viernes, 6 de febrero de 2009

Viaje al alma de John Whitelocke

“El delicado umbral de la tempestad” (2001)

En 1807 la Gran Bretaña y el Reino de España estaban tácitamente en guerra, merced a que el gobierno español era aliado del Imperio Francés. Esta guerra, llamada “Guerra de la Cuarta Coalición” (contra Napoleón) incluyó un hecho sorprendente: la más grande derrota de las tropas británicas en todo el período 1789-1815. En efecto, un ejército británico de 9.000 hombres fue batido y obligado a capitular por tropas mal preparadas, en su mayoría milicias, del Reino de España.

¿Dónde sucedió esto? En la pequeña ciudad americana de Buenos Aires, capital del virreinato español del Río de la Plata, es decir, en un teatro de operaciones secundario que los ingleses pretendían aprovechar, ya que no podían batir a Napoleón en territorio europeo. Para Londres fue un descalabro mayúsculo, para Napoleón una satisfacción extra, para España un motivo legítimo de gloria, y para los americanos del Río de la Plata el inicio del proceso independentista, aún balbuceante.

El delicado umbral de la tempestad” habla de esa derrota colosal y única que sufrieron los británicos. Decía que en Londres fue un descalabro mayúsculo, a tal punto que (como suele suceder en estos casos) los políticos y la opinión pública inglesa empezaron a pedir que alguien pagara por ello. Y lo más natural en situaciones como esta es que ruede la cabeza de algún jefe militar, a más grande, mejor. Y la cabeza que rodó en este caso fue la John Whitelocke, el comandante en jefe británico, responsable de la derrota y la capitulación. El tribunal lo encontró culpable de lo que quisieron, y lo degradaron y expulsaron con deshonor del ejército. No sé si en Gran Bretaña en algún otro momento de la historia algún otro habrá pagado tan caro los platos rotos como él.

Precisamente por eso, por el enigma que provoca la figura desgraciada de Whitelocke, el autor de este libro, Jorge Castelli, evoca la malograda campaña británica desde el punto de vista del jefe enemigo. En una novela sobre las Invasiones Inglesas los argentinos pondríamos protagonistas criollos: el francés Liniers, jefe de la defensa; algún miliciano de los “Patricios” (regimiento improvisado que se formó en esta campaña); Manuela Pedraza la tucumana, una mujer que combatió en las asoladas calles de Buenos Aires, etc. Pero sería raro que pusiéramos de protagonista tan luego al jefe enemigo. Sería como si un español hiciera una novela de la guerra de sus compatriotas contra los franceses en 1808-1812 y pusiera como protagonista a Murat o Ney; o que un venezolano al redactar una novela sobre la guerra de independencia pusiera de protagonista a Pablo Morillo. Puede pasar pero sería raro: lo normal es que uno ponga de protagonista y héroe a alguien del bando de uno.

Narrada en forma de novela, esta obra incorpora recursos para mí novedosos. Todo parte de labios de Whitelocke, como una confesión. La novela toda no es más que una larga y dolorosa confesión acerca del fracaso británico en Buenos Aires:

“¿Qué decir cuando se ha entregado el honor? ¿Qué palabras emplear para describir aquello que, por otra parte, el mundo no tiene interés en escuchar?
La victoria no requiere preguntas. La derrota, en cambio, está colmada de reclamos e interrogantes, pero las correspondientes respuestas son siempre insignificantes y avaras: la explicación real sobre mi fracaso al intentar la captura de la ciudad de Buenos Aires, sería juzgada en tal caso –y no lo dudo– como algo enteramente falto de sentido.
He traicionado a Inglaterra. He traicionado a mi Rey. En menos de cuarenta y ocho horas he traicionado a todas aquellas banderas que supe enarbolar a lo largo de mi vida.”

Ese es el enigma que la novela quiere abordar: ¿por qué un ejército profesional de 9.000 hombres, bien equipado y mejor motivado, con toda la preparación necesaria, capitula ante milicianos inexpertos y una chusma de vecindario armada con unos cuantos mosquetes, lanzas y ollas de agua caliente? ¿Por qué la lucha dura solo un día? ¿Por qué Whitelocke pierde la voluntad y abandona incluso las conquistas obtenidas en el Plata desde el año anterior? Son preguntas que muchos libros han tratado de responder, pero a través del análisis científico: se exponen criterios de índole militar. Se habla de la situación táctica, de la situación estratégica. Se citan fechas y cantidades. El autor de esta obra quiere responderlo desde otro lugar: desde el corazón de Whitelocke. Y como en ese caso no es posible el análisis científico, la ficción recoge el guante.

Jorge Castelli imagina largas charlas que Whitelocke tiene en su residencia con el único amigo que le queda, un tal “almirante Ashley”. No estoy seguro, pero me parece que se trata de un personaje imaginario, pues no encuentro información sobre él. Como sea, a Ashley solo lo percibimos porque Whitelocke, de cuando en cuando, lo menciona: este Ashley nada dice en todo el libro, las únicas palabras son las de su anfitrión, el jefe deshonrado.

Whitelocke, entre tragos y puros que convida a su amigo y se convida a sí mismo, reflexiona sobre la política británica; habla de la guerra y de lo que significa ser militar y obedecer ordenes; recuerda sus años de servicio en el Caribe (en donde, según los libros de historia, se destacó). En este último dato hay una clave para entender su forma de pensar, pero nada más diremos al respecto.

Nos cuenta también lo que vio y sintió en ese (para él) fatídico mes de julio de 1807, cuando protagonizó la mayor derrota británica del período que se abre con la Revolución Francesa y se cierra con la derrota definitiva de Napoleón en Waterloo. Cuando leemos nos adentramos en los pensamientos de Whitelocke, que el autor nos hilvana y desenreda con paciencia, haciendo un verdadero tratado sobre la psicología de este personaje en particular.

El momento culminante llega con la planificación del ataque a Buenos Aires. Whitelocke, como buen militar, analiza a su contrincante Liniers:

“Por todas las informaciones que había recogido sobre el francés Liniers, me hallaba en condiciones de asegurar algunas cosas con respecto a él. (…) Si yo estaba en lo cierto, el hombre no esperaría pacientemente que el enemigo cayese con su ejército como el agua sobre la ciudad, sino que saldría a enfrentarlo en batalla, a campo abierto. (…)
Auchmuty, aparentemente satisfecho con mis razonamientos, soltó una densa bocanada de humo y preguntó:
- ¿Y si Liniers no saliese a presentar batalla abierta?
- Saldrá. No se preocupe. Sé cómo piensa -respondí.
Auchmuty insistió.
- ¿Y si a pesar de resultar derrotado su ejército, Buenos Aires aún persistiese y decidiera no rendirse?
- Entonces bajaremos de los barcos los cañones gruesos -indiqué-. Lo haremos en las barbas mismas de la ciudad, a la vista general. Luego situaremos a la flota en posición de cañoneo. Tal vez realicemos uno o dos disparos. Se rendirán, sin lugar a dudas.
Pero el brigadier general Samuel Auchmuty parecía empeñado en desmejorar mi noche.
- ¿Y si aún así no se rindieran?
- Si aún así no se rindieran, brigadier -dije golpeando con el puño sobre la mesa-, podaré esta ciudad a cañonazos.”


Caricatura inglesa de 1808 acerca de la degradación de Whitelocke: el diablo le ofrece una pistola mientras le dice "si todavía tienes una chispa de coraje, toma esto".

Interesante obra narrativa que recomiendo muy seriamente. Al final uno puede sentir compasión por Whitelocke y su desgracia, porque en definitiva era un militar cumpliendo órdenes, pero es sabido que a las derrotas alguien tiene que cargarlas, y rara vez llevan esa carga los gobiernos que han iniciado las guerras.

Me falta decir que este libro lo publicó Editorial Sudamericana y que Jorge Castelli ganó el premio “La Nación” de Novela año 2000. Vuelvo a expresar mi pensamiento de que los premios en concursos literarios pueden ser motivo legítimo de orgullo, pero en definitiva son los lectores quienes tienen la última palabra. En este caso yo adhiero al veredicto del jurado y recomiendo su lectura. Para adentrarse en la mente militar, y en la tragedia particular de John Whitelocke, el soldado que protagonizó la mayor derrota militar del Imperio Británico en mucho tiempo.

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