jueves, 8 de enero de 2009

Arturo, el Emperador, Rusia y los españoles

“La sombra del águila” (1993)

Arturo Pérez Reverte es un hombre de abundante talento; no sólo eso: sabe como encarrilar ese talento y además (también hay que decirlo) ha tenido oportunidades para ello. No todos tienen oportunidad, pero los hay también quienes, teniéndolas, las desaprovechan. Por fortuna este no es el caso.

Pérez Reverte es un hombre de comunicación: nacido en Cartagena (de España) estudió periodismo y fue corresponsal de guerra: incluso cubrió la guerra de las Malvinas en 1982. Esta profesión influyó mucho en él, podría decirse, ya que lo llevó a fundar (en compañía de otro hombre llamado Vicente Talón) la revista “Defensa”, especializada en temas militares y de seguridad, de la cual soy seguidor, aunque a través de números atrasados, porque no llega con regularidad a Córdoba de la Nueva Andalucía.

Para ir resumiendo, después de su experiencia como corresponsal don Arturo se dedicó al mundo de la literatura. Se volcó con pasión a escribir obras ambientadas en épocas pasadas, del siglo XIX para atrás y podemos considerar a la saga del capitán Alatriste una buena muestra de ello. Recientemente (en 2007) publicó “Un día de cólera”, sobre el inicio del levantamiento popular español contra la ocupación francesa en 1808. “La sombra del águila” también se ubica en el contexto histórico de las guerras napoleónicas.

Publicada en 1993 por Alfaguara, yo la he pillado en una edición impresa en Argentina en el año 2004 por “Punto de lectura”, un sello editorial perteneciente al Grupo Santillana que edita libros de bolsillo en España e Hispanoamérica. La conseguí en la Feria del Libro de Córdoba y debo reconocer que decidí comprarla porque había visto mal el precio, resultando ser más caro de lo que había pensado. Pero igualmente no me arrepiento, porque lo he disfrutado mucho. Recientemente he descubierto que se encuentra completo en versión pdf, y que en el sitio web del diario El País de Madrid también está enterito; además, el que busque por la red lo va a encontrar seguro, por no hablar del E-Mule, donde seguramente está también.

Yendo al contenido podríamos decir que el tamaño del libro (de bolsillo) encaja perfecto con la historia, ni más ni menos; se trata de una historia simple que ya en la contratapa queda esbozada: durante la campaña napoleónica en Rusia (año de 1812) un batallón de españoles enrolados forzosamente en el ejército francés se lanza en plena batalla en pos del enemigo ruso. Lo que a Napoleón le parece un acto de heroísmo y grandeza capaz de conmover hasta las lágrimas, es en realidad algo mucho menos noble pero igualmente de vida o muerte: los españoles están tratando de desertar y unirse a los rusos en plena batalla, cuando los franceses no pueden impedirlo. Todos en Internet dicen que el libro se basa en un hecho verídico, pero no puedo encontrar referencias concretas que me digan cuándo y cómo y por quiénes sucedió aquello.

El librito gira casi enteramente en torno a ese hecho, la batalla de Sbodonovo, como la llama Pérez Reverte. La acción transcurre casi en tiempo real; podría decirse que el tiempo que se tarda en leer una línea es el tiempo que emplean los soldados españoles para recorrer un metro bajo el fuego de los cañones rusos, que no saben nada de su intento de deserción y creen (como Napoleón) que se les vienen encima con intenciones asesinas. Yo pensaba que el libro iba a arrancar con esa batalla y luego seguiría en otros escenarios, pero casi no es así. Salvo un par de escenas en Moscú y algo más, todo el libro transcurre en la batalla de Sbodonovo. Esto que a muchos les podría resultar pesado o exagerado, el autor lo resuelve manteniendo la expectativa paso a paso e intercalando sabrosos diálogos donde reina lo grotesco.

Además Pérez Reverte utiliza un recurso que yo identifico con él, pues lo encontré leyendo “Las aventuras del capitán Alatriste”. Se trata de contar la narración como si fuera un discurso oral y no tanto escrito. Eso significa hacer rodeos, contar las mismas cosas dos veces, o apuntalar el relato sobre situaciones que se supone ya conocidas por el receptor, teñir la narración toda con expresiones subjetivas donde se aprecia el humor del relator, hacer pausas o acelerar el relato mientras se avisa al público por qué se hace eso. También en los párrafos aparecen palabras textuales de los protagonistas que no están marcadas como tales, y que bien recuerdan (insisto) a los relatos orales, cuando uno cuenta a los demás algo con ayuda de gestos, cambios en la entonación y giros expresivos que todos entienden. Vaya un ejemplo, en el capítulo 3 (“La sugerencia del mariscal Murat”):

“Total. Que estábamos allá abajo, a dos palmos de las líneas rusas y aguantando candela mientras intentábamos pasarnos al enemigo como el que no quiere la cosa, y desde su colina, sin percatarse de nuestras intenciones, el Estado Mayor imperial nos tomaba por héroes. Los generales se miraban unos a otros sin dar crédito a lo que estaban viendo. Regardez, Dupont. Oh-la-la les espagnols, quien lo iba a decir. Siempre protestando, que si esta no es su guerra, que si vaya mierda de rancho, y ahora mírelos, atacando en plena derrota, con un par. Nomdedieu.”

Quien ocupa el lugar del narrador es uno de los protagonistas, un soldado del batallón, pero nunca deja ver su individualidad: no relata una sola acción en la que él sea protagonista; no dice “avancé”, “sonreí”, “me miró” o “me dijo”. No. Todo es plural: “nosotros manteniendo el paso”, “los pocos de nosotros que sabíamos nadar”, etc. Hay un insistente uso del colectivo, como si quien relata no fuera en definitiva un soldado, sino todo el batallón. Al mismo tiempo, el relato de lo que sucede en el lugar en que se encuentra Napoleón con sus generales, o cuando el Gran Mariscal se encuentra a solas con el jefe español, da la pauta de que se trata de un relator omnipresente, no reducido a una individualidad.

Y por todos lados, el humor particular con que Pérez Reverte condimenta sus relatos. Es para reír casi todo el tiempo, ya lo habréis percibido en el fragmento insertado más arriba. Y acá va otro, más cortito, del capítulo 9 (“Una noche en el Kremlin”):

“-Por lo menos -resumió el capitán, que se atizaba unos lingotazos de vodka horrorosos- seguimos vivos.
Era evidente. Seguíamos vivos todos, menos los muertos.”


El relato se disfruta, aunque lo disfruta más alguien que está mínimamente al tanto del tema: hay que saber qué pasaba con Napoleón y España, qué pasaba con la “Grande Armée”, quién era Goya (hay un bocadillo dedicado a él, que no tiene desperdicio), cosas así. Pero no significa que otros, menos entendidos, no puedan disfrutarlo. Al fin y al cabo, el disfrute no se rige por normas estrictas.

Pérez Reverte se burla de Napoleón y de su maquina de guerra a cada instante. Lo llama “Enano”, se mofa de su sistema de mando y pinta a sus generales como cobardes que esquivan la batalla todo lo que pueden, además de ser brutos. Si asumimos que el narrador es un soldado español o un colectivo que engloba a todos los soldados españoles de ese batallón, resultará comprensible tanto desdén. Al fin y al cabo, en guerra se vale ridiculizar al enemigo y hasta insultarlo en la cara, si se puede, en medio de la balacera. Otra cosa es que Bonaparte sea el personaje que este relato pinta. Tan ridículo no debe haber sido “el Enano” desde el momento en que puso de rodillas a la mayoría de los países europeos y los venció en tantas batallas que resulta aburrido enumerarlas.

Al mismo tiempo se nota en el relato un cariño por los soldados españoles, a los cuales Pérez Reverte pinta como personas simples, toscas, con valores sencillos, llenas de buen humor y de vida, además de valientes y capaces de grandes sacrificios por sus compañeros. Esto parece ser una constante en el autor, ya que descripciones semejantes aparecen en “El capitán Alatriste” y “Cabo Trafalgar”.

Por su brevedad y también por el ritmo atrapante, “La sombra del águila” se lee en pocos días. Ideal para disfrutar, sobre todo aquí en el Cono Sur porque ya estamos en tiempo de vacaciones (no sé cómo será en el hemisferio norte). Como he dicho, la versión digital está a mano también, pero al menos para mi no hay como el placer de dar vuelta la hoja. Sobre todo si en la pagina siguiente hay más Pérez Reverte.

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