
Este libro se lo compré a un vendedor en silla de ruedas, de una feria de artesanos y laburantes que ofrecían sus mercancías en calle Obispo Trejo, frente a la Iglesia de la Compañía, en la ciudad de Córdoba. Esos vendedores no están más ahí, y no se dónde los habrá puesto el reordenamiento municipal.
Cuento esto porque para los ratones de biblioteca como yo a veces es muy importante la forma como nos encontramos con el texto. No es cuestión de comprar un libro solamente. A veces uno se enamora de un libro viejito, o con anotaciones al margen, si es usado; o por el olor a nuevo que desprende si es nuevo. Porque el libro pasa de mano en mano y uno se siente parte de una cadena humana unida por esas páginas. En este caso ese vendedor despertó mi simpatía: me gustó que vendiera libros, me gustó como los tenía acomodados, cómo los ofrecía. No era el chamuyo del vendedor solamente, es que conocía a esos libros. Quien conoce, recomienda de una forma distinta que el simple vendedor. Tal vez habría que ver “Tienes un e-mail” y prestar atención al personaje de Meg Ryan para entender esto un poco mejor.
Fue esta relación con el vendedor y su estantería improvisada lo que me decidió a comprar el libro. No soy muy amigo de los textos de autoayuda, meditación o psicología, lo confieso. “Historias de diván” es un libro sobre el psicoanálisis, precisamente.
El ejemplar que tengo en mis manos es de la segunda edición (junio 2007) impreso por Editorial Planeta. El autor, muy conocido aquí en Argentina (al menos en los grandes centros urbanos) es Gabriel Rolón. Este hombre, según cuenta en su propio libro, nació en la ciudad de Buenos Aires en 1961 y se graduó en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Además de su labor como profesional, ha hecho una carrera en el ámbito mediático, participando como columnista en programas radiales y televisivos. Una gran urbe como Buenos Aires da para que la gente se sienta necesitada de ayuda psicológica, y da para que esa misma gente quiera ver en la tele a otros hacerse el psicoanálisis. Rolón ha tenido un programa de TV donde juega a psicoanalizar a famosos. Pero me parece que el salto cualitativo de Rolón estuvo en participar del programa radial “La venganza será terrible” del afamado Alejandro Dolina (a quien yo admiro). Allí Rolón se despegaba un tanto del rol de psicoanalista y pasaba a ser un cómico que sintonizaba muy bien con Dolina.

Pero vayamos al libro en sí. Como el título muy bien lo adelanta, el libro trata sobre casos reales que al autor le tocó trabajar en su consultorio, o despacho, o como le quieran llamar. Rolón aclara que en todos los casos pidió a los implicados la autorización para publicar sus historias. Pero en su extenso prólogo Rolón aclara que, al fin y al cabo, ha retocado el texto. Él lo dice así:
“Sus protagonistas (se refiere a los pacientes) no son el fruto de un capricho literario, sino que los he visto desgarrarse, reír, llorar, frustrarse y enojarse en mi consultorio semana tras semana. He debido, eso sí, novelar en parte algunas de las situaciones para transmitir mejor, de un modo ordenado y en pocas páginas aquello que ha sido resultado de meses, cuando no de años, de un intenso trabajo”. Y luego dice “Este libro contiene fragmentos de diferentes casos clínicos que me ha tocado dirigir (…) en todos los casos se han cambiado los nombres, las edades y las situaciones personales. Todo ha sido cuidadosamente modificado para resguardar la identidad y la privacidad de los pacientes”
Tras leer este prólogo uno piensa entonces cuánto de las historias que va a leer son estrictamente reales, y cuánto es parte de las habilidades literarias que el autor puede desplegar en el terreno de la ficción. Hay aquí una tensión en pos de hacer un texto que hable sobre el trabajo psicoanalítico sobre casos reales, y al mismo tiempo lograr que ese texto sea ameno, entretenido e interesante. Yo he tenido que leer en la universidad textos sobre psicología, y para quien no persigue el objetivo de conocer este ámbito de las ciencias, estas lecturas pueden ser aburridas. ¿Cómo hacer que el público en general elija leer un texto sobre psicoanálisis? Rolón elige esta manera, y es su derecho.
En el prólogo (insisto en que me parece demasiado extenso), el autor explica que este libro no es exclusivo para psicólogos sino “para toda persona sensible al dolor humano”. Creo que también lo encontrarán ameno aquellos que gustan de espiar vidas ajenas, de saber qué le pasó a ese otro. En el índice el lector puede elegir entre ocho historias, cada una de las cuales tiene el nombre de su protagonista (Laura, Mariano, Amalia, Cecilia, Majo, Darío, Natalia y Antonio). Cada historia es un capítulo y allí en el índice mismo podemos leer los grandes temas del psicoanálisis: historias que en el pasado quedaron irresueltas y que en la adultez le saltan a la cara a la persona. Hay historias de celos, de abandono, de homosexualidad reprimida, de dobles identidades.
El libro logra ser ameno. A veces las habilidades del autor para soldar las partes reales y las ficcionales de cada historia dejan algunas lagunas. Pero en general esas historias tienen una fuerza propia muy grande que les permite ponerse el libro al hombro y salir adelante, como decimos en Argentina. Me llamó la atención el capítulo “la historia de Antonio” en el que el autor atiende un caso (un sacerdote) y al mismo tiempo se coloca como paciente de otro profesional, el cual lo aconseja como llevar adelante el caso. Yo pensaba que la ética profesional impedía comentar con otras personas lo que el paciente compartía en la sesión, pero parece que no es así. El caso de Antonio es el de un sacerdote que acude a psicoanalizarse, y me llama la atención que el autor piense que si los otros curas se enteran se puede armar lío para el pobre cura. Aquí en la arquidiócesis de Córdoba la psicología es parte de las herramientas de discernimiento vocacional y no es ninguna herejía, como parece sugerirlo Rolón. Tambien me gustó “la historia de Mariana”: “Entre el amor y el deseo, la indecisión”.
Un libro interesante, fácil de leer y en ciertos momentos atrapante. Bueno para estudiantes de psicología que quieren asomarse a la realidad de trabajar con pacientes en el psicoanálisis, y bueno para quienes quieran contemplar cómo otras personas llevan sus vidas y enfrentar sus problemas y sus miedos. Como quien dice, personas que son interesantes en tanto personas. Nada más y nada menos.


















En 1807 la Gran Bretaña y el Reino de España estaban tácitamente en guerra, merced a que el gobierno español era aliado del Imperio Francés. Esta guerra, llamada “Guerra de la Cuarta Coalición” (contra Napoleón) incluyó un hecho sorprendente: la más grande derrota de las tropas británicas en todo el período 1789-1815. En efecto, un ejército británico de 9.000 hombres fue batido y obligado a capitular por tropas mal preparadas, en su mayoría milicias, del Reino de España.
Esta es una película argentina que surgió en la época posterior al retorno de la democracia en Argentina. En esa época llegaron a la pantalla grande varios tipos de película: había películas del “destape”, que solo se entienden si se tiene en cuenta la censura que ejerció el gobierno militar para proteger, decía, la moral y las buenas costumbres; entonces, con la democracia se hicieron las películas del destape, donde lo más importante es que hubiera malas palabras, groserías, referencias al sexo y unos cuantos desnudos. Otros filmes tenían la pretensión de mirar el país, su pasado y su presente, su esencia; en esa veta está el cine simbolista, pesado y aburrido por momentos. Luego había títulos que pintaban a la sociedad argentina del pasado reciente, como “No habrá más penas ni olvido”, “Los chicos de la guerra” o “La Historia Oficial”; y también películas que trataban temas lejanos en el tiempo, como “La Rosales”, “Asesinato en el Senado de la Nación” o “El general y la fiebre”. Y aquí incluyo a “Camila”.
Rosas mantiene el orden con métodos, digamos, “poco ortodoxos”: de noche se escuchan gritos en las calles y a través de las ventanas pueden entreverse en las calles patrullas de milicianos que gritan “¡Viva la Santa Federación!” y desaparecen. Son los “agentes del orden”, cuya presencia nocturna es seguida al amanecer por la aparición de cuerpos sin vida. Aquí el filme traza un paralelo con la represión ilegal ocurrida durante la dictadura de 1976-1983, cuando “grupos de tareas” secuestraban sospechosos que se perdían para siempre o aparecían muertos por ahí sin explicación. En ambos casos el miedo se asomaba a través de las ventanas, sin atreverse del todo a ver qué pasaba en las calles.
Este es un librito pequeño pero muy interesante. Andaba yo por la Feria del Libro que todos los años se realiza en la Plaza San Martín de la ciudad de Córdoba (Argentina) en el mes de septiembre (visite Córdoba). Tenía ganas de comprar algo de Isabel Allende pero ese día el bolsillo no me daba para “Inés del alma mía” u otros títulos de la autora chilena. Entonces me concentré en la mesita de los “baratos” y encontré este libro, el cual comencé a hojear. Las páginas que recorrí me convencieron y me llevé el material. Se trata de una edición de 2007 publicada por Editorial Sudamericana en el sello. La tapa (o cubierta) está diseñada con una foto de Isabel Allende a los veinte años, una foto sencilla pero con pretensiones artísticas y que a mí me transmitió muchas cosas.
Por eso para mí leer a Isabel Allende me resultó terapéutico. A causa de mi forma de pensar poco inclinada a la demagogia, llegué a temer que se me acusara de “enemigo del pueblo”, porque acá las acusaciones basadas en extremismos están a la orden del día. Lo peor es que yo mismo ya me estaba definiendo como una especie de antiargentino que criticaba al pueblo de mi patria. Pero al leer “Mi país inventado” me sentí tranquilizado y comprendido. Isabel Allende, como dije antes, no hace concesiones a la hora de criticar a sus compatriotas, pero eso no significa que odie Chile ni mucho menos, o que prefiera “lo que viene de afuera” (de hecho, esa admiración por lo foráneo, lo anglosajón, es una de las cosas que critica). Se trata de hacer una pintura con sombras y luces, imprescindibles para que el cuadro no quede desbalanceado.