jueves, 14 de mayo de 2009

El dolor, la verdad y la reconciliación

“In my country” (2004)


Esta es una película muy recomendable para todos quienes se interesan en esto que se conoce como “guerra sucia”; lamentablemente hay muchísimos casos para estudiar, y mi argentino país no escapa a las generales del caso. De hecho, la peli me interesó por los paralelos que podía trazar entre lo que contaba la ficción y lo que pasó en este hermoso y ensangrentado país del Cono Sur.

Aunque también se la titula “Country of My Skull” (literalmente “país de mi cráneo”), su título alternativo es “In my country” (literalmente, “En mi país”). Está basada en un libro escrito por la poetisa y periodista sudafricana Antjie Krog.

La película está ambientada en Sudáfrica, a los pocos años de que se aboliera allí el nefasto apartheid, implantado medio siglo antes por los blancos “boers” (descendientes de los colonos holandeses). Recordemos que este término designaba al sistema por el cual la minoría blanca de Sudáfrica tenía el monopolio de todos los resortes de la política, el gobierno y la sociedad en su conjunto. La población negra estaba confinada a tareas marginales, solo se le permitía una educación muy básica que le resultaba insuficiente para aspirar a empleos o puestos calificados. Como resultado, los espacios de poder le estaban negados, por lo cual no tenía manera de cambiar legalmente el sistema para obtener justicia. Sin educación y sin oportunidades, los negros (o “gente de color” como eufemísticamente dicen ahora) estaban dominados. Este sistema incluía detalles como la segregación cotidiana: un negro no podía compartir ciertos espacios públicos (como el transporte urbano o un banco en una plaza) con un blanco. Esto era el Apartheid, siglo XX después de Cristo. Quien quiera saber más, vea la Wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Apartheid

El caso es que este sistema llegó a su fin a mediados de la década del 90: el presidente blanco Frederik de Klerk asumió que había que dar vuelta la hoja e inició un proceso de reformas políticas que llevó a que en 1994 accediera a la presidencia el líder negro Nelson Mandela (premio Nobel de la Paz por su resistencia no violenta contra el Apartheid). En ese mismo año Mandela creó la llamada “Comisión para la Reconciliación y la Verdad”, y allí es donde comienza el filme.


Gran parte del filme transcurre durante las sesiones de la Comisión para la Reconciliación y la verdad"

Anna Malan es una periodista blanca, “boer”, obviamente, pero comprometida con el cambio que vive Sudáfrica. Su familia no está muy contenta con el fin del apartheid, porque opinan que los negros no están capacitados para conducir el país. Ana piensa distinto y se va a cubrir las sesiones de la Comisión para la Reconciliación y la Verdad. Esta Comisión tiene como objetivo esclarecer los casos de violaciones a los derechos humanos ocurridas durante el Apartheid, principalmente sobre torturas y asesinatos sufridos por la población negra. Pero también hay victimas blancas, pues para luchar contra los boers se infiltraban guerrillas negras desde los países limítrofes, que también cometieron abusos. Como se ve, el tema es espinoso y aquí es donde yo empiezo a establecer paralelos con lo que vivimos en Argentina y el resto de América del Sur durante largas décadas.

Anna (encarnada por la exquisita Juliette Binoche) viaja por todos los pueblos donde la Comisión va recibiendo denuncias y escuchando testimonios de atrocidades. En ese periplo Ana se encuentra con Langston Whitfield (Samuel L. Jackson), un periodista estadounidense que ha viajado para cubrir la labor de la Comisión. Al principio chocan, ya que Whitfield, por ser negro, siente que todos los blancos acusados de crímenes deberían ser castigados con la máxima, y mientras más, mejor. Ana, aunque defiende la idea de una Sudáfrica con igualdad de oportunidades para todos, opina que el camino está en la reconciliación, no en el castigo a mansalva: para eso hace falta perdonar, aunque duela. Anna se lo dice sin rodeos a Whitfield cuando se conocen: “no podemos saltar a un avión e irnos: debemos aprender a vivir juntos”.

Samuel L. Jackson y Juliette Binoche interpretan a dos periodistas: un norteamericano negro y una sudafricana blanca.

¿Es posible perdonar, cuando cada atrocidad que se expone a la Comisión supera a la anterior? ¿Quedar sin castigo los crímenes es justo? ¿Castigar no aviva rencores? Son preguntas que el espectador puede hacerse mientras corre el filme. La Comisión va de pueblo en pueblo, se instala en escuelas o salones comunitarios y allí escucha a quienes tengan acusaciones para hacer, y escucha también los alegatos de los acusados, que solicitan amnistía a cambio de admitir sus crímenes. Hay represores cínicos y hay otros que afirman estar arrepentidos, pero lo impactante es la actitud de las victimas. Yo me quedé con la sensación de que, en todo su dolor y su justa necesidad de justicia (valga la redundancia), las victimas no caían en el facilismo, sino que mantenían una dignidad intachable.

El represor De Jager representa el rostro más cruel del Apartheid.

La película sigue la labor de la Comisión, pero también las emociones de Anna y Whitfield, en lo tocante a la revelación de tantas verdades atroces como también a lo que sucede entre ellos. Anna está casada con un boer que es buena gente, y que la espera en casa mientras ella viaja; mientras que Whitfield tiene una familia en EEUU. Pero son un hombre y una mujer, ante todo. Junto a ellos viaja un simpático chofer negro, Dumi, que oficia de nexo entre las realidades de ambos personajes.

La intención del director John Boorman (inglés) es retratar la búsqueda de la verdad que hacen los sudafricanos, aunque en esa búsqueda deban mirar al horror a la cara. Es lo que hace Whitfield al entrevistar al siniestro represor De Jager (Brendan Gleeson), quien relata detalladamente sus acciones durante el apartheid. Sobre esa búsqueda se insinúa la necesidad de perdonar y de hecho es lo que se propone la Comisión para la Reconciliación y la Verdad: todo represor o criminal que confiese sus crímenes y se declare arrepentido puede solicitar la amnistía gubernamental, aunque es tarea de a Comisión establecer si esta amnistía se otorga o no. Difícil tarea, y en principio uno puede pensar “nada de amnistía: juicio y castigo, ni olvido ni perdón”. Pero no es tan fácil, porque victimas y victimarios están entremezclados, y hacia el final de la película se van cayendo algunas máscaras. Finalmente Anna hace la confesión: “yo sabía cosas, todos sabíamos cosas… pero no los detalles

Juliette Binoche está esplendida con sus cuarenta años: ¡que mujer bella! Hay una escena de baile que su personaje tiene con Dumi que nos permite apreciarla en toda su belleza. Samuel L. Jackson está bien en su rol del inconforme y rencoroso Whitfield, y Brendan Gleeson también cumple, dando vida al represor De Jager, que también solicita la amnistía, pues confiesa sus crímenes y se ampara en la “obediencia debida”.

Esta película me gustó principalmente por el retrato que hace de algo tan delicado como es la búsqueda de la verdad. Cuando esa verdad sale a la luz en toda su horrorosa dimensión ¿qué se hace? Me impresionó el concepto de “perdón”, que nace del concepto humanista africano ubuntu: el perdón no es olvido, sino reparación para restablecer una unidad rota por una mala acción. Es muy distinto de nuestro concepto occidental de crimen=castigo.

Decía que me interesaba establecer el paralelo entre lo que dice la película y lo que sucedió en Argentina. Aquí también hubo violaciones a los derechos humanos durante la década de 1970 y parte de los 80. En 1983 el flamante gobierno democrático instauró una comisión para esclarecer esos abusos, y el resultado fue el informe “Nunca más” y el juicio a las Juntas Militares. Muchos dicen que fue insuficiente, y que se absolvió a muchos militares subalternos que se ampararon en el concepto de “obediencia debida” (ellos solo "ejecutaron ordenes"). Dicen que se debería haber hecho un castigo más amplio y severo, y se niegan al olvido. “Hay que tener memoria”, dicen. En este punto me parece importante reflexionar sobre la utilidad de mantener latentes tantos odios y rencores; porque con esos condimentos la justicia ya no es justicia, es venganza. Y la venganza, como el odio, no resuelve el problema.

1 comentario:

Rafael dijo...

Después de 11 semanas, he vuelto. Por eso no me gusta trabajar: ya que no queda tiempo para perder el tiempo. Saludos y gracias por venir.