viernes, 23 de enero de 2009

Anatomía profunda de un Chile lejano

“Mi país inventado” (2003)


Este es un librito pequeño pero muy interesante. Andaba yo por la Feria del Libro que todos los años se realiza en la Plaza San Martín de la ciudad de Córdoba (Argentina) en el mes de septiembre (visite Córdoba). Tenía ganas de comprar algo de Isabel Allende pero ese día el bolsillo no me daba para “Inés del alma mía” u otros títulos de la autora chilena. Entonces me concentré en la mesita de los “baratos” y encontré este libro, el cual comencé a hojear. Las páginas que recorrí me convencieron y me llevé el material. Se trata de una edición de 2007 publicada por Editorial Sudamericana en el sello. La tapa (o cubierta) está diseñada con una foto de Isabel Allende a los veinte años, una foto sencilla pero con pretensiones artísticas y que a mí me transmitió muchas cosas.

Mi país inventado” no es una novela como las que Isabel Allende ha escrito con tanta maestría. Se trata de un texto autobiográfico, en el cual la autora evoca a su patria que ha dejado atrás en la distancia. Allende ha evocado Chile muchas veces, como escenario de sus novelas, pero este texto tiene el sabor de la primera persona, de lo personal caído directamente sobre la hoja. En ese sentido me hizo recordar, con las salvedades del caso impuestas por la época histórica y las sociedades que describe, a ese otro gran relato autobiográfico que fue “Recuerdos de provincias”, de Domingo Faustino Sarmiento.

Allende da muestras de un equilibrio muy acertado al momento de emplear la nostalgia sobre su tierra. Ama Chile, pero eso no impide que critique (con calidad y calidez) lo que ella ve como defectos de su sociedad, y que deje en claro sus desacuerdos. Por ejemplo, en el capítulo titulado “País de esencias longitudinales” hace una descripción a grandes trazos de la geografía y gentes de Chile, y al llegar a la isla de Pascua dice:

En 1888 nos adjudicamos la misteriosa Isla de Pascua, el ombligo del mundo, o Rapanui, como se llama en el idioma pascuense. Está perdida en la inmensidad del océano Pacifico, a dos mil quinientas millas de distancia del Chile continental, más o menos a seis horas en avión desde Valparaíso o Tahití. No estoy segura de por qué nos pertenece. En esos tiempos bastaba que un capitán de barco plantara una bandera para apoderarse legalmente de una tajada del planeta, aunque sus habitantes, en este caso de de apacible raza polinésica, no estuvieran de acuerdo. Así lo hacían las naciones europeas; Chile no podía quedarse atrás.”

La autora evoca su infancia y no ahora letras para describir con minucia las costumbres que ella pudo observar, como por ejemplo la forma en que se hacía dulce de leche en el hogar. Nada escapa a sus recuerdos: costumbres, lugares, sucesos, etcétera. Ella, tal como lo dice, toma a su familia como hilo conductor para el relato, y así aparecen de a ratos los más diversos parientes, cuya presencia da pie para ampliar el relato hacia los costados, evocando y explicando infinidad de cosas. Para todo hay comentarios, la mayoría de los cuales demuestra un sentido del humor muy agudo y que a la vez es capaz de mover los recuerdos del propio lector y dejarlo pensando en quien sabe qué cosas.

Encontramos también pasajes referidos a la historia de Chile, y de qué manera esa historia influye en el sentir nacional actual. Por ejemplo, Isabel habla del racismo en su país y de ahí salta a la historia mapuche:

Aunque no quedan muchos indios puros –mas o menos un diez por ciento de la población- su sangre corre pos las venas de nuestro pueblo mestizo. (…) Estos indios, divididos en varias tribus, contribuyeron fuertemente a forjar el carácter nacional, aunque antes nadie que se respetara admitía la menor asociación con ellos; tenían fama de borrachos, perezosos y ladrones. (…) En los últimos años algunas tribus mapuches se han sublevado y el país no puede ignorarlos por más tiempo. En realidad los indios están de moda. No faltan intelectuales y ecologistas que andan buscando algún antepasado con lanza para engalanar su árbol genealógico; un heroico indigena en el árbol familiar viste mucho más que un enclenque marqués de amarillentos encajes, debilitado por la vida cortesana.”

Y hay otro párrafo dedicado a la admiración que sienten los chilenos por alemanes e ingleses. Confieso que fue esta página la que me motivo definitivamente a comprar el libro:

A los chilenos nos gustan los alemanes (…) pero en realidad procuramos imitar a los ingleses. Los admiramos tanto, que nos creemos los ingleses de América Latina, tal como consideramos que los ingleses son los chilenos de Europa. En la ridícula guerra de las Malvinas (1982) en vez de apoyar a los argentinos, que son nuestros vecinos, apoyamos a los británicos, a partir de lo cual la primera ministra Margaret Thatcher, se convirtió en amiga del alma del siniestro general Pinochet. América Latina nunca nos perdonará semejante mal paso.

A medida que pasan las páginas se encuentran retratos de la sociedad chilena de antaño y de la actualidad, con sus costumbres y formas de pensar। Aparecen las relaciones familiares, el aspecto religioso, el prestigio de las fuerzas armadas. A veces me parece que en el libro se describe a la Argentina, mi país, porque encuentro muchas similitudes en la forma de pensar, sobre todo en la humildad mezclada con arrogancia, en la admiración por lo extranjero mezclada con la soberbia del etnocentrismo, en la doble moral mezclada con la hipocresía. Los argentinos solemos creer que todos los defectos están en el sistema de gobierno, en los políticos, en el capitalismo, bla bla bla, lo que nos sirve de excusa para disimular nuestras propias metidas de pata sistemáticas. Al fin y al cabo a los políticos corruptos alguien los vota, alguien los catapulta desde abajo hacia arriba; pero no, creemos que al jurar el cargo automáticamente se hicieron corruptos, lo cual nos permite ponernos el disfraz de pueblo traicionado, haciendo el papel de victimas que tanto nos hemos medido. Muy pocos piensan que en realidad el presidente o ministro corrupto empezó siendo corrupto en el club de bochas, la cooperadora de la escuela, el centro vecinal o la parroquia.


Por eso para mí leer a Isabel Allende me resultó terapéutico. A causa de mi forma de pensar poco inclinada a la demagogia, llegué a temer que se me acusara de “enemigo del pueblo”, porque acá las acusaciones basadas en extremismos están a la orden del día. Lo peor es que yo mismo ya me estaba definiendo como una especie de antiargentino que criticaba al pueblo de mi patria. Pero al leer “Mi país inventado” me sentí tranquilizado y comprendido. Isabel Allende, como dije antes, no hace concesiones a la hora de criticar a sus compatriotas, pero eso no significa que odie Chile ni mucho menos, o que prefiera “lo que viene de afuera” (de hecho, esa admiración por lo foráneo, lo anglosajón, es una de las cosas que critica). Se trata de hacer una pintura con sombras y luces, imprescindibles para que el cuadro no quede desbalanceado.

Leyendo este libro me dieron más ganas de conocer Chile, un objetivo que planeo concretar antes de morir. Existe entre Chile y Argentina una relación muy especial: las disputas y debates por cuestiones de límites y soberanías no pierden vigencia, y cada país piensa que el otro le robó territorios. Eso es un clásico. Pero a la vez estamos muy unidos; el turismo y tránsito en general entre ambos países alienta la integración, pero las raíces de la hermandad chilenoargentina vienen desde antes de la independencia. Los patriotas chilenos fueron los primeros (y los únicos) que enviaron tropas en apoyo de los patriotas del Río de la Plata, en un momento en que las papas quemaban de verdad; luego el favor fue devuelto en 1813 cuando cordobeses y cuyanos bajo el mando de Las Heras cruzaron la cordillera de los Andes y lucharon codo a codo con los patriotas chilenos, soportando juntos la derrota y la retirada, mucho antes de que San Martín pudiera poner en marcha su inmortal Ejército de los Andes (en el que volvieron a pelear juntos chilenos y argentinos). Por otro lado, tenemos la segunda frontera común más larga del mundo y nunca llegamos a la guerra, aunque casi en 1978. Chile ha tenido guerras con sus otros vecinos (Bolivia y Perú) y Argentina con los suyos (Uruguay, Brasil, Paraguay y Bolivia), pero nunca entre ambos. Quiero creer que la frontera nos une más que nos separa.

Si usted quiere leer a Isabel Allende en un formato que no sea novela, este libro es la opción. Al mismo tiempo, si quiere adentrarse en Chile de la mano de las palabras, “Mi pais inventado” también es opción. La autora, que en la década del 70 tuvo que exiliarse y que desde hace mucho vive en EEUU, justifica el título diciendo que Chile para ella es algo en el corazón y en el alma más que en la realidad. De nuevo tenemos esa magia en las palabras que es característica de Isabel Allende.

2 comentarios:

Don Belce dijo...

Hola Rafael, primero gracias por tu comentario en mi blog, estuve ojeando el tuyo y me parece interesante, no leí demasiado de Isabel Allende, creo q debo hacerlo.
Voy a tener en cuenta este blog, para visitarlo seguido.
Un abrazo. Sergio

Don Belce dijo...

Ah, me olvidaba, no soy muy conocedor de técnicas digitales, y de no digitales tampoco, hago lo q puedo, soy autodidacta y reniego el triple para hacer cosas q los q conocen realmente. Siempre comienzo mis dibujos con el infaltable lápiz, a veces lo repaso con tinta, y otras, como el de la m maravilla, es hecho en lápiz y coloreado con la pc.
Un abrazo
Sergio