domingo, 1 de noviembre de 2009

Personas en su habitat natural

“Historias de Diván” (2007)



Este libro se lo compré a un vendedor en silla de ruedas, de una feria de artesanos y laburantes que ofrecían sus mercancías en calle Obispo Trejo, frente a la Iglesia de la Compañía, en la ciudad de Córdoba. Esos vendedores no están más ahí, y no se dónde los habrá puesto el reordenamiento municipal.

Cuento esto porque para los ratones de biblioteca como yo a veces es muy importante la forma como nos encontramos con el texto. No es cuestión de comprar un libro solamente. A veces uno se enamora de un libro viejito, o con anotaciones al margen, si es usado; o por el olor a nuevo que desprende si es nuevo. Porque el libro pasa de mano en mano y uno se siente parte de una cadena humana unida por esas páginas. En este caso ese vendedor despertó mi simpatía: me gustó que vendiera libros, me gustó como los tenía acomodados, cómo los ofrecía. No era el chamuyo del vendedor solamente, es que conocía a esos libros. Quien conoce, recomienda de una forma distinta que el simple vendedor. Tal vez habría que ver “Tienes un e-mail” y prestar atención al personaje de Meg Ryan para entender esto un poco mejor.

Fue esta relación con el vendedor y su estantería improvisada lo que me decidió a comprar el libro. No soy muy amigo de los textos de autoayuda, meditación o psicología, lo confieso. “Historias de diván” es un libro sobre el psicoanálisis, precisamente.

El ejemplar que tengo en mis manos es de la segunda edición (junio 2007) impreso por Editorial Planeta. El autor, muy conocido aquí en Argentina (al menos en los grandes centros urbanos) es Gabriel Rolón. Este hombre, según cuenta en su propio libro, nació en la ciudad de Buenos Aires en 1961 y se graduó en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Además de su labor como profesional, ha hecho una carrera en el ámbito mediático, participando como columnista en programas radiales y televisivos. Una gran urbe como Buenos Aires da para que la gente se sienta necesitada de ayuda psicológica, y da para que esa misma gente quiera ver en la tele a otros hacerse el psicoanálisis. Rolón ha tenido un programa de TV donde juega a psicoanalizar a famosos. Pero me parece que el salto cualitativo de Rolón estuvo en participar del programa radial “La venganza será terrible” del afamado Alejandro Dolina (a quien yo admiro). Allí Rolón se despegaba un tanto del rol de psicoanalista y pasaba a ser un cómico que sintonizaba muy bien con Dolina.



Pero vayamos al libro en sí. Como el título muy bien lo adelanta, el libro trata sobre casos reales que al autor le tocó trabajar en su consultorio, o despacho, o como le quieran llamar. Rolón aclara que en todos los casos pidió a los implicados la autorización para publicar sus historias. Pero en su extenso prólogo Rolón aclara que, al fin y al cabo, ha retocado el texto. Él lo dice así:

Sus protagonistas (se refiere a los pacientes) no son el fruto de un capricho literario, sino que los he visto desgarrarse, reír, llorar, frustrarse y enojarse en mi consultorio semana tras semana. He debido, eso sí, novelar en parte algunas de las situaciones para transmitir mejor, de un modo ordenado y en pocas páginas aquello que ha sido resultado de meses, cuando no de años, de un intenso trabajo”. Y luego dice “Este libro contiene fragmentos de diferentes casos clínicos que me ha tocado dirigir (…) en todos los casos se han cambiado los nombres, las edades y las situaciones personales. Todo ha sido cuidadosamente modificado para resguardar la identidad y la privacidad de los pacientes

Tras leer este prólogo uno piensa entonces cuánto de las historias que va a leer son estrictamente reales, y cuánto es parte de las habilidades literarias que el autor puede desplegar en el terreno de la ficción. Hay aquí una tensión en pos de hacer un texto que hable sobre el trabajo psicoanalítico sobre casos reales, y al mismo tiempo lograr que ese texto sea ameno, entretenido e interesante. Yo he tenido que leer en la universidad textos sobre psicología, y para quien no persigue el objetivo de conocer este ámbito de las ciencias, estas lecturas pueden ser aburridas. ¿Cómo hacer que el público en general elija leer un texto sobre psicoanálisis? Rolón elige esta manera, y es su derecho.

En el prólogo (insisto en que me parece demasiado extenso), el autor explica que este libro no es exclusivo para psicólogos sino “para toda persona sensible al dolor humano”. Creo que también lo encontrarán ameno aquellos que gustan de espiar vidas ajenas, de saber qué le pasó a ese otro. En el índice el lector puede elegir entre ocho historias, cada una de las cuales tiene el nombre de su protagonista (Laura, Mariano, Amalia, Cecilia, Majo, Darío, Natalia y Antonio). Cada historia es un capítulo y allí en el índice mismo podemos leer los grandes temas del psicoanálisis: historias que en el pasado quedaron irresueltas y que en la adultez le saltan a la cara a la persona. Hay historias de celos, de abandono, de homosexualidad reprimida, de dobles identidades.

El libro logra ser ameno. A veces las habilidades del autor para soldar las partes reales y las ficcionales de cada historia dejan algunas lagunas. Pero en general esas historias tienen una fuerza propia muy grande que les permite ponerse el libro al hombro y salir adelante, como decimos en Argentina. Me llamó la atención el capítulo “la historia de Antonio” en el que el autor atiende un caso (un sacerdote) y al mismo tiempo se coloca como paciente de otro profesional, el cual lo aconseja como llevar adelante el caso. Yo pensaba que la ética profesional impedía comentar con otras personas lo que el paciente compartía en la sesión, pero parece que no es así. El caso de Antonio es el de un sacerdote que acude a psicoanalizarse, y me llama la atención que el autor piense que si los otros curas se enteran se puede armar lío para el pobre cura. Aquí en la arquidiócesis de Córdoba la psicología es parte de las herramientas de discernimiento vocacional y no es ninguna herejía, como parece sugerirlo Rolón. Tambien me gustó “la historia de Mariana”: “Entre el amor y el deseo, la indecisión”.

Un libro interesante, fácil de leer y en ciertos momentos atrapante. Bueno para estudiantes de psicología que quieren asomarse a la realidad de trabajar con pacientes en el psicoanálisis, y bueno para quienes quieran contemplar cómo otras personas llevan sus vidas y enfrentar sus problemas y sus miedos. Como quien dice, personas que son interesantes en tanto personas. Nada más y nada menos.

jueves, 27 de agosto de 2009

Una adolescente embarazada

“Juno” (2007)


Esta es una película reciente que toca un tema espinoso: el embarazo de las adolescentes y las opciones que se les presentan. Dicho de otra manera: “¿qué hacer con el bebé que crece en mi panza?”

El guión pertenece a Diablo Cody; ustedes pensarán tal vez que es un nombre exótico, pero en realidad se llama Brook Busey, y es una mujer que ha producido y actuado. No hay mucho más para decir de ella, salvo que ganó un premio Oscar por el guión de esta película.

La historia se centra en Juno, una chica de 16 años que descubre con frustración que ha quedado embarazada. Ese es el resultado de un encuentro sexual con su amigo Paulie Bleeker, a quien ella frecuenta. A partir de allí se abre el momento de las decisiones, y la gran pregunta que figura en el primer párrafo de este post. Se trata de una situación inesperada y no precisamente pasajera, que puede cambiar su vida para siempre.

En varias ocasiones Juno aparece "fumando" una pipa vacía.

En el rol de Juno está Ellen Page, que tenía 20 años al momento de estrenarse la película. Es una de esas actrices que aparentan mucho menos edad, y se la ve perfecta en su papel de adolescente. Ha participado en muchos filmes desde que tenía 10 años, y no se ha limitado a un solo género; de hecho tal vez su participación más popular y reconocible por el público sea el personaje “Kitty Pride” que interpretó en “X-Men 3”, estrenada un año antes que “Juno”.

Ellen Page interpreta a una adolescente despreocupada y sin complejos, que parece tomarse la vida en forma muy relajada y con mucho humor. Tiene sus intereses y aficiones, que iremos descubriendo a lo largo del filme, pero la línea general que marca su conducta es el desenfado. Una situación de embarazo como la que a ella le toca vivir daría pie a un dramatismo muy intenso, con lágrimas y alocuciones llenas de histrionismo. Pero Juno lo toma como viene y en ningún momento se queda parada esperando que del cielo (o del infierno) venga la solución.

La primera acción es consultarlo con “el padre”, Paulie Bleeker, interpretado por Michael Cera. Cuando vemos a Bleeker en pantalla podemos llegar a sentir lástima por Juno, ya que el muchacho no tiene precisamente el aspecto del chico decidido y valiente que se hará cargo de la situación, protegiendo a su compañera en el trance. Bleeker es flaquito, con cara de vacilación, le gusta correr y tiene como vicio comer Tic Tacs: es un adolescente que vive su edad y no se le puede pedir que asuma el peso de la carga que lleva Juno y de la que ambos son responsables. De hecho, otros personajes se asombran de que él haya sido capaz de embarazar a una chica. Juno queda sola y decide no involucrar a Paulie en el asunto, pero no lo culpa.

Juno y su amigo Paulie Bleeker: ¿el amor es más fuerte?

La siguiente opción es el aborto. Busca en los clasificados y encuentra lugares donde hacérselo. En EEUU (no en todos lados) el aborto está legalizado y es como ir a sacarse un lunar; una solución simple para quienes entienden que el embarazo es un problema y que se puede matar a un bebé inocente, haciéndolo responsable de errores ajenos. Juno acude a un centro de abortos legales pero descubre, por motivos no tan altruistas como los que podría parecer, que finalmente quiere tener al bebé. Entonces aparece la opción de darlo en adopción, y este es el tema central de la película, porque aquí Juno conoce a la pareja que adoptará el niño por nacer.

Aunque el filme se centra en Juno y su embarazado, también dan vueltas otros temas, como su relación con Paulie Bleeker, con su padre (el de ella), y con los futuros padres adoptivos, Vanessa (Jennifer Garner) y Mark (Jason Bateman). Sobre estos últimos personajes diremos que son una pareja bien posicionada, joven y sin problemas económicos, pero que no han podido tener un hijo. Colocan un aviso en los clasificados, ofreciéndose para adoptar, y Juno los elige. Vanessa es obsesivamente prolija y atenta, mientras que Mark es más relajado e informal, y por estas razones Juno entabla un vínculo afectivo con él. La joven y exitosa pareja espera ansiosa un bebé, pero mientras crece la panza de Juno aparecerán otros desafíos para superar.

Vanessa y Mark deben lidiar con Juno y su embarazo, pero también con otros dilemas.

El filme me gustó por su desenfado, principalmente encarnado por Juno. Pero Bleeker no se queda atrás y también hay buenos roles secundarios, como Leah (Olivia Thirlby) la mejor amiga de Juno; también es convincente J.K. Simmons en el papel del padre de Juno. Cabe acotar que Simmons ha actuado en muchas películas y series, entre ellas podemos nombrar “ER”, “Nip/tuck”, “Law & Order” y todas las de Spider-Man, donde interpretó al irascible J. Jonah Jameson. Y como Brenda, su segunda esposa en “Juno” tenemos a Allison Janney, también cumpliendo muy bien su rol.

Quiero dedicar un párrafo para hablar del título de la peli, que es simplemente “Juno”. Pero al menos aquí en Argentina la han distribuido también como “La joven vida de Juno”. Pero hay ejemplos peores: en Perú la llamaron “Embarazada por accidente” y en México se pasaron, bautizándola “Juno: crecer, correr y tropezar” (¡¡¡!!!). Horribles nombres alternativos, todos ellos. Me pregunto quiénes y por qué sienten la necesidad de no respetar el título original de tantas películas. Me vienen a la memoria ahora varios ejemplos: ya que hablamos de embarazos no deseados, hay una comedia titulada “Knocked Up” (algo así como “Que golpe” o algo por el estilo) y que rebautizaron “Ligeramente embarazada”. O recordemos esa buena comedia con Tom Hanks y Meg Ryan, que titularon “Sinfonía de amor” cuando en realidad se llamaba “Sleepless in Seattle” (el insomne en Seattle); o el drama bélico “Flags of our Fathers” (las banderas de nuestros padres) al que renombraron “La conquista del honor”. Es decir, nada que ver. A “Million Dollar Baby” la titularon también “Golpes del destino”, pero al final el título original se impuso, por suerte. Es ridículo cambiar el nombre original de un filme, ya que los realizadores de este lo han nombrado así por algo. El nombre es parte importante del filme, y debería hacerse una traducción literal toda vez que sea posible. Por suerte “Hulk” y “300” se salvaron del re-bautizo: podrían haberlos llamado “Furia color verde” y “Morir por Esparta”, o alguna pavada por el estilo.

Bueno, ya hice catarsis. Recomiendo a vosotros la película “Juno” por su original planteo de un tema que ciertamente no es fácil. Buenas actuaciones, bastante humor cínico, una cuota de dramatismo y algunos momentos en que se toman decisiones personales importantes. Es un combo para aprovechar.

domingo, 2 de agosto de 2009

Oesterheld se hace “Montonero”

“El Eternauta II” (1976)


Hace unos meses hablábamos aquí de la historieta “El Eternauta” y la definíamos como la vaca sagrada del comic argentino. No es exagerada esa calificación, pues los argentinos tenemos muchas historietas para mostrarle al mundo, pero “El Eternauta” tiene una fuerte carga simbólica y, con un poco de esfuerzo, se la puede utilizar para realizar lecturas ideológicas y adoctrinar así a las masas. Lo cual no quita que para muchos lectores de este país “El Eternauta” sea una buena historieta de aventuras y ciencia ficción y nada más. Ahí está la diferencia entre quien lee un comic intentando encontrar sentidos más profundos y quien lee solamente para pasar un buen rato y olvidarse de los problemas cotidianos.

"German, el guionista", frente a la casa de Juan Salvo

El padre de la criatura, Héctor German Oesterheld (HGO), captó esto y decidió que “El Eternauta” debía servir para que el lector encontrara un sentido profundo. Decidió dar un mensaje concreto en pos de una ideología política, y así fue como su criatura predilecta se transformó en instrumento de propaganda, despojado de toda inocencia o ambigüedad original. Esto sucedió en el año 1976, el año en que se publicó “El Eternauta II”.

La familia Salvo: Elena, Juan y Martita.

Para entender cómo la historia de Juan Salvo venía a dar un giro tan dramático con esta segunda parte hay que recapitular un poco. Recordemos que Salvo era un hombre de clase media de Buenos Aires (Arg) que una noche de 1957 veía abatirse una invasión extraterrestre. Enrolado en las milicias de defensa junto con sus amigos sobrevivientes, lucha bravamente contra las distintas razas que componen las fuerzas invasoras, solo para descubrir que todas ellas en realidad son simples peones de algo o alguien: “Ellos”, a quienes no se presenta nunca y que son los verdaderos jefes de la invasión. Salvo termina cayendo en otra dimensión espaciotemporal, y se convierte así en un viajero de la Eternidad (el “Eternauta”), un pobre hombre que viaja por el espacio y el tiempo buscando a su esposa Elena y su hija Martita. Toda esta historia Salvo se la narra a un guionista de historietas, alter ego de Oesterheld, una noche de 1959. Hasta aquí “El Eternauta” original.

El éxito comercial de este comic llevó a Oesterheld a fundar su propia editorial, la cual quebró cuando concluyeron las aventuras ilustradas de Salvo. Pese a eso, HGO Siguió explotando a su criatura, primero con una versión novelada y luego con una remake de la historieta original, esta vez ilustrada por Alberto Breccia. Ambos proyectos no lograron la aceptación del original. Paralelamente, la agitación política argentina de esos años movió a HGO a adherir a los movimientos armados que se inspiraban (entre otros) en el Che Guevara y que proponían la guerra de guerrillas como método válido de acceder al poder. Ya hemos hablado de la película “Che” en este blog, y podemos también recomendar “No habrá más penas ni olvido” (también comentada en este blog) para acercarnos al contexto de aquellos “años locos”.

El caso es que, durante la década del sesenta y del setenta diversos grupos armados llevaron a cabo atentados y acciones guerrilleras contra objetivos del gobierno argentino y de la sociedad civil: ataques a cuarteles militares y estaciones de policía, secuestro y asesinato de empresarios, sindicalistas y políticos acusados de “vendepatrias”, etc, etc. El gobierno respondió incrementando las acciones represivas legales y también las ilegales: en este contexto grupos parapoliciales y luego de las fuerzas del orden llevaron a cabo secuestros, detenciones ilegales, torturas y asesinatos, a los que camuflaban de “enfrentamientos”. Convencidos que el gobierno democrático no podía manejar la situación, los militares argentinos tomaron el poder en marzo de 1976, incrementando la represión contra la guerrilla hasta la derrota total de esta. Y en el proceso se dispararon las violaciones a los derechos humanos.

Esta tragedia entre argentinos golpeó a la familia Oesterheld. Las hijas de HGO, enroladas en los grupos armados extremistas, fueron secuestradas y “desaparecidas”, y el propio Oesterheld pasó a la clandestinidad. En esa condición escribió el guión de “El Eternauta II”, al cual Solano López le puso dibujos. El tinte ideológico que HGO le daba a la historieta lo alejaba radicalmente de la concepción original, y Solano López sospechó que fuera otro y no HGO quien hacía los guiones desde la clandestinidad.

En “El Eternauta” el tiempo es una variable que se modifica de golpe: en la Primera Parte Juan Salvo se aparece a “el guionista” en 1957… y al final del comic ya están en 1959 a pesar de que sólo ha pasado un día y una noche. Cuando comienza la Segunda Parte el tiempo salta de nuevo a 1976, y de ahí saltará de nuevo a otro tiempo sin fecha, y así sucesivamente. Si las películas yankis de la saga “Volver al Futuro” a veces retorcían el concepto de “tiempo”, en los guiones de HGO se lo retuerce mucho más.

"German", atrapado en los enriedos temporales de su propia historia.

En la Parte Uno Salvo relataba sus aventuras a “el guionista”, quien no tenía nombre pero que todos identificamos con HGO. En esta Parte Dos “el guionista” ya asume plenamente la identidad de HGO y se presenta como “Germán”. En un fragmento delicioso, Gérman teme quedar preso de la locura que supone el enriedo con el tiempo, ya que Salvo no recuerda nada de lo que ha vivido; entonces German cuenta que publicó las aventuras de Salvo en forma de historieta y que las llamó “El Eternauta”. Es un juego muy inteligente donde se confunden las ficciones y las realidades, porque German siente que está frente a un personaje de comic hecho carne y hueso.

El argumento parte de ahí, de ese enriedo de no saber exactamente quién, qué ni cuándo. De pronto Juan Salvo, su familia y German aparecen en otra línea temporal, donde Buenos Aires ha sido destruida y donde muchos sobrevivientes viven en cuevas, apenas cubiertos con taparrabos y utilizando lanzas como armas. Estos sobrevivientes, pomposamente bautizados como “El Pueblo de las Cuevas” (poca imaginación ahí) son extorsionados por los “Manos” para que los ayuden a construir una nave espacial que les permita abandonar el planeta. Aunque hay extorsión, el pacto no deja de tener sus beneficios, ya que el Pueblo de las Cuevas quedará libre, pero entonces Salvo se opone y propone comenzar la lucha armada contra los invasores que en realidad quieren irse. Los “Ellos”, sus lugartenientes los “Manos” y sus primitivas tropas se guarecen en un Fuerte que Salvo planea conquistar, y así se lleva a cabo la lucha del Pueblo de las Cuevas, liderado por Salvo, contra los invasores parapetados en el Fuerte. Este es el argumento con el que simbólicamente HGO quiso ensalzar la lucha de los guerrilleros de la facción “Montoneros” contra el gobierno argentino. He ahí, sencillamente, la propaganda ideológica hecha comic.

"El Pueblo de las Cuevas" al ataque: así también se aproximaban a su objetivo los guerrilleros "Montoneros" en quienes se inspiró Oesterheld.

Quienes han leído “El Eternauta” original no podrán dejar de percibir los cambios que HGO hizo para adecuar a su criatura dentro de los moldes requeridos por la propaganda. Si en la Parte Uno Juan Salvo era un hombre de clase media preocupado antes que nada por su esposa y su hija, ahora su obsesión es tomar el Fuerte; si antes Salvo se preocupaba por los milicianos que luchaban a su lado contra los invasores, ahora no vacila en sacrificar vidas en pos de sus planes; si antes había un “héroe grupal”, como dijimos al comentar la Parte Uno, ahora eso desaparece de un plumazo, pues Salvo se transforma en un ser raro, con poderes paranormales que le hacen ver y saber cosas que nadie más comprende. Este quizás sea el golpe más duro que Oesterheld le encaja su propia criatura. Del “héroe colectivo” pasa al verticalismo mas duro sin un pestañeo.

No hay mucho más para decir sobre el tema. No contaremos el final del comic, pero tiene algo de acartonado que lo acerca, paradójicamente, a las narraciones de acción típicas de Hollywood, en las que cuando todo parece perdido aparece la caballería y da vuelta la situación. Los sueños que HGO pone en boca del Pueblo de las Cuevas también son cursis, como decir “vamos a vivir en una casa, como la que vi en un libro”, o “la primera casa que hagamos será la escuela, lo suficientemente grande para que sea también colegio y universidad”. Son reflejos de ese discurso plagado de lugares comunes que proponen siempre las ideologías demagógicas y que ahora han cobrado vigencia nuevamente en Argentina. Creo que en esta Parte Dos, pese a todo el dramatismo que se despliega, falta la madurez que se veía en la Parte Uno. Pero comprometerse con ciertas ideologías acarrea eso: perder de vista los detalles y adoptar los trazos gruesos, que simplifican el retrato.

En el relato hay una transformación del personaje German, que quizás quiera reflejar la trasformación ideológica de Oesterheld. Si en la Parte Uno era Salvo en primera persona quien nos narraba todo, aquí es German quien lo hace. Se pinta a sí mismo como un ser solitario, nostálgico, y se toma el pelo. German está muy interesado en la opinión que de él pueda tener María, una adolescente del Pueblo de las Cuevas; no parece que sea un interés de hombre a mujer sino de padre a hija, y aquí recordamos que las hijas de HGO sufrieron en carne propia la violencia política de ese tiempo. En 1977 Oesterheld seguiría el mismo trágico destino, al ser secuestrado y “desaparecido”.

"German", alter ego de HGO, al comienzo y al final de esta segunda parte.

Este es “El Eternauta II, 1976”, que yo leí en una edición de 2007 (la primera, según dice) impresa por Doedyeditores, los mismos que publicaron el Eternauta original. Ellos se preocupan mucho de aclarar que es la “única edición legal autorizada por los autores”, así que vamos a anotar eso también. Solano Lopez vive aún, y los familiares deudos de HGO (su viuda) completan el colectivo que tiene los derechos de “El Eternauta”.

Interesante historieta para leer como parte de la saga de “El Eternauta” y para analizar en busca de huellas que den cuenta de la ideología del autor y su interpretación de la lucha armada de aquellos años. Los fanáticos del concepto de “héroe colectivo”, abstenerse.

martes, 7 de julio de 2009

Las naciones sean unidas

“Mi mejor enemigo” (2005)


Ese año fue difícil, en mi barrio había desconfianza, temor, hubo amigos que dejaron de hablarse, otros fueron detenidos y no los vimos mas. Exilio, la palabra comenzó a rodar, en medio de todo eso estaba yo, un pelado conscripto.”

Así comienza, con un relato en off, la película “Mi mejor enemigo”, un filme interesante por animarse a plantear un tema que (por lo que sé) no había sido abordado por el cine de los países involucrados: me refiero al conflicto limítrofe de 1978 que casi llevó a Argentina y Chile a la guerra. En efecto, el tema figura de pasada en los textos educativos y es poco lo que hay en materia audiovisual, aunque recientemente en Argentina se lanzó a la venta la “Trilogía de la Memoria”. Se trata de una serie de documentales que aborda el período 1973-1983, centrándose en el gobierno de la última dictadura de Argentina; la segunda entrega se titula “Operativo Soberanía” y trata el tema del conflicto de 1978. Es el material más completo que existe en Argentina sobre el tema, aunque debo advertir que muchas imágenes son “impostoras”: por ejemplo, cuando hablan de la flota argentina que navega hacia el Estrecho de Magallanes muestran ¡imágenes de la flota británica en operaciones durante la guerra de Malvinas en 1982! Lo mismo podemos decir de la mayoría de las imágenes que muestran soldados y armamento: no son imágenes originales de la época.

A pesar de este yerro (comprensible, por otra parte, pues quizás no tuvieron acceso al material original) es un documental recomendable. Completan la trilogía el volumen 1 (“El golpe”) y el volumen 3 (“Malvinas: la retirada”). En Argentina se consiguen todavía en kioskos de diarios y revistas, a $24,90 cada uno, y los he visto en los locales Musimundo a $60 el pack completo. Estos documentales están presentados/narrados por Gastón Pauls y fueron emitidos en el canal History Channel hace unos años.


Pero volvamos a “Mi mejor enemigo”. La historia de la realización de esta película comienza en el año 2000, cuando el chileno Alex Bowen elaboró el guión y lo tituló en un principio “hombres de diciembre”. La productora de Bowen (Alce Producciones) se alió con su homóloga argentina Matanza Cine, y entre ambas consiguieron sumar a la española Wanda, para distribuir la película en Europa. La propuesta de Bowen logró financimiento del gobierno Chileno a través del Fondo de Desarrollo de las Artes y la Cultura

Bowen conversó con “veteranos” chilenos de la casi-guerra de 1978 y pudo recrear más fielmente las condiciones en que estuvieron los soldados movilizados en aquella oportunidad. Y aunque su idea era contar una historia más intimista, sin grandes masas de soldados en pantalla, necesitaba apoyo castrense para su proyecto. Con paciencia logró que el Ejército de Chile y las otras fuerzas armadas se involucraran, lo que significó el aporte de extras, equipamiento, uniformes y armas. Además, el ejército instruyó a los actores para que actuaran como verdaderos soldados.

Hablemos ahora de la trama del filme. En diciembre de 1978 la guerra está a las puertas y el soldado conscripto Rojas (Nicolás Saavedra) es enviado a Punta Arenas, donde se concentran efectivos militares chilenos a la espera de una ofensiva argentina sobre el Estrecho de Magallanes y el Canal de Beagle. Desde allí es enviado en una patrulla hacia la borrosa frontera para realizar un reconocimiento y regresar “sin novedad” a su base. Dicha patrulla está mandada por el sargento Ferrer (Erto Pantoja) y la integran, además de Rojas, los reclutas Salazar (Pablo Valledor), Almonacid (Andrés Olea Rebolledo), Mancilla (Juan Pablo Miranda) y el soldado, aparentemente voluntario, Orozco (Víctor Montero). Tras acampar en una desolada estancia y encontrar allí una perra abandonada, la patrulla se extravía en medio de la pampa; con su brújula rota y el riesgo de dar vueltas sin encontrar rumbo, Ferrer y sus hombres reciben la orden de establecer una posición y esperar a que los rescaten.


Cuando están allí descubren que una patrulla argentina también ha establecido una posición a pocos metros. La alarma y tensión que ocasiona este descubrimiento dejan poco a poco paso a otras sensaciones. Los hombres de Ferrer no están seguros de dónde se encuentran, si en territorio de Chile o de Argentina, y en tiempos como los que se viven, un pequeñísimo incidente puede precipitar la guerra. Pero junto a estos cálculos militares, los chilenos descubren que los de la patrulla argentina atrincherada frente a ellos son los únicos seres humanos en decenas de kilómetros a la redonda: son los únicos vecinos que tienen. Allí comienza el intercambio de productos típicos de la vida del soldado: sal, cigarrillos, un póster de una mujer desnuda, penicilina para un herido chileno que se ha accidentado torpemente. Al principio el contacto se establece a través de la perra que acompaña a los chilenos, pero cuando esta se empaca en una de sus misiones de correo de trinchera a trinchera, Rojas se anima a ir hacia los argentinos. Eso da el puntapié para que los hombres se mezclen a pesar de sus uniformes.

La película es contada siempre desde la perspectiva del soldado recluta Rojas, así que la mirada que se hace es desde el punto de vista chileno; pero esto no significa que el filme caiga en el chauvinismo nacionalista ni que pretenda justificar la postura chilena en el conflicto. Por el contrario, se hacen varias referencias a la inutilidad de la disputa por la soberanía en el Beagle y se marca que los soldados enviados al frente son en su mayoría de las regiones centro y norte de Chile, que nada saben del territorio que se está disputando. Asimismo, las anécdotas sobre el país enemigo (Argentina) demuestran a los chilenos que tienen pocas razones para ir a la guerra contra gente con la que comparten el trabajo, el clima y las costumbres.



Por el lado de los argentinos, la patrulla está dirigida por el sargento primero Enrique Ocampo, encarnado por Miguel Dedovich, un actor argentino de larga trayectoria: solo citaremos su exquisita interpretación del francés devenido en rey de la Araucania y la Patagonia, Antoine de Tounens en “La película del Rey” (1986). Secundándolo al mando de la patrulla está el cabo Alberti, interpretado por Jorge Román, a quien vimos en la pantalla grande interpretando a un policía en “El bonaerense” (año 2000). En general, los argentinos aparecen como fanfarrones, y predomina en ellos la tonada porteña (de la ciudad de Buenos Aires). Lamentándolo mucho, los argentinos tenemos fama de arrogantes, así que no podemos quejarnos del retrato que nos hacen en esta película. Y debo decir que lo que se ve en la pantalla se parece bastante a la realidad, en mi opinión.

La película transcurre entre esas dos trincheras perdidas en medio de la pampa; el espectador nunca puede saber de qué lado de la frontera están ambas patrullas: los protagonistas chilenos no lo saben, y no se dice si los soldados argentinos lo saben. En ese espacio abierto y vacío se van sucediendo episodios de color: el intercambio de productos, el humor, el fútbol, un asado, las canciones. En ambos bandos hay soldados que se niegan al encuentro: entre los chilenos es Orozco, y entre los argentinos es el cabo Alberti; pero de a poco la guerra posible se hace lejana para esos hombres. No obstante, hay comunicaciones por radio y parece que finalmente las fuerzas armadas de Argentina van a atacar para conquistar la soberanía que las negociaciones le han negado.

La película tiene un ritmo lento y dos cosas crecen juntas en la trama narrativa: la amistad entre las patrullas extraviadas, y la sensación latente de una guerra que se aproxima. El contrapunto entre ambas funciona bien, aunque los espectadores de Chile y Argentina ya sabemos que no hubo guerra. El final del conflicto entre las naciones lo conocemos, pero lo que sucedió con esos soldados enemigos que se hicieron amigos solo podremos saberlo viendo la película. En ese sentido fue un acierto contar la historia de soldados anónimos: se asegura la novedad en la trama de los hechos.



Al final se escucha una canción muy conocida en Argentina y difundida también en Aérica Latina: “Solo le pido a Dios”, de Leon Gieco, aunque en esta ocasión la interpreta un grupo pop chileno, “Javiera Parra y Los Imposibles”. No entiendo de música, así que no voy a opinar.

Solo me resta decir que la peli se filmó en Punta Arenas (hay escenas) y parece que el Ejército de Chile prestó unos campos para muchas escenas. Aunque la mayor parte de la película muestra el particular “frente de trincheras” donde conviven ambas patrullas, otras escenas nos llevan a la retaguardia chilena, donde se hacen preparativos para resistir el ataque argentino. Hay blindados M113, un tanque M-60, y cazas A-37 rodando en la pista, y los soldados chilenos rezan y se encomiendan a la Virgen del Carmen ante la inminencia de una ofensiva militar de su enemigo. En esta retaguardia hay un personaje más, no menos importante: el teniente Riquelme, interpretado por Felipe Braun, un actor de fama en Chile. Y un párrafo le dedicamos a la bella Fernanda Urrejola, la chica de barrio de la que el soldado Rojas está enamorado y a la cual recuerda todos los días.


Mi mejor enemigo” es una película de reconciliación entre dos pueblos que han tenido momentos de extrema tensión en su historia a raíz de problemas limítrofes. El filme hace honor a la realidad cuando muestra que argentinos y chilenos tenemos muchas cosas en común, y que no vale la pena sacrificar eso en una guerra, si se puede solucionar dialogando.

viernes, 22 de mayo de 2009

La vaca sagrada del comic argentino

“El Eternauta” (1957)


Dicen que la historieta (comic, tebeo, quadrinho, como gusten llamarlo) es el noveno arte. Es tal la variedad de mensajes que puede transmitirse a través de este medio, que no vacilo en colocarlo en los primeros lugares en cuanto a llegada a las masas. Desde las historietas simples que alegran las páginas de los diarios, hasta los elaboradísimos comics estadounidenses, pasando por los “fanzines” hechos por aficionados, hay públicos para todo.

En la República Argentina parece existir un consenso en cuanto a que el referente máximo de la historieta es “El Eternauta”. Así parece ser por la convocatoria que tuvo cuando se publicó y por los rastros imborrables que ha dejado en el imaginario cultural colectivo. Pero pienso que tampoco debe descartarse el peso que tiene el autor de la obra y su trágica suerte. En efecto, Héctor German Oesterheld, el guionista y co-creador de “El Eternauta”, se adhirió a la lucha ideológica de los años 70 y fue secuestrado, permaneciendo hasta el día de hoy como “desaparecido”. Los destinos trágicos o muertes violentas ejercen atracción sobre muchos públicos: sea James Dean, Carlos Gardel, el Che Guevara o Lady Di, una muerte prematura aporta un plus al carisma que esa persona ejerció en vida. Tal vez eso pase con Oesterheld y su obra.

Héctor German Oesterheld (en adelante, HGO, como también se le conoce) había comenzado su trabajo como guionista en la década de 1950, y sus trabajos le permitieron fundar su propia empresa: Editorial Frontera, la cual lanzaba a la venta revistas de historietas como “Hora Cero” y “Frontera”. Allí HGO llevó el peso principal en cuanto a los guiones, y dio vida (en compañía de muy buenos dibujantes) a personajes luego célebres en el mundo de la historieta. Y en 1957, con dibujos del paraguayo Francisco Solano López, creó a su personaje más renombrado: “El Eternauta”.


Frente a frente, "el guionista" (izquierda) y Juan Salvo, "el Eternauta" (derecha).

Yo leí la edición “2007, 50 años”, publicada por Doedytores en formato 26x20 y de excelente calidad, con 352 páginas que recopilan todos los capítulos publicados en “Hora Cero”. La tapa aclara “Única edición legal autorizada por los autores”, ya que Solano Lopez aún vive, y los familiares de HGO también tienen parte en las ganancias de la franquicia. Hubo algunos líos legales, con ediciones apócrifas de “El Eternauta”, que quisieron ganar dinero aprovechando la popularidad siempre vigente del personaje, razón que ha llevado a la aclaración que les digo que figura en tapa.

Serializada en las páginas de la revista “Hora Cero”, la historia de “El Eternauta” fue muy bien recibida por el público gracias a lo novedoso de la trama, a la calidad del relato y los dibujos y también gracias a que abundaban referencias geográficas sobre lugares de la ciudad de Buenos Aires, donde sucedía la acción. Las entregas periódicas de “Hora Cero” se vendían como Pan Caliente gracias a “El Eternauta”, y cuando en 1959 HGO concluyó las aventuras del mítico personaje, las ventas cayeron a tal punto que dos años después Editorial Frontera quebró.

La historia de “El Eternauta” comienza cuando en 1957 (el año en que se publica la historieta) un viajero del tiempo se materializa frente a un guionista de historietas: exacto, se trata de HGO, aunque nunca se lo nombra como tal. El viajero del tiempo dice llamarse Juan Salvo pero también revela que se lo conoce como “El Eternauta”, es decir, “viajero de la eternidad”. Ese particular apodo se debe a que viaja de universo en universo a través del tiempo, envuelto en una búsqueda agonizante que le desgarra el alma: busca a su esposa Elena y a su hija Martita. ¿Cómo es que ha llegado a esa triste situación? Entonces Juan Salvo comienza su relato y a través de un “flashback” asistimos al inicio de su historia. Aquí viene lo que al público le resultó novedoso y excitante: una nevada mortal caía sobre la ciudad de Buenos Aires, y al parecer sobre otras partes del planeta, matando con el simple contacto. Juan Salvo, su familia y sus amigos, que se encuentran jugando al “truco” (el juego de naipes argentino por excelencia) van de a poco descubriendo lo que pasa: se trata del primer paso de una invasión extraterrestre. Luego aparecen los militares, quienes organizan a los sobrevivientes y tratan de llegar al centro de la ciudad, enfrentándose en rudas batallas con enemigos impensados: gigantescos insectoides (los “cascarudos”), humanos convertidos en zombies (los “hombres-robot”), majestuosos humanoides con infinidad de dedos (los “manos”), temibles bestias de gran tamaño (los “gurbos”), y todavía otros enemigos, los más temibles.

Paso a paso y sin apresurar el relato, se van narrando los combates que tienen lugar entre esos sobrevivientes y los invasores que he mencionado. Abundan las referencias a lugares de Buenos Aires, lo que sin duda contribuía a atrapar al lector, ayudándole a situar la acción en los mismos espacios físicos en que este se movía. Así como los estadounidenses sitúan siempre a sus ciudades como escenario de hipotéticas catástrofes, así HGO convirtió a Buenos Aires en campo de batalla donde se decidía el destino de la humanidad (así, con ese tono grandilocuente, lo explica “Favalli”, uno de los personajes). Esta referencia a lugares creo que tenía ese objetivo, brindar proximidad al lector y ayudarlo a construir la fantasía. Pero sucede que muchos estudiosos, lectores de la obra, han tomado por otro lado: para ellos HGO colocó esas referencias por alguna razón, y la historia no es sino la representación simbólica de la realidad argentina. Si los militares en “El Eternauta” fallan en expulsar a los invasores, es porque en la vida real han fallado en gobernar el país; si son incapaces de coordinar la tarea de los sobrevivientes, es un preanuncio de la derrota en la Guerra de las Malvinas, 30 años después; si aparece un protagonista que es obrero, es porque la clase trabajadora tomaba protagonismo en la política; si los invasores montan su base en la Plaza de los Dos Congresos, es porque el gobierno argentino es visto como opresor, y así sucesivamente, estos estudiosos van haciendo interpretaciones simbólicas. Uno de los editores del libro que leí, comenta la viñeta en que el ejército de sobrevivientes pasa frente a la Escuela de Mecánica de la Armada, lugar donde en los años 70 se llevarían a cabo las detenciones y torturas de los opositores al gobierno militar. En 1957 HGO no podía imaginar lo que iba a pasar allí, ni tampoco que él mismo iba a ser un “desaparecido”. Pero para este editor que les comento, el hecho de que HGO mencionara la ESMA encierra una “recodificación”: “¿puede seguir leyéndosela de la misma manera, conociendo los hechos que acaecieron después, tanto a la Argentina como a Oesterheld?”. Creo que aquí está el mayor problema de “El Eternauta”: que muchos quieren (como a la Biblia) hacerle decir lo que a ellos les parece. Entonces se han esforzado en entronizar a Juan Salvo como el símbolo de la resistencia. Porque siempre estamos resistiendo contra algo, aquí en el Cono Sur, incluso contra nosotros mismos.

El ejército de sobrevivientes a punto de atacar el estadio de River Plate.

Creo que “El Eternauta” es una publicación muy buena que explotó temas en boga en la década del 50: el miedo a los ataques nucleares; el misterio que generaba el universo en torno a nuestro planeta (todavía los terrícolas no habían llegado siquiera a la Luna); el respeto por los rápidos avances de la ciencia; la excitación de una posible invasión alienígena. En este comic se combinaron todos esos elementos, logrando enganchar al lector, y hay que reconocer el acierto de los autores en emplear este coctel. Pero debemos reflexionar acerca de la novedad de la idea de una invasión alienígena sobre nuestros propios hogares: medio siglo antes el inglés Herbert George Wells había publicado “La Guerra de los Mundos” (ambientada en su propia patria, evidentemente), y a partir de ahí, conciente o inconcientemente, muchos abrevaron de esa fuente. No podemos descartar a “El Eternauta” de esta relación. De todos modos, según cuenta Solano López en el prólogo a una secuela titulada “El Eternauta, Odio Cósmico”, la idea original de él y HGO era contar la invasión a la Tierra, que finalizaba cuando Juan Salvo saltaba a otra dimensión espacio-temporal; y debía venir una segunda parte donde se narraba la búsqueda de Salvo en pos de su hija y su esposa, a través de diversos mundos. De hecho, cuando Salvo se materializa frente a “el guionista”, le cuenta de su incesante búsqueda; pero esa segunda parte nunca se realizó tal cual fue pensada.

Lo lindo de “El Eternauta” es que estaba ambientada en la Argentina (mejor dicho, en la ciudad de Buenos Aires), siendo este tal vez su mayor atractivo. La primera batalla contra los invasores se lleva a cabo en la Avenida 9 de Julio, luego se lucha encarnizadamente por el control del estadio de futbol de River Plate, en Plaza Italia y la Plaza de los Dos Congresos, como dijimos. Todo esto es narrado en primera persona por Juan Salvo, quien le cuenta la historia al “guionista”. Como era común en las historietas argentinas de la época, los globos de texto ocupaban casi la mitad de la viñeta, y había “cartuchos” o recuadros de texto intercalados con los dibujos. Confieso que a veces se me hacía pesado, pues había mucho texto, siendo los dibujos meros complementos en muchas ocasiones. Pero no es un error de los autores, ese era el estilo.

De izquierda a derecha, vestidos de civil: Favalli, Pablo, Mosca y Franco.

Junto a Salvo estaban otros protagonistas: Elena y Martita, como dijimos, pero también Pablo (el chico que encuentran en la ferretería), Franco (el obrero), Mosca (el miliciano dedicado a historiador) y Favalli. Este último es profesor de física y amigo de Salvo, y es quien representa a “la ciencia”. Salvo tiene un respeto casi enfermizo por sus opiniones, y HGO pone en boca de Favalli largos discursos acerca de los invasores, sus motivaciones, la inutilidad de enfrentarlos (porque Favalli es un escéptico, aunque lucha hasta el final), etcétera. Entre todos forman “el héroe colectivo”, es decir, que luchan juntos. Aunque Salvo es “El Eternauta” y por lo tanto protagonista central, no es un superhéroe al estilo norteamericano, y su protagonismo no excluye a los demás. Franco es igual de valiente, Favalli es más inteligente, y Pablo es también temerario: son un grupo de sobrevivientes que luchan unidos, para salvarse o morir juntos. Ese es también un gran aporte de “El Eternauta”, y muchos fanáticos de esta historieta hacen hincapié en eso.

Este es “El Eternauta”, la vaca sagrada del comic argentino. Su vigencia ha llevado a que muchos idolatren al personaje, al autor y a su obra. Aunque no comparto esto, pienso que se trata de una historieta muy buena, hecha al mejor estilo que se podía pedir en la época, y con una mística que sobrevivió al paso de décadas enteras. En Buenos Aires, el campo de batalla imaginario, hay murales y pintadas de “El Eternauta” en varios lugares. También se han publicado secuelas, legales e ilegales, de la obra; e incluso HGO guionó una segunda parte en 1976, antes de ser detenido por las fuerzas represoras del gobierno, y es de esa segunda parte que nos vamos a ocupar más adelante, si Dios quiere.

jueves, 14 de mayo de 2009

El dolor, la verdad y la reconciliación

“In my country” (2004)


Esta es una película muy recomendable para todos quienes se interesan en esto que se conoce como “guerra sucia”; lamentablemente hay muchísimos casos para estudiar, y mi argentino país no escapa a las generales del caso. De hecho, la peli me interesó por los paralelos que podía trazar entre lo que contaba la ficción y lo que pasó en este hermoso y ensangrentado país del Cono Sur.

Aunque también se la titula “Country of My Skull” (literalmente “país de mi cráneo”), su título alternativo es “In my country” (literalmente, “En mi país”). Está basada en un libro escrito por la poetisa y periodista sudafricana Antjie Krog.

La película está ambientada en Sudáfrica, a los pocos años de que se aboliera allí el nefasto apartheid, implantado medio siglo antes por los blancos “boers” (descendientes de los colonos holandeses). Recordemos que este término designaba al sistema por el cual la minoría blanca de Sudáfrica tenía el monopolio de todos los resortes de la política, el gobierno y la sociedad en su conjunto. La población negra estaba confinada a tareas marginales, solo se le permitía una educación muy básica que le resultaba insuficiente para aspirar a empleos o puestos calificados. Como resultado, los espacios de poder le estaban negados, por lo cual no tenía manera de cambiar legalmente el sistema para obtener justicia. Sin educación y sin oportunidades, los negros (o “gente de color” como eufemísticamente dicen ahora) estaban dominados. Este sistema incluía detalles como la segregación cotidiana: un negro no podía compartir ciertos espacios públicos (como el transporte urbano o un banco en una plaza) con un blanco. Esto era el Apartheid, siglo XX después de Cristo. Quien quiera saber más, vea la Wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Apartheid

El caso es que este sistema llegó a su fin a mediados de la década del 90: el presidente blanco Frederik de Klerk asumió que había que dar vuelta la hoja e inició un proceso de reformas políticas que llevó a que en 1994 accediera a la presidencia el líder negro Nelson Mandela (premio Nobel de la Paz por su resistencia no violenta contra el Apartheid). En ese mismo año Mandela creó la llamada “Comisión para la Reconciliación y la Verdad”, y allí es donde comienza el filme.


Gran parte del filme transcurre durante las sesiones de la Comisión para la Reconciliación y la verdad"

Anna Malan es una periodista blanca, “boer”, obviamente, pero comprometida con el cambio que vive Sudáfrica. Su familia no está muy contenta con el fin del apartheid, porque opinan que los negros no están capacitados para conducir el país. Ana piensa distinto y se va a cubrir las sesiones de la Comisión para la Reconciliación y la Verdad. Esta Comisión tiene como objetivo esclarecer los casos de violaciones a los derechos humanos ocurridas durante el Apartheid, principalmente sobre torturas y asesinatos sufridos por la población negra. Pero también hay victimas blancas, pues para luchar contra los boers se infiltraban guerrillas negras desde los países limítrofes, que también cometieron abusos. Como se ve, el tema es espinoso y aquí es donde yo empiezo a establecer paralelos con lo que vivimos en Argentina y el resto de América del Sur durante largas décadas.

Anna (encarnada por la exquisita Juliette Binoche) viaja por todos los pueblos donde la Comisión va recibiendo denuncias y escuchando testimonios de atrocidades. En ese periplo Ana se encuentra con Langston Whitfield (Samuel L. Jackson), un periodista estadounidense que ha viajado para cubrir la labor de la Comisión. Al principio chocan, ya que Whitfield, por ser negro, siente que todos los blancos acusados de crímenes deberían ser castigados con la máxima, y mientras más, mejor. Ana, aunque defiende la idea de una Sudáfrica con igualdad de oportunidades para todos, opina que el camino está en la reconciliación, no en el castigo a mansalva: para eso hace falta perdonar, aunque duela. Anna se lo dice sin rodeos a Whitfield cuando se conocen: “no podemos saltar a un avión e irnos: debemos aprender a vivir juntos”.

Samuel L. Jackson y Juliette Binoche interpretan a dos periodistas: un norteamericano negro y una sudafricana blanca.

¿Es posible perdonar, cuando cada atrocidad que se expone a la Comisión supera a la anterior? ¿Quedar sin castigo los crímenes es justo? ¿Castigar no aviva rencores? Son preguntas que el espectador puede hacerse mientras corre el filme. La Comisión va de pueblo en pueblo, se instala en escuelas o salones comunitarios y allí escucha a quienes tengan acusaciones para hacer, y escucha también los alegatos de los acusados, que solicitan amnistía a cambio de admitir sus crímenes. Hay represores cínicos y hay otros que afirman estar arrepentidos, pero lo impactante es la actitud de las victimas. Yo me quedé con la sensación de que, en todo su dolor y su justa necesidad de justicia (valga la redundancia), las victimas no caían en el facilismo, sino que mantenían una dignidad intachable.

El represor De Jager representa el rostro más cruel del Apartheid.

La película sigue la labor de la Comisión, pero también las emociones de Anna y Whitfield, en lo tocante a la revelación de tantas verdades atroces como también a lo que sucede entre ellos. Anna está casada con un boer que es buena gente, y que la espera en casa mientras ella viaja; mientras que Whitfield tiene una familia en EEUU. Pero son un hombre y una mujer, ante todo. Junto a ellos viaja un simpático chofer negro, Dumi, que oficia de nexo entre las realidades de ambos personajes.

La intención del director John Boorman (inglés) es retratar la búsqueda de la verdad que hacen los sudafricanos, aunque en esa búsqueda deban mirar al horror a la cara. Es lo que hace Whitfield al entrevistar al siniestro represor De Jager (Brendan Gleeson), quien relata detalladamente sus acciones durante el apartheid. Sobre esa búsqueda se insinúa la necesidad de perdonar y de hecho es lo que se propone la Comisión para la Reconciliación y la Verdad: todo represor o criminal que confiese sus crímenes y se declare arrepentido puede solicitar la amnistía gubernamental, aunque es tarea de a Comisión establecer si esta amnistía se otorga o no. Difícil tarea, y en principio uno puede pensar “nada de amnistía: juicio y castigo, ni olvido ni perdón”. Pero no es tan fácil, porque victimas y victimarios están entremezclados, y hacia el final de la película se van cayendo algunas máscaras. Finalmente Anna hace la confesión: “yo sabía cosas, todos sabíamos cosas… pero no los detalles

Juliette Binoche está esplendida con sus cuarenta años: ¡que mujer bella! Hay una escena de baile que su personaje tiene con Dumi que nos permite apreciarla en toda su belleza. Samuel L. Jackson está bien en su rol del inconforme y rencoroso Whitfield, y Brendan Gleeson también cumple, dando vida al represor De Jager, que también solicita la amnistía, pues confiesa sus crímenes y se ampara en la “obediencia debida”.

Esta película me gustó principalmente por el retrato que hace de algo tan delicado como es la búsqueda de la verdad. Cuando esa verdad sale a la luz en toda su horrorosa dimensión ¿qué se hace? Me impresionó el concepto de “perdón”, que nace del concepto humanista africano ubuntu: el perdón no es olvido, sino reparación para restablecer una unidad rota por una mala acción. Es muy distinto de nuestro concepto occidental de crimen=castigo.

Decía que me interesaba establecer el paralelo entre lo que dice la película y lo que sucedió en Argentina. Aquí también hubo violaciones a los derechos humanos durante la década de 1970 y parte de los 80. En 1983 el flamante gobierno democrático instauró una comisión para esclarecer esos abusos, y el resultado fue el informe “Nunca más” y el juicio a las Juntas Militares. Muchos dicen que fue insuficiente, y que se absolvió a muchos militares subalternos que se ampararon en el concepto de “obediencia debida” (ellos solo "ejecutaron ordenes"). Dicen que se debería haber hecho un castigo más amplio y severo, y se niegan al olvido. “Hay que tener memoria”, dicen. En este punto me parece importante reflexionar sobre la utilidad de mantener latentes tantos odios y rencores; porque con esos condimentos la justicia ya no es justicia, es venganza. Y la venganza, como el odio, no resuelve el problema.

viernes, 27 de febrero de 2009

Elogio del mejor amigo

“Marley and Me” (2008)



Originalmente había pensado comentar otra película en esta ocasión, pero sucede que fui al cine y quedé muy satisfecho con este filme que ahora nos ocupa.

Se trata de una historia sobre el perro y el ser humano. Normalmente no veo películas que tengan como protagonistas a animales, pues suele suceder que se orientan a comedias muy disparatadas (como perros que juegan al futbol, basquet, voley, etc) o historias lacrimógenas, y no me gusta que me hagan llorar. Con “Marley and Me” hice una excepción porque ese día quería ir al cine y ya no me coincidían los horarios para ver otra cosa.

Se trata de una historia verdadera o “basada en una historia real”, la de un columnista de un importante diario norteamericano, papel interpretado por Owen Wilson. Este sujeto (John Grogan) se casa con Jenny (Jennifer Aniston), que también es periodista. A partir de aquí la película nos irá mostrando las dos facetas a que deberá atender, como cualquier mortal, Gohn Grogan: familia y trabajo. Aunque en la vida real ya son maduritos (Wilson tiene 40 y Aniston 39), los protagonistas recién casados deciden dejar los hijos para más adelante, cuando logren estabilizar su nuevo hogar. Aquí es donde Grogan tiene la idea de comprar un cachorro a su esposa, para suplir la ausencia de niños en la casa. Y “Marley” entra en escena.


Sucede que este perro es hiperactivo. Ya desde cachorro se destaca y pone a prueba a sus dueños: incluso la vendedora lo deja en rebaja con tal de sacárselo de encima. De aquí en adelante veremos a “Marley” crecer en tamaño pero nunca en seriedad; crea problemas a cada paso, mordiendo, rompiendo cosas, jalando de la soga, atropellando a la gente. Grogan y su esposa, lejos de hacer como hacen muchos desalmados que abandonan animales en la autopista, hacen de tripas corazón y se arman de paciencia. “Marley” se integra así en la familia, y aunque nunca dejará de dar problemas, es un miembro más. Los amantes de las mascotas podrán entender cómo es que Grogan y Jenny incluyen a “Marley” de tal forma en sus vidas; es que para los “mascoteros” la compañía de un animal a veces es muy valiosa, y la mirada expresiva de este no necesita palabras para decir más.
Con el tiempo la familia se va a ir ampliando, con la llegada de los postergados hijos, pero “Marley” no pierde espacio sino todo lo contrario. La película es un ejemplo de cómo un animal puede llegar a ser miembro pleno de una familia, y aunque la película no abandona el tono de comedia, hacia el final será la emoción la gran protagonista.

Wilson y Aniston componen personajes creíbles. Él es ideal para la comedia y las situaciones disparatadas, mientras que ella, aunque también es comediante de calidad, en este caso pone en escena un personaje más centrado y calmo, incluso con dramatismo; y no es para menos, porque con la llegada de los hijos las cosas se complican y ella debe optar por su trabajo (al cual ama) o su hogar, lo que supone todo un sacrificio. Aniston no pierde esa belleza que nos viene ofreciendo desde “Friends” y que la llevó a ganarse el mote de “la novia de América”. De hecho, fue la segunda gran razón por la cual decidí ver esta película. Confieso que la inmortal “Rachel Green” de “Friends” me tiene cautivado.


La adopto, la llevo, le doy casa y comida, la saco a pasear, la malcrio, me gasto el sueldo, todo.

El resto del elenco cumple: los hijos de la pareja están bien, hay algunos vecinos que aparecen por ahí. No hay mucho por destacar, porque el perro, Wilson y Aniston son los grandes protagonistas. Eric Dane interpreta a Sebastian, amigo y compañero de trabajo de Grogan; de hecho, Grogan anhela ser reportero como Sebastian y no columnista, de modo que una sana envidia lo ataca cuando Sebastian cuenta los reportajes en que se embarca. El actor Eric Dane ha trabajado en varias películas, pero no recuerdo haberlo visto antes. Interpretando a Arnie Klein, el jefe y también confesor y amigo de Grogan, está Alan Arkin, un buen actor de reparto. Yo lo recuerdo en “Rendition” (2007) y en “Little Miss Sunshine” (2006) aunque tiene un montón de películas en su haber.

Quiero dedicar un párrafo a Kathleen Turner, quien supo encarnar personajes que desbordaban sensualidad y atracción, como en “Cuerpos Ardientes” (Body Heat, 1981) o “Dos bribones tras la esmeralda perdida” (Romancing the Stone, 1984, con Michael Douglas). En esa época estaba entrando a los treinta y su físico constituía un plus en la pantalla; pero una década después, en “Friends” encarnó a ¡un travesti moreno! que era el papa de Chandler. Y en esta película la Turner, con 55 años encima, hace el papel de una vieja decadente que entrena perros: como dice el tango “doy vuelta la cara y me pongo a llorar”.



Marley and Me” es una buena película para pasar el rato y para aprender que se puede convivir con una mascota problemática. Al mismo tiempo se pueden contemplar las dificultades propias de un hogar donde el tiempo, el trabajo y los niños (amén del perro) requieren paciencia y sacrificios; la pareja de John y Jenny es una pareja ideal, se aman, se apoyan, y edifican un hogar sobre sólidos pilares. Parece demasiado bueno para ser verdad, pero hay parejas así.

viernes, 6 de febrero de 2009

Viaje al alma de John Whitelocke

“El delicado umbral de la tempestad” (2001)

En 1807 la Gran Bretaña y el Reino de España estaban tácitamente en guerra, merced a que el gobierno español era aliado del Imperio Francés. Esta guerra, llamada “Guerra de la Cuarta Coalición” (contra Napoleón) incluyó un hecho sorprendente: la más grande derrota de las tropas británicas en todo el período 1789-1815. En efecto, un ejército británico de 9.000 hombres fue batido y obligado a capitular por tropas mal preparadas, en su mayoría milicias, del Reino de España.

¿Dónde sucedió esto? En la pequeña ciudad americana de Buenos Aires, capital del virreinato español del Río de la Plata, es decir, en un teatro de operaciones secundario que los ingleses pretendían aprovechar, ya que no podían batir a Napoleón en territorio europeo. Para Londres fue un descalabro mayúsculo, para Napoleón una satisfacción extra, para España un motivo legítimo de gloria, y para los americanos del Río de la Plata el inicio del proceso independentista, aún balbuceante.

El delicado umbral de la tempestad” habla de esa derrota colosal y única que sufrieron los británicos. Decía que en Londres fue un descalabro mayúsculo, a tal punto que (como suele suceder en estos casos) los políticos y la opinión pública inglesa empezaron a pedir que alguien pagara por ello. Y lo más natural en situaciones como esta es que ruede la cabeza de algún jefe militar, a más grande, mejor. Y la cabeza que rodó en este caso fue la John Whitelocke, el comandante en jefe británico, responsable de la derrota y la capitulación. El tribunal lo encontró culpable de lo que quisieron, y lo degradaron y expulsaron con deshonor del ejército. No sé si en Gran Bretaña en algún otro momento de la historia algún otro habrá pagado tan caro los platos rotos como él.

Precisamente por eso, por el enigma que provoca la figura desgraciada de Whitelocke, el autor de este libro, Jorge Castelli, evoca la malograda campaña británica desde el punto de vista del jefe enemigo. En una novela sobre las Invasiones Inglesas los argentinos pondríamos protagonistas criollos: el francés Liniers, jefe de la defensa; algún miliciano de los “Patricios” (regimiento improvisado que se formó en esta campaña); Manuela Pedraza la tucumana, una mujer que combatió en las asoladas calles de Buenos Aires, etc. Pero sería raro que pusiéramos de protagonista tan luego al jefe enemigo. Sería como si un español hiciera una novela de la guerra de sus compatriotas contra los franceses en 1808-1812 y pusiera como protagonista a Murat o Ney; o que un venezolano al redactar una novela sobre la guerra de independencia pusiera de protagonista a Pablo Morillo. Puede pasar pero sería raro: lo normal es que uno ponga de protagonista y héroe a alguien del bando de uno.

Narrada en forma de novela, esta obra incorpora recursos para mí novedosos. Todo parte de labios de Whitelocke, como una confesión. La novela toda no es más que una larga y dolorosa confesión acerca del fracaso británico en Buenos Aires:

“¿Qué decir cuando se ha entregado el honor? ¿Qué palabras emplear para describir aquello que, por otra parte, el mundo no tiene interés en escuchar?
La victoria no requiere preguntas. La derrota, en cambio, está colmada de reclamos e interrogantes, pero las correspondientes respuestas son siempre insignificantes y avaras: la explicación real sobre mi fracaso al intentar la captura de la ciudad de Buenos Aires, sería juzgada en tal caso –y no lo dudo– como algo enteramente falto de sentido.
He traicionado a Inglaterra. He traicionado a mi Rey. En menos de cuarenta y ocho horas he traicionado a todas aquellas banderas que supe enarbolar a lo largo de mi vida.”

Ese es el enigma que la novela quiere abordar: ¿por qué un ejército profesional de 9.000 hombres, bien equipado y mejor motivado, con toda la preparación necesaria, capitula ante milicianos inexpertos y una chusma de vecindario armada con unos cuantos mosquetes, lanzas y ollas de agua caliente? ¿Por qué la lucha dura solo un día? ¿Por qué Whitelocke pierde la voluntad y abandona incluso las conquistas obtenidas en el Plata desde el año anterior? Son preguntas que muchos libros han tratado de responder, pero a través del análisis científico: se exponen criterios de índole militar. Se habla de la situación táctica, de la situación estratégica. Se citan fechas y cantidades. El autor de esta obra quiere responderlo desde otro lugar: desde el corazón de Whitelocke. Y como en ese caso no es posible el análisis científico, la ficción recoge el guante.

Jorge Castelli imagina largas charlas que Whitelocke tiene en su residencia con el único amigo que le queda, un tal “almirante Ashley”. No estoy seguro, pero me parece que se trata de un personaje imaginario, pues no encuentro información sobre él. Como sea, a Ashley solo lo percibimos porque Whitelocke, de cuando en cuando, lo menciona: este Ashley nada dice en todo el libro, las únicas palabras son las de su anfitrión, el jefe deshonrado.

Whitelocke, entre tragos y puros que convida a su amigo y se convida a sí mismo, reflexiona sobre la política británica; habla de la guerra y de lo que significa ser militar y obedecer ordenes; recuerda sus años de servicio en el Caribe (en donde, según los libros de historia, se destacó). En este último dato hay una clave para entender su forma de pensar, pero nada más diremos al respecto.

Nos cuenta también lo que vio y sintió en ese (para él) fatídico mes de julio de 1807, cuando protagonizó la mayor derrota británica del período que se abre con la Revolución Francesa y se cierra con la derrota definitiva de Napoleón en Waterloo. Cuando leemos nos adentramos en los pensamientos de Whitelocke, que el autor nos hilvana y desenreda con paciencia, haciendo un verdadero tratado sobre la psicología de este personaje en particular.

El momento culminante llega con la planificación del ataque a Buenos Aires. Whitelocke, como buen militar, analiza a su contrincante Liniers:

“Por todas las informaciones que había recogido sobre el francés Liniers, me hallaba en condiciones de asegurar algunas cosas con respecto a él. (…) Si yo estaba en lo cierto, el hombre no esperaría pacientemente que el enemigo cayese con su ejército como el agua sobre la ciudad, sino que saldría a enfrentarlo en batalla, a campo abierto. (…)
Auchmuty, aparentemente satisfecho con mis razonamientos, soltó una densa bocanada de humo y preguntó:
- ¿Y si Liniers no saliese a presentar batalla abierta?
- Saldrá. No se preocupe. Sé cómo piensa -respondí.
Auchmuty insistió.
- ¿Y si a pesar de resultar derrotado su ejército, Buenos Aires aún persistiese y decidiera no rendirse?
- Entonces bajaremos de los barcos los cañones gruesos -indiqué-. Lo haremos en las barbas mismas de la ciudad, a la vista general. Luego situaremos a la flota en posición de cañoneo. Tal vez realicemos uno o dos disparos. Se rendirán, sin lugar a dudas.
Pero el brigadier general Samuel Auchmuty parecía empeñado en desmejorar mi noche.
- ¿Y si aún así no se rindieran?
- Si aún así no se rindieran, brigadier -dije golpeando con el puño sobre la mesa-, podaré esta ciudad a cañonazos.”


Caricatura inglesa de 1808 acerca de la degradación de Whitelocke: el diablo le ofrece una pistola mientras le dice "si todavía tienes una chispa de coraje, toma esto".

Interesante obra narrativa que recomiendo muy seriamente. Al final uno puede sentir compasión por Whitelocke y su desgracia, porque en definitiva era un militar cumpliendo órdenes, pero es sabido que a las derrotas alguien tiene que cargarlas, y rara vez llevan esa carga los gobiernos que han iniciado las guerras.

Me falta decir que este libro lo publicó Editorial Sudamericana y que Jorge Castelli ganó el premio “La Nación” de Novela año 2000. Vuelvo a expresar mi pensamiento de que los premios en concursos literarios pueden ser motivo legítimo de orgullo, pero en definitiva son los lectores quienes tienen la última palabra. En este caso yo adhiero al veredicto del jurado y recomiendo su lectura. Para adentrarse en la mente militar, y en la tragedia particular de John Whitelocke, el soldado que protagonizó la mayor derrota militar del Imperio Británico en mucho tiempo.

sábado, 31 de enero de 2009

En memoria de dos enamorados

“Camila” (1984)

Esta es una película argentina que surgió en la época posterior al retorno de la democracia en Argentina. En esa época llegaron a la pantalla grande varios tipos de película: había películas del “destape”, que solo se entienden si se tiene en cuenta la censura que ejerció el gobierno militar para proteger, decía, la moral y las buenas costumbres; entonces, con la democracia se hicieron las películas del destape, donde lo más importante es que hubiera malas palabras, groserías, referencias al sexo y unos cuantos desnudos. Otros filmes tenían la pretensión de mirar el país, su pasado y su presente, su esencia; en esa veta está el cine simbolista, pesado y aburrido por momentos. Luego había títulos que pintaban a la sociedad argentina del pasado reciente, como “No habrá más penas ni olvido”, “Los chicos de la guerra” o “La Historia Oficial”; y también películas que trataban temas lejanos en el tiempo, como “La Rosales”, “Asesinato en el Senado de la Nación” o “El general y la fiebre”. Y aquí incluyo a “Camila”.

Estrenada en 1984 de la mano de la directora María Luisa Bemberg, una de las glorias del cine argentino, este filme contaba en versión libre una historia real sucedida en Buenos Aires durante el segundo largo gobierno de Juan Manuel de Rosas: un sacerdote y una joven de buena familia de la sociedad porteña se enamoran y huyen para vivir ese amor prohibido. Como es posible que lectores de otros países (y seguramente también muchos de Argentina) no conozcan la historia y quieran ver el filme, no voy a contar el final. Pero el guión se atiene a los sucesos históricos.

La dirección, como ya dije, estuvo a cargo de María Luisa Bemberg, quien falleció en 1995. Esta mujer filmó películas de época, un género no muy frecuentado en Argentina, y menos que fueran protagonizadas por mujeres. Bemberg tiene una trilogía interesante que arranca con “Camila”, continúa con “Miss Mary” y concluye con “Yo, la peor de todas”. “Miss Mary” trata acerca de una institutriz inglesa y su relación con una acomodada familia argentina. Fue protagonizada por Julie Christie, una inglesa de verdad que también estuvo en películas de Hollywood, como “Troya” (Thetis, la mamá de Aquiles) o “Harry Potter y el Prisionero de Azkaban” (Madame Rosmerta). En cuanto a “Yo, la peor de todas”, cuenta la vida de la monja Sor Juana Inés de la Cruz, quien vivió en Nueva España (México actual) en el siglo XVII. Este papel estuvo interpretado por la española Assumpta Serna. Es importante decir que Maria Luisa Bemberg, además de dirigir esta trilogía, escribió el guión de cada filme; por lo tanto lo que sale en pantalla es producto de todo el trabajo y la pasión de esta espléndida mujer.

Decía que las películas de época no son muy abundantes en la filmografía argentina, y menos las épicas; después de “Camila” y las películas de su generación no hubo más películas de época, salvo un corto estrenado en 2008 que cuenta “El combate de San Lorenzo”. Una lástima, porque hay historias muy interesantes para contar, como esta. En “Camila” la escenografía está muy bien cuidada, así como los ropajes y la representación de las costumbres. Así y todo no hay espectacularidad en los escenarios; olvidémonos de cámaras aéreas que nos den un enfoque cenital, o panorámicas que abarquen el horizonte, o cámaras que sigan a los protagonistas puerta a puerta o escalón a escalón. Eso está bien y es lindo, pero no es imprescindible. La Bemberg demuestra que cuando la historia está bien contada, los trucos visuales no son necesarios.

Esta película es una coproducción entre Argentina y España. Me llamó la atención, pues generalmente cuando los europeos financian películas argentinas es para que se cuenten historias de pobreza, miseria, tristeza y cosas así que confirmen la idea de que efectivamente nosotros estamos en el Tercer Mundo. En este caso las firmas que aparecen asociadas son GEA de Argentina e Impala de Madrid; y la coproducción alcanza para colocar a Imanol Arias en un rol protagónico que sin duda beneficia a la película.

Arias interpreta al sacerdote Ladislao Gutiérrez, el cual en 1847 llega a Buenos Aires y como era costumbre es presentado a lo mejor de la alta sociedad; allí conoce a la familia de Adolfo O’Gorman y a la hija de este, Camila O’Gorman, a cual es una romántica empedernida, sobre todo gracias al contacto con su abuela, a la cual apodan “La Perichona”. Resulta que esta abuelita está, por decirlo así, en “arresto domiciliario”, recluida en la estancia de los O’Gorman; allí vive año tras año recordando al trágico amor de su juventud: el virrey Santiago de Liniers, ya fallecido. Pero Liniers no murió por amor, fue fusilado 37 años atrás por defender la causa española en las provincias del Río de la Plata, de las cuales había sido virrey y a las cuales había defendido contra las intentonas británicas. En este punto, alrededor de La Perichona, es donde Bemberg se toma licencias en el guión, pues las fuentes que consulté no mencionan que estuviera recluida, sino que vivió en su propia casa quinta y no en la de su hijo Adolfo. Como sea, Liniers y La Perichona se amaron apasionadamente, y la muerte de él la dejó a ella sola con el recuerdo de ese amor, recuerdos que se convirtieron en locura con la reclusión; pero en Camila encontró una confidente y una discípula a la cual enseñó que el amor puro es lo más importante de esta vida.

De hecho, Camila tiene pretendiente (“el mejor partido de todo Buenos Aires”, como le dice una de sus hermanas) y se llama Ignacio, pero ella no quiere el mejor candidato, sino el amor. Eso no encaja en el ambiente patriarcal que reina en la familia y en el país; en efecto, don Adolfo O’Gorman (magistralmente interpretado por Héctor Alterio) manda con mano de hierro y ya bastante sufre con la historia pasada de su madre la Perichona. Y en el país manda don Juan Manuel de Rosas, que conduce con mano de hierro los destinos de las provincias argentinas a pesar de que es solamente gobernador de una de ellas (Buenos Aires). Rosas ha sido ungido como “restaurador de las leyes” y para él la tradición y las costumbres autóctonas son lo único válido; todas las ideas de afuera tienen un tufillo raro.

Y precisamente de afuera se van colando entre esas ideas nuevas, el Romanticismo, que pregona la búsqueda del amor y desdeña otros valores. En un pasaje de la película, Camila lee un libro de Echeverria conseguido clandestinamente, ante la mirada aburrida de su pretendiente Ignacio. Bemberg elije ese ángulo para contar la historia, la del amor romántico entre dos seres que son perseguidos por la tragedia que significa no poder vivir su amor. Eso era el romanticismo original: amor y tragedia.


Rosas mantiene el orden con métodos, digamos, “poco ortodoxos”: de noche se escuchan gritos en las calles y a través de las ventanas pueden entreverse en las calles patrullas de milicianos que gritan “¡Viva la Santa Federación!” y desaparecen. Son los “agentes del orden”, cuya presencia nocturna es seguida al amanecer por la aparición de cuerpos sin vida. Aquí el filme traza un paralelo con la represión ilegal ocurrida durante la dictadura de 1976-1983, cuando “grupos de tareas” secuestraban sospechosos que se perdían para siempre o aparecían muertos por ahí sin explicación. En ambos casos el miedo se asomaba a través de las ventanas, sin atreverse del todo a ver qué pasaba en las calles.

Camila es interpretada por Susu Pecoraro, tal vez en la mejor interpretación de su carrera. Gracias a ella vemos a una Camila comprometida con el amor, buscándolo mientras reparte ternura a su alrededor, y la vemos enamorarse con el alma entera. Ella no duda un instante cuando encuentra el amor, y su convicción es tal que enfrenta todos los obstáculos, incluyendo la resistencia de Ladislao. Susu e Imanol Arias forman una pareja que se complementa a la perfección, y junto con Héctor Alterio sostienen la película entera.

Completan el repertorio: Carlos Gallardou, interpretando a Eduardo O’Gorman, el sacerdote hermano de Camila; Boris Rubaja en el papel de Ignacio, el pretendiente de Camila; y Juan Leyrado como José María, miembro de la rosista Sociedad Restauradora y pretendiente de otra de las niñas de la familia O’Gorman. Todas las actuaciones son sólidas y crean un buen cuadro de la época, ayudados por la recreación histórica. La sociedad de ese entonces, con su apego a las normas estrictas y a la importancia de mantener las apariencias, no tenía espacio para los jóvenes enamorados. Camila solo quería amar sin dañar a nadie, quería estar con Ladislao; pero todos se cebaron en ella y en castigar el amor.

Una historia real que podría haber sido una historia de tantas, pero que el destino tocó de una manera especial, a tal punto que vive hoy en la memoria. Quien vea la película entenderá por qué.

viernes, 23 de enero de 2009

Anatomía profunda de un Chile lejano

“Mi país inventado” (2003)


Este es un librito pequeño pero muy interesante. Andaba yo por la Feria del Libro que todos los años se realiza en la Plaza San Martín de la ciudad de Córdoba (Argentina) en el mes de septiembre (visite Córdoba). Tenía ganas de comprar algo de Isabel Allende pero ese día el bolsillo no me daba para “Inés del alma mía” u otros títulos de la autora chilena. Entonces me concentré en la mesita de los “baratos” y encontré este libro, el cual comencé a hojear. Las páginas que recorrí me convencieron y me llevé el material. Se trata de una edición de 2007 publicada por Editorial Sudamericana en el sello. La tapa (o cubierta) está diseñada con una foto de Isabel Allende a los veinte años, una foto sencilla pero con pretensiones artísticas y que a mí me transmitió muchas cosas.

Mi país inventado” no es una novela como las que Isabel Allende ha escrito con tanta maestría. Se trata de un texto autobiográfico, en el cual la autora evoca a su patria que ha dejado atrás en la distancia. Allende ha evocado Chile muchas veces, como escenario de sus novelas, pero este texto tiene el sabor de la primera persona, de lo personal caído directamente sobre la hoja. En ese sentido me hizo recordar, con las salvedades del caso impuestas por la época histórica y las sociedades que describe, a ese otro gran relato autobiográfico que fue “Recuerdos de provincias”, de Domingo Faustino Sarmiento.

Allende da muestras de un equilibrio muy acertado al momento de emplear la nostalgia sobre su tierra. Ama Chile, pero eso no impide que critique (con calidad y calidez) lo que ella ve como defectos de su sociedad, y que deje en claro sus desacuerdos. Por ejemplo, en el capítulo titulado “País de esencias longitudinales” hace una descripción a grandes trazos de la geografía y gentes de Chile, y al llegar a la isla de Pascua dice:

En 1888 nos adjudicamos la misteriosa Isla de Pascua, el ombligo del mundo, o Rapanui, como se llama en el idioma pascuense. Está perdida en la inmensidad del océano Pacifico, a dos mil quinientas millas de distancia del Chile continental, más o menos a seis horas en avión desde Valparaíso o Tahití. No estoy segura de por qué nos pertenece. En esos tiempos bastaba que un capitán de barco plantara una bandera para apoderarse legalmente de una tajada del planeta, aunque sus habitantes, en este caso de de apacible raza polinésica, no estuvieran de acuerdo. Así lo hacían las naciones europeas; Chile no podía quedarse atrás.”

La autora evoca su infancia y no ahora letras para describir con minucia las costumbres que ella pudo observar, como por ejemplo la forma en que se hacía dulce de leche en el hogar. Nada escapa a sus recuerdos: costumbres, lugares, sucesos, etcétera. Ella, tal como lo dice, toma a su familia como hilo conductor para el relato, y así aparecen de a ratos los más diversos parientes, cuya presencia da pie para ampliar el relato hacia los costados, evocando y explicando infinidad de cosas. Para todo hay comentarios, la mayoría de los cuales demuestra un sentido del humor muy agudo y que a la vez es capaz de mover los recuerdos del propio lector y dejarlo pensando en quien sabe qué cosas.

Encontramos también pasajes referidos a la historia de Chile, y de qué manera esa historia influye en el sentir nacional actual. Por ejemplo, Isabel habla del racismo en su país y de ahí salta a la historia mapuche:

Aunque no quedan muchos indios puros –mas o menos un diez por ciento de la población- su sangre corre pos las venas de nuestro pueblo mestizo. (…) Estos indios, divididos en varias tribus, contribuyeron fuertemente a forjar el carácter nacional, aunque antes nadie que se respetara admitía la menor asociación con ellos; tenían fama de borrachos, perezosos y ladrones. (…) En los últimos años algunas tribus mapuches se han sublevado y el país no puede ignorarlos por más tiempo. En realidad los indios están de moda. No faltan intelectuales y ecologistas que andan buscando algún antepasado con lanza para engalanar su árbol genealógico; un heroico indigena en el árbol familiar viste mucho más que un enclenque marqués de amarillentos encajes, debilitado por la vida cortesana.”

Y hay otro párrafo dedicado a la admiración que sienten los chilenos por alemanes e ingleses. Confieso que fue esta página la que me motivo definitivamente a comprar el libro:

A los chilenos nos gustan los alemanes (…) pero en realidad procuramos imitar a los ingleses. Los admiramos tanto, que nos creemos los ingleses de América Latina, tal como consideramos que los ingleses son los chilenos de Europa. En la ridícula guerra de las Malvinas (1982) en vez de apoyar a los argentinos, que son nuestros vecinos, apoyamos a los británicos, a partir de lo cual la primera ministra Margaret Thatcher, se convirtió en amiga del alma del siniestro general Pinochet. América Latina nunca nos perdonará semejante mal paso.

A medida que pasan las páginas se encuentran retratos de la sociedad chilena de antaño y de la actualidad, con sus costumbres y formas de pensar। Aparecen las relaciones familiares, el aspecto religioso, el prestigio de las fuerzas armadas. A veces me parece que en el libro se describe a la Argentina, mi país, porque encuentro muchas similitudes en la forma de pensar, sobre todo en la humildad mezclada con arrogancia, en la admiración por lo extranjero mezclada con la soberbia del etnocentrismo, en la doble moral mezclada con la hipocresía. Los argentinos solemos creer que todos los defectos están en el sistema de gobierno, en los políticos, en el capitalismo, bla bla bla, lo que nos sirve de excusa para disimular nuestras propias metidas de pata sistemáticas. Al fin y al cabo a los políticos corruptos alguien los vota, alguien los catapulta desde abajo hacia arriba; pero no, creemos que al jurar el cargo automáticamente se hicieron corruptos, lo cual nos permite ponernos el disfraz de pueblo traicionado, haciendo el papel de victimas que tanto nos hemos medido. Muy pocos piensan que en realidad el presidente o ministro corrupto empezó siendo corrupto en el club de bochas, la cooperadora de la escuela, el centro vecinal o la parroquia.


Por eso para mí leer a Isabel Allende me resultó terapéutico. A causa de mi forma de pensar poco inclinada a la demagogia, llegué a temer que se me acusara de “enemigo del pueblo”, porque acá las acusaciones basadas en extremismos están a la orden del día. Lo peor es que yo mismo ya me estaba definiendo como una especie de antiargentino que criticaba al pueblo de mi patria. Pero al leer “Mi país inventado” me sentí tranquilizado y comprendido. Isabel Allende, como dije antes, no hace concesiones a la hora de criticar a sus compatriotas, pero eso no significa que odie Chile ni mucho menos, o que prefiera “lo que viene de afuera” (de hecho, esa admiración por lo foráneo, lo anglosajón, es una de las cosas que critica). Se trata de hacer una pintura con sombras y luces, imprescindibles para que el cuadro no quede desbalanceado.

Leyendo este libro me dieron más ganas de conocer Chile, un objetivo que planeo concretar antes de morir. Existe entre Chile y Argentina una relación muy especial: las disputas y debates por cuestiones de límites y soberanías no pierden vigencia, y cada país piensa que el otro le robó territorios. Eso es un clásico. Pero a la vez estamos muy unidos; el turismo y tránsito en general entre ambos países alienta la integración, pero las raíces de la hermandad chilenoargentina vienen desde antes de la independencia. Los patriotas chilenos fueron los primeros (y los únicos) que enviaron tropas en apoyo de los patriotas del Río de la Plata, en un momento en que las papas quemaban de verdad; luego el favor fue devuelto en 1813 cuando cordobeses y cuyanos bajo el mando de Las Heras cruzaron la cordillera de los Andes y lucharon codo a codo con los patriotas chilenos, soportando juntos la derrota y la retirada, mucho antes de que San Martín pudiera poner en marcha su inmortal Ejército de los Andes (en el que volvieron a pelear juntos chilenos y argentinos). Por otro lado, tenemos la segunda frontera común más larga del mundo y nunca llegamos a la guerra, aunque casi en 1978. Chile ha tenido guerras con sus otros vecinos (Bolivia y Perú) y Argentina con los suyos (Uruguay, Brasil, Paraguay y Bolivia), pero nunca entre ambos. Quiero creer que la frontera nos une más que nos separa.

Si usted quiere leer a Isabel Allende en un formato que no sea novela, este libro es la opción. Al mismo tiempo, si quiere adentrarse en Chile de la mano de las palabras, “Mi pais inventado” también es opción. La autora, que en la década del 70 tuvo que exiliarse y que desde hace mucho vive en EEUU, justifica el título diciendo que Chile para ella es algo en el corazón y en el alma más que en la realidad. De nuevo tenemos esa magia en las palabras que es característica de Isabel Allende.