer convertirse en libro। Aquí en Argentina el ejemplo clásico es el “Eternauta” de Héctor Oesterheld y Francisco Solano Lopez, que fue publicada semanalmente en la década de 1950 y luego recopilada; sigue siendo la vaca sagrada de la historieta argentina.

“Maus” siguió un itinerario parecido. Su autor, Art Spiegelman, publicó en la revista “Raw” de su propiedad los capítulos de “Maus” a lo largo de 11 años (1980-1991). En 1986 recopiló la primera parte de su producción en un volumen subtitulado “Mi padre sangra historia”; siguió publicando los restantes capítulos y a estos los reunió en un segundo volumen: “Y aquí comenzaron mis problemas”. Con posterioridad se ha editado toda la obra en un sola entrega. Yo poseo la obra en dos tomos, publicada por Emecé Editores en 2006 con traducción de César Aira. Es una edición exclusiva para el mercado hispanohablante entero, excepto España.

¿De qué va (como dicen los españoles) esta obra? Se trata de un relato crudo acerca del genocidio hitleriano contra los judíos durante la Segunda Guerra Mundial। Hay muchos relatos acerca de este hecho histórico, algunos más luminosos que otros, y no son pocos los relatos lastimeros que solo pueden ser consumidos por un público ávido de golpes bajos y lágrimas fáciles.


No es fácil escribir (o dibujar) sobre esto, porque se puede caer en los lugares comunes, en la sensiblería, en la demonización lisa y llana, o en la negación total. Spiegelman enfrenta ese desafío provisto de un recurso de que no todos disponen: él cuenta la historia de su padre, por lo cual el título completo de la obra es “Maus, historia de un sobreviviente”. Esto lo libera de grandes problemas a la hora de plantear el guión con el cual abordar el Holocausto. Si yo tuviera que hacer una historieta sobre ese tema, no sabría por dónde empezar ni cómo seguir: es que se trata de un tema tan complejo, que no resulta fácil.

El enfoque, entonces, es el de Vladek Spiegelman, padre del autor. Se trata de una novela testimonial.

Pero hay un recurso novedoso: todos los personajes tienen cuerpo humano y cabeza de animal. No vemos rostros humanos, lo cual nos permite concentrarnos en los hechos sin ser atrapados por los gestos faciales de los protagonistas. Es que en el rostro los dibujantes solemos (perdón, “suelen”) volcar mucha subjetividad para tratar de influir en la simpatía del lector, recurso que en casos como este no sería lo mejor. ¿Qué rostros y expresiones deberían tener los personajes que atraviesan por tantas situaciones angustiantes?

Los judíos son ratones (“Maus” en alemán es “ratón”); los alemanes son gatos, y ya vemos el simbolismo con que Spiegelman dibuja la historia. Pero la fauna se completa con los polacos, retratados con cara de cerdo; los yankis con cara de perro; los ingleses como peces; y los franceses como ranas.

Resulta un poco difícil distinguir entre los personajes, pues las caras de ratón son muy similares, lo mismo que los otros animales. Spiegelman trata de ayudarnos diferenciando a los personajes a través de la ropa.

Sin embargo, y volviendo al tema de la ausencia de rostros, sería un error creer que los personajes, por ser ratones, no expresan emociones ni tienen identidad. ¡Vaya que la tienen! Y son muy emotivos; pero lo son en cuanto viven hechos que provocan las emociones.

La historia son dos historias. Se nos cuenta como Art va a visitar a su padre Vladek para grabar sus recuerdos y utilizar estos como fuente para el libro. Y entremezclado vemos los recuerdos de Vladek tal como sucedieron.

Es decir, por una parte asistimos en “Maus” al proceso por el cual Art fue creando “Maus”: vemos el proceso de creación por dentro. Eso es fascinante. Art entrevista a su padre Vladek para ir bocetando la historieta, y mientras tanto, vemos qué es de la vida de Vladek en ese momento, siendo ya un sobreviviente (esto ocurre en la década de 1970). La relación entre padre e hijo tiene sus altibajos, y a Art le cuesta aceptar muchas cosas de su padre, y fantasmas de su familia: Vladek y su esposa Anja (la mamá de Art) perdieron un hijo en el Holocausto, y después de la guerra, siendo Art un muchacho, ella se suicidó. Vladek ha sobrevivido a todo eso y en cierta manera Art trata de “sobrevivir” a su padre, que tiene ya las manías de la edad.

Cada capítulo generalmente sigue la misma estructura: Art va a visitar a su padre, y este comienza a recordar. Entonces vemos la historia de Vladek desde que conoce a Anja, en Polonia, y se casan. De a poco los “gatos” van ganando espacio y entonces los “ratones” judíos comienzan a verlo todo negro. Se suceden la invasión alemana a Polonia, las primeras restricciones, luego los guettos, las deportaciones a los campos de concentración y finalmente el horror de Auschwitz. Anja y Vladek pasan juntos por todas estas etapas, pues la historia es contada por Vladek, y para él es imposible soslayar a Anja. Aunque no se trata de una novelesca historia de amor, uno se queda pensando en ese sentimiento tan fuerte que hay entre Anja y Vladek, porque cuando todo se derrumba, sólo se tienen el uno al otro. Hay un momento culminante en el capítulo cinco (“Ratoneras”): “… hasta el último minuto debemos luchar juntos. Te necesito... ya verás que juntos sobreviviremos…siempre le decía eso”, recuerda Vladek.
Desfilan las miserias cotidianas de seres humanos lanzados unos contra otros: los gatos cazan ratones; los ratones se traicionan unos a otros; los “cerdos” (los polacos) se mueven entre la piedad por los ratones y el temor a los gatos. Hay cerdos que ayudan a los ratones, y hay otros que los denuncian ante los gatos, denunciando incluso a los cerdos que protegen ratones. Una verdadera maraña, prueba de todos los matices que puede alcanzar el espíritu humano en situaciones difíciles.

El relato es muy completo, pues Vladek ha visto y vivido muchas cosas. Como dije antes, lejos de los sentimentalismos baratos, Spiegelman nos pone frente a frente con el Holocausto y deja que lo miremos a los ojos, sin intermediarios. El efecto es contundente.

La historia de Vladek durante el Holocausto se complementa con la historia de lo que sucede entre él y su hijo Art, el cual parece no comprenderlo e incluso no soportarlo. Vladek ya es viejo y tiene mañas, mientras que Art quiere mantenerse independiente de sus problemas (los de Vladek). A veces parece que Art tiene problemas con su identidad: cuando habla con su padre, tiene cara de ratón; pero otras veces tiene cabeza humana y máscara de ratón, como si quisiera aparentar algo que en el fondo no es. Se dibuja a sí mismo yendo al psicólogo a hablar de estos problemas; se dibuja a sí mismo ante el tablero de dibujo bocetando “Maus” o decidiendo con qué animal identificar a tal país. Mientras tanto, Vladek rezonga con su nueva esposa (“Mala”) y la compara con la difunta Anja, mientras despotrica que a Mala solo le interesa el dinero. Vladek sigue sobreviviendo.

En resumen, un libro fascinante por lo novedoso y por el ángulo con que enfoca el genocidio cometido por los nazis. Pero también atrapa por la historia de ese ratón-judío que sobrevive treinta años después, entre su hijo prescindente, su segunda esposa, su el recuerdo de hijo muerto en los campos y el recuerdo también de su amada esposa con la cual afrontó los peores espantos.

El impacto de la obra llevó a que “Maus” ganara el Pulitzer, un prestigioso premio reservado para obras publicadas en EEUU. Después de “Maus” Art Spiegelman no ha producido otra obra de renombre, y en cierta manera, quedó atada a ella; su nombre se asocia a “Maus” a tal punto que en un episodio de Los Simpson aparece Spiegelman usando una careta de ratón. Curioso epílogo para tremenda “historia de un sobreviviente”.

Anexo: para saber un poco más
http://www.tebeosfera.com/documentos/documentos/maus:_la_historia_de_un_sobreviviente.html

viernes, 17 de octubre de 2008

Los recuerdos de un presidiario francés

“Papillon” (1970)


Este es un libro que encontré fortuitamente: como sucede a veces, alguien donó a la parroquia un lote de libros que ya no necesitaba, generalmente muy viejos. Yo soy activo miembro de la parroquia y justo vi la caja con los libros caídos en desgracia, de modo que empecé a hurgar y me encontré con este “Papillón”, impreso por EMECÉ en 1970 (había salido en su idioma oficial en 1969). Se ve que tuvo gran éxito, pues en las primeras páginas se dice que la primera impresión fue en abril de 1970; la segunda impresión también en el mismo mes; y la tercera edición fue al mes siguiente.

Papillon” en idioma francés significa “Mariposa”, y alude a un tatuaje que tiene el protagonista; ese tatuaje con forma de mariposa ocasiona que a dicho protagonista se lo conozca también por el apodo de “Papillon”, aunque su nombre sea Henri Charriere.

Este es precisamente el nombre del autor: Charriere ha escrito un libro autobiográfico, colocándole como título su famoso apodo. Eso hace que el libro sea una pieza literaria única, por la minuciosidad con que están relatados hechos que sucedieron en la realidad.

Charriere no cuenta su vida en general sino una parte, pero esa parte vale por el resto: desde los 25 años (1931 o 1932) hasta los 37 años (en 1945), etapa en la cual afrontó una condena por el asesinato de un “macró” (por lo que he podido averiguar es un proxeneta o algo así). Papillon era un hombre de la noche, un “dandy”, y aunque juraba ser inocente, lo mandaron a la Guayana Francesa, en la costa norte de Sudamerica (al norte de Brasil). En el Primer Mundo mandaban (o mandan) a sus indeseables lejos, a la periferia, a purgar sus condenas. Bueno, al fin y al cabo en Argentina se acostumbraba mandar a los “peores” a Tierra del Fuego, también lejos.

Papillon va contando con lujo de detalles todos los momentos que vive en “el camino de la podredumbre”, como él le llama. Lo han condenado a perpetua, pero llevado de su espíritu indómito (al fin y al cabo es un hombre de la noche, no habituado a las ataduras) piensa desde el principio en fugarse. Al comienzo lo mueve el deseo de venganza, como en esta escena:

Han pasado treinta años y sin embargo mi pluma corre para recordar lo que realmente pensé en aquellos momentos de mi vida, sin el menor esfuerzo de memoria.
No, lo les haré nada a los jurados. ¿Pero al fiscal? ¡Ah! A ese hay que escarmentarlo. Para él tengo una receta siempre lista, tomada de Alejandro Duma. Actuar exactamente como en “El conde de Montecristo” con la víctima que había encerrado en el sótano para que reventara de hambre.


Y más adelante, cuando un cura viejo lo visita en su celda para asistirlo espiritualmente:

Sus ojos son tan dulces, su gruesa figura tiene tanta luminosa bondad, que tengo vergüenza de negarme (a rezar). Como él se ha arrodillado, lo imito. “Padre nuestro que estás en los cielos…”. Se me caen las lágrimas, y el buen padre, que las ve, recoge sobre mi mejilla, con un dedo torcido, una gruesa lágrima, la lleva a los labios y la bebe.
- Tus lágrimas, hijo, son para mí la más grande recompensa que Dios podía enviarme hoy a través de ti. Gracias.- Se levanta y me besa en la frente.
Estamos de nuevo en la cama, uno al lado del otro.
- ¿Cuánto tiempo hacía que no llorabas?
- Catorce años.
- Catorce años ¿Por qué?
- El día de la muerte de mi madre.
Toma mi mano en la suya y me dice: “Perdona a los que te han hecho sufrir tanto.” Saco mi mano de la suya y, de un brinco, me encuentro sin quererlo en el medio de la celda.
- ¡Ah no, eso no! Jamás perdonaré. ¿Y quiere que le confíe una cosa, padre? Bueno, cada día, cada noche, cada hora, cada minuto, paso mi tiempo disponiendo cuándo, cómo, de qué modo podré hacer morir a los que me enviaron aquí.
- Dices y crees eso, hijo. Tú eres joven, muy joven. Cuando pase el tiempo renunciarás al castigo y a la venganza.
Treinta y cuatro años después pienso como él.


Papillon pasa su condena en el presidio de Cayena y en las islas cercanas a la Guayana Francesa, en medio de condiciones generalmente atroces. Pero el relato no por eso se hace lastimero, sino que Charriere narra todo con suma tranquilidad, como si las cosas que cuenta fueran algo habitual, algo de todos los días; y en realidad era habitual para los condenados. En ese sentido, el que escribe es un condenado, de modo que su visión de los hechos lejos está del espanto: ¿cómo va a espantarse de leer y escribir cosas que él ha vivido? Ya su capacidad de espantarse quedó atrás:

Además, el relato, queriéndolo o sin querer, resulta cómico; cómico por la naturalidad con que relata cosas que para nosotros son motivo de escándalo:

Matthieu Carbonieri, de acuerdo conmigo, había aceptado ser cocinero despensero en el sector de los jefes de guardianes. (…) El jefe de provisiones le da tres conejos para que los prepare para dos días después, el domingo. Carbonieri envía despellejados, afortunadamente, un conejo a su hermano que está en el muelle y dos a nosotros. Después mata tres gatos grandotes y con ellos hace un guiso con todas las de la ley.
Desgraciadamente para él, el doctor está invitado a esta comida y al paladear el conejo dice: “Señor Filidori, lo felicito por su menú: este gato está delicioso”.
- No se burle de mí, doctor, estamos comiendo tres hermosos conejos.
- No –dice el doctor, testarudo como una mula-. Es gato. ¿Ve las costillas que estoy comiendo? Son planas, y las de los conejos son redondas. Por lo tanto, no hay error posible: estamos comiendo gato.
- ¡Dios Santo, Cristacho! –Exclama el corso-. ¡Tengo un gato en la barriga! –Y sale corriendo hacia la cocina, le pone el revólver a Matthieu bajo la nariz y le dice:
- Pese a que eres tan napoleonista como yo, te voy a matar por hacerme comer gato.
Entre relatos de la vida cotidiana, fuga e intentos de fuga, desfilan docenas de personajes, al punto que cuesta memorizarlos. Charriere no se detiene mucho en cada uno, pero aún así lo poco que nos cuenta sobre ellos alcanza para darles a esos personajes una fuerza y protagonismos de primera línea. Resalta un cierto culto a la amistad: la lealtad a los amigos está presente constantemente, y vence al egoísmo. Es un código de presidiarios, pero muy válido, y demuestra a su manera que hay un sentido del honor incluso en personas que han sido desechadas por la sociedad.

Aunque tal vez muchos de ustedes ya conozcan cómo termina el libro, prefiero no contar más para dejar el deseo de leerlo. Es bastante grueso, pero vale la pena. No hay ritmo acelerado en el relato de las aventuras, sino mucho detalle y pintura, pero eso no quita emoción a la propuesta literaria de Charriere. Este libro fue adaptado al cine en 1973 (con el protagónico de Steve Moqueen), y Editorial Bruguera publicó una historieta en su ya legendaria revista “El Tony” en 1980.
Un recomendado.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Memorias de un inglés en el Ejército Libertador

“Memorias del general Miller”

He leído este libro a comienzos del presente año. Se trata de una edición de Emecé, en la colección “memoria argentina” (Buenos Aires, 1997). El subtítulo dice “escritas por John Miller”, lo cual causa cierta confusión, como le pasó a un amigo mío, que dijo “y más vale que las escribió John Miller, si son las memorias del general Miller”. Pero no, son las memorias de William Miller, aunque (cosa un poco rara) no las escribió él mismo sino su hermano. Eso permite con más comodidad el uso de la tercera persona en vez de la primera, y contribuye a dar un tono más ecuánime e imparcial al relato.
William Miller fue uno de tantos guerreros que quedaron sin trabajo en Europa cuando Napoleón fue abatido; entonces pensó en viajar a América, tal como cuentan sus memorias:

Los años 1816 y 1817 los pasó casi enteramente en el continente europeo. Durante su residencia en él, tuvo la oportunidad de asociarse a una casa de comercio francesa; pero después de un pequeño ensayo abandonó la intención de adelantar su fortuna por aquel medio. Cuando regresó a Inglaterra se cansó pronto de una vida ociosa, y fijando su atención sobre el estado de la lucha entre la América Española y la metrópoli, consideró que el Río de la Plata era el punto más a propósito a que podía dirigirse; puesto que pocos o ningunos ingleses ansiosos de gloria militar habían marchado a aquel país, por cuya razón Mr. Miller lo prefirió a Colombia, cansada de aventureros de todas especies.

El libro se ocupa en narrar primero, desde el punto de vista del autor obviamente, las razones de la lucha; él las ubica en el defectuoso sistema colonial español, que había empujado a América a buscar su libertad. Eso abarca el capítulo 1; en el capítulo 2 pinta la escena en América durante los primeros convulsionados años del siglo XIX, hasta llegar al año cero: 1810.
En el capítulo 3 narra las operaciones militares entre patriotas y realistas en el territorio del virreinato del Río de la Plata, desde 1810 hasta 1816 aproximadamente. Esto da pie para narrar, en el capítulo 4, la preparación del Ejército de los Andes en Cuyo y el cruce de la cordillera. Allí, Miller retrocede en el tiempo y en el capítulo 5 explica la situación de Chile en el período de la “Patria Vieja”, y durante la reconquista realista, antes de narrar la campaña de San Martín en Chile hasta el fallido asalto a Talcahuano (diciembre de 1817). Recién en el capítulo 6 comienza el relato de la travesía de Miller llegando a Buenos Aires; y recién en el capítulo 7 lo vemos incorporarse al Ejército de los Andes argentino-chileno, a tiempo de participar en las batallas de Cancharrayada y Maipú.
Miller narra así los primeros días en el ejército patriota:

El primer pequeño incidente que ocurrió, fue el paso del río Maypo (…) su único puente está construido de un modo que puede llamarse de cables de cuero: lo necesario para que pase un carruage. (…). La infantería lo pasó (…) sin la menor dificultad (…) pero cuando llegó la artillería, principiaron las dudas de si podría o no verificarlo. Con obgeto de ver desfilar sus tropas y presenciar el paso del río, se había colocado el general (San Martín) en una alturita desde donde podía verlo todo, y al nacer estas dificultades, tuvo una especie de consulta co los gefes de ramo e inteligentes, sobre la posibilidad del paso de la artillería: en las dudas se ofreció el capitán Miller a conducir el primer cañón. (…) El carruage tomó tal velocidad, que los dos artilleros que lo sostenían, ayudados por el capitán Miller, perdieron el equilibrio y el cañón se disparó. La cureña se enredó en la balaustrada de cuero (…), el piso del puente adquirió una inclinación casi perpendicular, de forma que cuantos estaban en él, tuvieron que agarrarse a algo para quedar colgando, y no precipitarse en el torrente (…). Pero como no cedió ninguno de los apoyos del puente, se disminuyó poco a poco el susto (…) y se aventuraron dos o tres hombres a entrar en el puente a darles asistencia. Desmontaron con gran dificultad el cañón y la cureña, y lo condujeron todo en piezas separadas a la otra orilla. El resto de la artillería fue a pasar el río por un bado (sic), cuatro o cinco leguas mas abajo. El capitán Miller no perdió nada de su buen crédito por este accidente (…), antes al contrario le hizo conocer como un hombre que sabía despreciar su vida, al mismo tiempo que atrajo sobre sí la vista de su general, al principio mismo de su carrera.

Como puede verse en este texto, la narración entra en detalles muy sabrosos, que sólo se pueden conseguir en un testimonio de primera mano. A partir de aquí Miller no relata nada de oídas, sino lo que ha visto y vivido. A partir de aquí cuenta las acciones de guerra en que le tocó participar, en Chile y en Perú. Sirvió bajo el mando de su compatriota Cochrane, fuerte enemigo de San Martín aunque ambos luchaban contra los realistas. Cochrane ha dejado venenosos párrafos dedicados a San Martín, de donde se nutren algunos ultraderechistas chilenos para denigrar al Libertador. Afortunadamente, el pueblo de Chile en general no cae en estas trampas.
Es de imaginar lo difícil que sería para Miller estar entre dos jefes enfrentados mutuamente. A ambos les dedica palabras elogiosas, y procura mantener una distancia neutral al opinar. Así relata como se zanjó la disputa entre Cochrane y San Martín, protector del Perú:

El 26 del mismo mes (septiembre de 1821) transmitió el protector a lord Cochrane una copia de aquella parte de las instrucciones privadas que había recibido del gobierno de Chile, que le autorizaban como general en gefe de la expedición libertadora, para disponer del todo o parte de la escuadra, según lo considerase conveniente; y en virtud de estos poderes mandó al almirante y a los buques bajo su mando, salieran de las costas del Perú. Poco después el lord Cochrane dio la vela para California.

Las memorias de Miller llegan hasta la memorable batalla de Ayacucho (1824), aunque la edición que yo leí sólo narra las acciones en Perú hasta la renuncia de San Martín, después de entrevistarse en Guayaquil con Bolívar. Esto está bien aclarado en la primera página por parte de los editores.
Para quien guste de la historia y pueda disfrutar de libros testimoniales, encontrará en esta obra una fuente de buenos momentos. Hasta la próxima.

El jamón del sanguche

 Memorias de una adolescente Querido Diario: Mañana cumplo 15 años y ya recibí este diario. Empecé como ocho diarios íntimos en mi vida; a t...